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Días atrás, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación ha publicado un informe -convalidado por el INTA-, presentando los números de producción stock y producción esperados para este año.

Según este informe, para el presente año se proyecta llegar a una faena total de 13.293.089 cabezas, que arrojaría una producción de carne vacuna estimada en 3.031.145 toneladas de res con hueso. En consecuencia, para fines de 2021 el stock ganadero alcanzaría los 53,5 millones de cabezas.

Ahora bien, tomando los datos de stock a diciembre de 2020 (53,5 millones de cabezas), si la faena prevista para este año es de 13,3 millones de cabezas y el stock proyectado para fines de 2021 se mantendría inalterable en 53,5 millones, implícitamente se espera que el ingreso de animales al sistema (nacimientos) sea equivalente a la salida, es decir faena más mortandad anual.

A priori, resulta difícil suponer que la producción neta este año no se vea afectada, aunque en menor medida que el año pasado. Si bien el número de vacas en stock a inicios del ciclo no ha sufrido una fuerte contracción (solo 83.000 vacas menos respecto de diciembre 2019), la temporada de servicios este año también enfrenta condicionantes climáticos para muchas zonas que podrían afectar las tasas de preñez. Aún con estas consideraciones, tomaremos las proyecciones oficiales para hacer un análisis en perspectiva histórica.

Los ciclos ganaderos se mueven básicamente por expectativas, aunque condicionados eventualmente por factores externos como pueden ser eventos climáticos severos y generalizados que afecten significativamente el nivel de oferta o bien intervenciones o regulaciones a los mercados que alteren su dinámica natural para la búsqueda del equilibrio.

En nuestro país tenemos vastos ejemplos de ello.

En 2005, previo a las primeras intervenciones a la exportación del año 2006, la ganadería argentina aportaba unos 3,1 millones de toneladas de carne vacuna. Posteriormente, tras la gran liquidación ganadera de 2009/10 causada por una severa sequía que obligó a deshacerse de millones de animales que no podían contener los campos, la producción de carne dio un salto forzado alcanzando un pico de 3,4 millones de toneladas. Claramente el nivel de extracción de esos años no resultó sostenible y, pasada esa fase de liquidación, la producción bajó en 2011 a 2,5 millones de toneladas.

A partir de entonces, la recuperación ha sido extremadamente lenta. Recién en 2019, en un contexto políticamente más amigable para la ganadería, con una Argentina nuevamente reconectada con los mercados externos, se llegó a equiparar los 3,1 millones producidos en 2005, logrando alcanzar el año pasado un máximo de 3,2 millones de toneladas.

Para 2021, según las cifras proyectadas por el propio Ministerio, la producción de carne vacuna apenas superaría los 3,0 millones de toneladas, lo que implica no solo un retroceso de unas 100 mil respecto de aquella marca de 2005 sino, lo que es peor aún, el estancamiento en el mismo nivel productivo de hace 30 años.

En 1990, la producción de carne vacuna en Argentina era de 3,0 millones de toneladas. Ciertamente la superficie destinada a la ganadería 30 años atrás no era la misma. En estas tres décadas la ganadería ha sufrido una retracción de más de 15 millones de hectáreas ante el avance de la agricultura que obligó a la ganadería a intensificar los sistemas de engorde. Sin embargo, en 1990 el stock ganadero era 2 millones menor (51,5 millones de animales) y faenábamos y producíamos exactamente lo mismo que se está proyectando hoy, 13,4 millones de animales y 3,0 millones de toneladas de carne.

En un contexto político amigable para la ganadería, con muy buenos precios de la hacienda y una demanda externa pujante como la que se está registrando en el mundo, definitivamente hoy estaríamos viendo el inicio de una fase de retención. Una retención no solo de vientres jóvenes tendientes a mejorar los índices de preñez y crianza sino también de retención de machos -novillos y novillitos- en pos de llevar mayor cantidad de kilos a la faena.

Sin embargo, la incertidumbre constante con la que sigue trabajando el sector obstaculiza el normal funcionamiento de esta dinámica.

Las restricciones impuestas a la exportación generaran un efecto destructivo no solo de la confianza con nuestros clientes externos sino también de nuestros propios productores que una de las pocas cosas que necesitan para trabajar de manera eficiente es libertad y previsibilidad.