Se cumplieron 41 años de la inundación del ‘80, una catástrofe grabada en la memoria colectiva
Aquel aluvión de agua y lodo generó miedo y amarguras y se llevó casas, muebles, autos y animales. Poco a poco la costa del arroyo comenzó a hacerse intransitable y el nivel del agua avanzó hasta límites insospechados, con tanta rapidez que no dio tiempo a nada.
Se cumplieron ayer 41 años de aquel aluvión de agua y lodo que generó miedo y amarguras y se llevó casas, muebles, autos y animales. Hoy, totalmente recuperada de aquel trance, la ciudad guarda en sus entrañas el mismo curso de agua, pero ampliado, modificado y expandido.
Era el domingo 27 de abril de 1980 los anegamientos empujaban las evacuaciones en Cacharí, Belloso, Pardo y Rauch, mientras que la situación era angustiante en Sierra de la Ventana, la ruta 3 se cerraba entre Azul y Las Flores y desbordaban los ríos Salado y Saladillo, según la información de la Dirección Provincial de Defensa Civil.
Desde el puesto de medición de Querandíes el bombero voluntario Miguel Angel Di Guilmi le confirmaba a su jefe, Omar Scavuzzo, que el arroyo "subía a razón de 7 centímetros cada 15 minutos".
Olavarría había tenido un otoño caluroso y hacia los últimos días de abril las lluvias se dispararon: hubo registros de 400 milímetros en sólo 24 horas. Olavarría sumó, en un solo mes, 547 mm. contra los 60 promedio.
Aunque nada hacía prever una catástrofe como la que finalmente aconteció.
Ese fenómeno que era desconocido para los olavarrienses impidió que cualquier prepativo alcanzara. Ni siquiera existía entonces una comisión de Defensa Civil. Y la población tampoco. Muchos se negaban a abandonar sus viviendas y apelaban a vanas protecciones con bolsas de arenas en las puertas, o a elevar ropas, muebles y electrodomésticos a la altura de la mesa o el placard.
Los primeros llamados pidiendo ayuda llegaron desde el barrio Isaura, después de que, a las siete de la mañana. En una entrevista concedida a EL POPULAR Medios años atrás, el hoy fallecido Scavuzzo recordó que hizo sonar la sirena del Cuartel Central de Bomberos Voluntarios convocando al personal y alertando a la comunidad.
"Sabíamos que algo estaba mal, pero no teníamos dimensión de lo que pasaría", confesó en aquel momento el hombre que dirigió a los 60 bomberos transformados en héroes a fuerza de horas continuadas de trabajo, "sin hambre, ni sueño, ni cansancio".
Poco a poco la costa del arroyo comenzó a hacerse intransitable, el nivel del agua avanzó hasta límites insospechados, con tanta rapidez que no dio tiempo a nada: la mayoría debió huir de sus viviendas con lo puesto.
En la oscura noche del domingo al lunes, el agua subió sin descanso, pero la mañana siguiente trajo alivio: lentamente, el nivel comenzaba a bajar. Sin embargo, la calma sería transitoria. Pocos tienen memoria de un diluvio tan violento como el de las primeras horas del martes, que produjo el pico máximo de la inundación.
El alimento escaseaba, lo mismo que el abrigo, no había agua ni gas y todos sintieron que tocaban fondo cuando, en la madrugada del martes 29, se cortaron los teléfonos, la luz y el último bastión para comunicarse: LU 32 Radio Coronel Olavarría, que tuvo un papel preponderante en esas horas.
Casi a ciegas, Bomberos había pedido un helicóptero de Defensa Civil, que sólo llegaría después de la tragedia para recorrer la zona rural, cuando se profundizaban las diferencias en torno de la eventual voladura del puente sobre la ruta 226. Las maquinarias de las canteras olavarrienses se sumaban respondiendo a la urgencia, lo mismo que el equipamiento del Regimiento. Así, palas, volquetes y camiones particulares recorrieron las calles transformadas en ríos, prestando la ayuda que fue posible, en un contexto donde el dispositivo de rescate se improvisó de acuerdo con las disponibilidades. Hubo muestras de coraje y entrega de seres anónimos y muchos autoconvocados.
Se armaron centros espontáneos de evacuados, se comenzó a planificar su atención médica y su alimentación mientras se buscaban las zonas más altas, por lo que las localidades serranas contuvieron a cientos de desamparados. Los pisos superiores -lo mismo que las velas, las botas o un pedazo de pan- fueron el bien más preciado por entonces y hacia allí migraron quienes no tuvieron otra solución a mano, mientras observaban cómo el agua se había transformado en medio de transporte de muebles, colchones, bancos de plaza y hasta pianos y los automóviles eran arrollados por los gigantescos móviles. Varios creyeron descubrir cadáveres cuando en realidad veían maniquíes o pelucas arrastradas por la ferocidad del agua.
El 90 por ciento de la planta urbana cayó bajo el agua. Pueblo Nuevo, el barrio Independencia, la avenida Del Valle y partes de Colón, además de las zonas ribereñas, fueron los más afectados por la inundación y el posterior aluvión que dejó varios centímetros de lodo maloliente. Se salvaron algunos sectores del barrio Sarmiento, San Carlos, Jardín, PyM y el CECO. Y cuando del agua sólo quedaba un hilito en las cunetas y salió el sol, con mayo ya inaugurado, la ciudad lucía devastada.
Después, hubo que ventilar, cepillar paredes, palear barro y transitar duelos por todo lo perdido. Estuvieron quienes descartaron, junto al cordón, los parquets hogareños recién estrenados, los sillones del living, los colchones, las estropeadas mercaderías de sus comercios. Las pilas de elementos perdidos se amontonó en las calles y la Municipalidad debió disponer decenas de camiones y palas para transportarla, mientras se sucedían las colas para proveerse de leche, mantas, pañales, colchones y todo lo indispensable para reconstruir las vidas.
Aquel abril, los olavarrienses vivieron una situación límite y aprendieron a respetar ese cauce que trocó tranquilidad por fiereza. Y también se conoció en carne propia la solidaridad desde adentro y desde afuera: camiones completos de ropa, botas, frazadas, colchones, alimentos mitigaron los efectos de esa catástrofe grabada en la memoria colectiva.