Un poeta las describió diciendo que "recogieron el lujo campesino de los pueblos de España". Eran fiestas patronales o dedicadas a algún santo protector y las hubo y se celebran hasta ahora, en el sur y en los otros rumbos; en Andalucía por ejemplo, con la de la Virgen del Rocío y sus casetas (carpas), baile y copas, y sus carretas de bueyes, o en el país vasco con la del Pilar -arcos de flores, competencias de fuerza-, pero la matriz de las romerías argentinas estuvo en el norte, en una zona que dio miles de emigrantes situada en las cuatro provincias gallegas (con su puerto de Vigo, el más activo para la salida hacia América), Asturias y León, Cantabria y el País Vasco.

En Buenos Aires se impusieron con la llegada masiva de inmigrantes. Tenían su sitio en los alrededores del convento y la Iglesia de los frailes recoletos, en un espacio que todavía era abierto y a medias campesino, con la participación de trabajadores y sirvientes los domingos en su día de descanso. Con el poblamiento y la instalación de inmigrantes se extendieron a toda la provincia.

Si bien la concepción de la romería en la provincia de Buenos Aires fue totalmente nueva, su desarrollo copió los pasos de España: gaitas, lugar arbolado al abierto, fiesta varios días y noches, tendidos, o sea kioscos y carpas para comer, jugar juegos de azar y de destreza, y baile y canto. El lugar era el Prado Español, institución que no faltaba cuando había una Sociedad Mutual Española, que entre sus primeras realizaciones contaba el panteón, y el prado: varias manzanas arboladas en las afueras de la ciudad que fueron cuatro en Olavarría. El Prado antes que el panteón; o sea, la fiesta primero que nada.

Lo original de las romerías bonaerenses fue su condición laica, posiblemente por la influencia de las ideas liberales y la masonería. No hubo dedicación a un santo ni misas y se supone que sí hubo en algún caso bendiciones, pero no es seguro. Más tarde, alrededor de 1950, se dedicaron a la Virgen del Pilar, pero ya eran los años finales. La Iglesia no se pronunció ni a favor ni en contra.

La vigencia de las romerías entre los pobladores de cualquier origen puede medirse en la duración -de cinco a siete días alrededor del equinoccio de verano, que está en su remoto origen-, con el cierre de los comercios en algunos días y la participación de las autoridades, las mutuales de los otros extranjeros y hasta la masonería con sus estandartes. Era también un negocio que daba vida a las empresas ya que la Municipalidad cobraba tasas por autorizar actividades y la Sociedad Española alquilaba sus espacios y contrataba artistas, los cocheros hacían continuos viajes hasta el Prado Español y vuelta, llegaba gente del campo a jugar, consumir y comprar... Eran días de encuentro entre ricos y pobres, jóvenes que cortejaban, mujeres, niños.

Todos los años aparecían nuevos juegos como caballitos mecánicos (en Laprida), tiro al blanco con premios o concursos de baile y canto.

Una curiosidad es que para jugar se pagaba impuesto pero no se admitían las apuestas como las de las cuadreras o riñas de gallos. Por los años 20 del siglo pasado se mencionaban variados juegos: ruleta, caballitos, taba, tómbola, bacarat, lasquenet, poker, gofo, pero lo esencial era el baile y los encuentros entre la gente.

Para los que trabajaban de lunes a lunes en la ciudad y en el campo en soledad era la ocasión de los encuentros y las noches largas. Las luces que se colgaban y las guirnaldas, por otra parte, representaban algo mágico para la gente que vivía con la luz del día o un candil.

Los periódicos cuentan que se traían conjuntos de gaitas como el del célebre gaitero Maestro Do Pazo y la rondalla Cauvilla Prim (palabra que viene de rondar: dar serenatas) combinando varios pueblos para repartir los gastos. También había bandas, como la del conservatorio de Olavarría, Unión Española y las de pueblos vecinos de visita.

Llegaban en el tren de la mañana y salían desde la estación temprano tocando por las calles la Alborada -que pronto sería la Alborada de Veiga conocida por todos los españoles y después por los demás- parando frente a la Municipalidad y las casas de los notables, que se sumaban. Las actividades seguían con comidas y, a la tarde, baile y juegos , además de la kermese de las señoritas que hasta vendían besos a beneficio de obras de bien. Con los años se hizo popular el tango, con concursos y recomendaciones de que no fuera demasiado `agarrado` (recomendación de 1919). Llegaron, ya cerca de la mitad del siglo, artistas famosos como Pedrito Rico y Lolita Torres. La Sra. Gladys Brauton de Sánchez contaba que los vecinos los recibían en sus casas y en la capilla de Fátima para ofrecerles comodidades.

A la noche, entre tantos brindis y comidas, se hacía un receso para cenar porque así eran de ordenadas las costumbres, y luego seguían hasta tarde. Nadie quedaba fuera de un programa abarcador y que se esmeraba por llenar el verano hasta el carnaval.

Durante siete décadas las romerías fueron el testimonio de una colectividad que a la vez se integró y mantuvo la nostalgia y de una población que se entregó a la alegría de la fiesta, y de la buena relación entre gentes que valoraban y esperaban con ansia el regalo de la luz y la música.