Tropezar con la misma piedra
En medio de una crisis sanitaria, social y económica inédita el gobierno acaba de establecer el cierre de la exportación de carne. La medida, que ya fracasó en el pasado, es un parche ante la falta de un plan integral que nos permita crecer y salir de un ciclo inflacionario que arrastramos hace décadas.
La actividad ganadera en la provincia de Buenos Aires, junto al agro y la industria láctea, viene muy golpeada por diversos vaivenes. A las imprevisibles condiciones climáticas o el constante aumento de los costos se suman políticas equivocadas que desalientan el trabajo de este sector productivo y favorecen la desinversión a largo plazo. Es un daño que repercute directamente en los pueblos, localidades y ciudades del interior bonaerense que viven su día a día participando activamente en la cadena de valor que genera la producción cárnica.
La receta ya fracasó y tuvo consecuencias que llevó años revertir. No solo se perdieron mercados en el exterior –que luego costó mucho recuperar– sino que además dañó profundamente el tejido social al generar desempleo, cierre de frigoríficos y una reducción en el consumo histórico per cápita. Y, encima, la pretendida baja del precio en las carnicerías fue, en el mejor de los casos, poco más que pasajera y terminó causando, por falta de stock, el efecto contrario: el precio de la carne subió.
En la provincia que más aporta en términos reales al PBI del país, cuidar y promover el trabajo de los productores ganaderos debería ser fundamental. No hemos escuchado aún la voz del gobierno provincial defendiendo la realidad de ese sector, tal vez porque la conocen poco o nada, sin comprender además el entramado productivo del interior rural que no recibe ni planes ni susidios. Se lo nota más preocupado por apoyar con su silencio al gobierno nacional que por estar del lado de uno de los sectores que más crecimiento e identidad dan a esta querida provincia.
Estoy convencido de que el camino que tenemos que recorrer para solucionar los problemas de fondo no tiene que ver ni con retenciones ni con restricciones a la producción. Abrir nuevos mercados requiere crear puentes de confianza y previsibilidad, dos requisitos que ningún gobierno, con perspectiva de futuro, puede despreciar. Ser un país confiable y previsible requiere decisiones que den señales claras hacia dónde queremos ir en vez de poner palos en la rueda.
Si el gobierno sigue impidiendo que los sectores productivos puedan generar más empleo de calidad, desarrollarse y crecer, lo único que lograremos es tropezar una y otra vez con la misma piedra. Solo en función de una mayor actividad productiva podremos dejar de distribuir pobreza. La solución no es atacar la causa sino el efecto. Restringir y controlar una actividad para bajar la inflación ya sabemos que no funciona.
Estamos cerca de celebrar un nuevo aniversario de la Gesta de Mayo. Sigue siendo inspirador mirarnos en ese espejo cuando lo que tenemos por delante es el enorme desafío de torcer un destino de frustración y fracaso, frente al cual no podemos sentirnos ni condenados ni acostumbrados. Confiar, acompañar y ayudar a los que trabajan e invierten es la clave para salir adelante juntos. Es con ellos, no contra ellos.