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Una cruz blanca, tridimensional, de proporciones gigantes, que observa a la populosa ciudad desde las alturas celestiales, ofrece la bienvenida a la serie mientras la trapera Cazzu canta que "los demonios son ángeles del cielo".

El Reino pone sobre el escenario una temática a la que la ficción argentina no se había atrevido antes. Fenómeno que ya ha calado hondo en otras sociedades latinoamericanas: Brasil, de la mano del bolsonarismo, es tal vez el ejemplo más saliente. Pero no el único. Porque no hay dudas de que el vínculo entre política y religión debe leerse en verdad como el vínculo entre política y evangelismo, en cualquiera de sus vertientes. Y si la serie en sí misma ya propiciaba el debate, la agresiva reacción de un sector evangélico que salió a cuestionar El Reino pero particularmente a la figura de la escritora Claudia Piñeiro –una de las guionistas- redobló la apuesta. Con tal potencia de agresividad personal que, tras la masiva reacción en apoyo de la autora, Aciera (la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina) optó por quitar el comunicado de su página web. Y quedó en su lugar una desprolija frase en inglés que dice que la página no fue encontrada.

Una encuesta nacional de Conicet sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina dirigida por Fortunato Mallinaci refleja algunos factores imposibles de soslayar. En la última década las personas que en el país se reconocen evangélicas crecieron en un 70 por ciento. Mientras que el catolicismo (que aún conserva una mayoría atenuada) roza el 62,9 por ciento y los evangélicos hoy abarcan el 15,3 por ciento. En ese estudio se advierte que "las y los evangélicos predominan en los niveles educativos más bajos". Y que el Noreste y la Patagonia registran un porcentaje de evangélicos superior al del resto del país.

También se expone en el informe que "el modelo patriarcal de familia se destaca entre las y los evangélicos" y que "asisten semanalmente a las ceremonias de su culto con mayor frecuencia que las y los católicos (53,1% vs 17,4%)".

Para terminar de entender el fenómeno de ascenso evangélico hay que recorrer la baja católica. En 1947, según el Indec, el catolicismo abarcaba al 93.6 por ciento de la población. En 1960, ese número bajaba al 90.05. Ya en 2008, había descendido al 76,5 y en 2019, al 62.9 por ciento. Es decir, en los últimos once años, el catolicismo descendió en un 13,6 por ciento mientras que el evangelismo subió un 6,3 por ciento.

A pesar inclusive de que por primera vez en la historia de la humanidad, la iglesia tiene desde hace ya ocho años y medio un Papa argentino.

Marca local

Olavarría no ha sido ajena al fenómeno a lo largo de su historia.

El crecimiento del evangelismo en la ciudad ha sido sostenido en el tiempo y tuvo un estrecho vínculo con el poder político. Helios Eseverri, de pasado y formación católicos, fue abriendo sus oídos y sus puertas a ese movimiento religioso de la mano del ya fallecido concejal, militante político y funcionario de su gestión, Omar Iturregui. Y le dio su propia impronta a una suerte de sincretismo que unificó catolicismo, evangelismo y gestión política. La crisis socioeconómica de 2001 terminó de cincelar esa apuesta que le nutría la llegada a los barrios más vulnerados y empobrecidos de la ciudad.

Los datos que surgen de la investigación dirigida por Mallimaci refleja claramente cómo la presencia del evangelismo en las barriadas marginales era recibida como una respuesta que la iglesia católica no estaba ofreciendo. De hecho el crecimiento notorio de una religión fue en desmedro de la incidencia de la otra.

Pero la lectura que el eseverrismo (primero en la voz del padre; luego en la del hijo) dio al fenómeno se reflejó además en que lunes a lunes, en la mañana temprano se producía en el despacho oficial un rezo colectivo dirigido por el Consejo Pastoral. El mismo Consejo que había tenido un protagonismo fuerte como integrante de la mesa social de la crisis.

A tal punto se fortaleció esa conexión que los pastores formalizaron su participación con algunas candidaturas. Como Gustavo Ortega o Miguel Praiz en acuerdos con una Patricia Bullrich que ya por ese entonces era una de las figuras más notorias de las prácticas saltimbanquis en la política nacional. Le faltaba aún mucho recorrido circense a la actual presidenta del Pro.

Pasear por los archivos periodísticos ofrece algunas perlas. En abril de 2008 la plana mayor del Consejo de Pastores de Iglesias Evangélicas era recibida en el despacho del Intendente. A fines de ese mismo año con la cartelería que identificaba a "Tierra de Avivamiento", Gustavo Ortega, Omar Iturregui y Gerardo Lemos marchaban como contraofensiva durante los calientes días del conflicto ruralista para apoyar a José Eseverri.

Desde los días en que las iglesias evangélicas en la ciudad se diseminaban exclusivamente en las barriadas más empobrecidas, en pequeños galponcitos con una modesta cruz o en edificaciones muy precarias a este tiempo presente hubo grandes saltos cuantitativos y cualitativos. Ya en 2010 la ciudad concentró en la cancha de fútbol de Estudiantes un megaevento que convocó decenas de miles de fieles con pastores llegados desde Salta, Entre Ríos, Chaco, Trelew, varios puntos de la provincia de Buenos Aires y hasta de Bolivia, Brasil y Colombia. Y en el que se escuchaba, como un mantra, la frase –que sonaba a rezo- "Dios va a hacer algo muy bueno en esta ciudad, habrá un antes y un después". La frutilla del postre fue la del intendente, subido al escenario ante decenas de miles de personas congregadas en la calle de ingreso a Estudiantes, entregando la llave de la ciudad al pastor Ortega.

Ya hacía algunos años se había establecido en Olavarría la Iglesia Universal del Reino de Dios. La misma iglesia asociada políticamente con Jair Bolsonaro. La misma de pertenencia del pastor evangélico que fue alcalde de Río de Janeiro y terminó detenido en el marco de una causa por sobornos. La misma que fogoneó en las sombras la destitución de Dilma Rousseff.

Líderes carismáticos que conmueven e involucran la participación de los creyentes en procesos en los que se sienten parte activa. En donde la música, los rituales de sanación, las curaciones y la salvación para quienes están hundidos en historias dolorosas constituyen aspectos que los involucran a fondo. En los que no se sienten ni ajenos ni inferiores. Y no sienten como penoso su aporte económico a través del diezmo porque ese mismo aporte forma parte del círculo que también los salva. Bajo el precepto de que cuanto más grande sea su diezmo, más será lo que dios les devolverá. Hay un carácter mágico que va desde la misma creencia que lleva a cada fiel a una entrega en cuerpo y alma. A los procesos que se viven en cada ritual en el que se podrán, inclusive, exorcizar todos los demonios para expulsarlos definitivamente. Se trata de rescatar al más demonizado en su historia de vida para salvarlo y que se convierta hasta ser el pastor de los demás. Los infiernos más atroces acompañan sus vidas y no es casual el crecimiento de los pabellones evangélicos en cada una de las cárceles. Con circuitos que –a medida de los penales- se asemejan y replican prácticas que se ponen en marcha en los templos en la vida en libertad.

Las oscuridades y la fe

Esa suerte de "apriete", como puede ser analizado sin temor a dudas, de Aciera a Claudia Piñeiro no fue casual. Se deja a salvo al elenco (sólo fustigado en las redes por el pecado de que algunos profesan un kirchnerismo explícito) y al coguionista Marcelo Piñeyro (ella con i; él, con y) y se arrojan todos los dardos hacia quien fue una de las voceras más filosas en la larga lucha por la legalización del aborto. La misma que plasmó en su última novela, Catedrales, la historia de suspenso policial en el que una chica muere por un aborto clandestino. La misma que alzó la voz con inteligencia y profundidad dentro del movimiento feminista.

Pero esta vez fue más allá.

Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti) es el pastor y Elena (Mercedes Morán), la pastora. La corrupción, el abuso sexual, las alianzas políticas destinadas a ampliar el poderío de la Iglesia de la Luz son condimentos esenciales en una ficción en la que fallan algunas actuaciones y hay problemas de guión y en algunos diálogos. Pero no es esto último lo que erizó la piel e irritó a la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina que eligió masacrar a la guionista pero preservar a su socio y a los actores y actrices.

Claramente la historia de El Reino no cuestiona ni la religiosidad ni la fe. Hay personajes como el Pescado, Tadeo o hasta el mismo Remigio Cárdenas que expresan su luminosidad y su creencia genuinamente dentro de la serie. Pero ni los negocios oscuros, ni la mentira y, menos aún el abuso sexual, son mandatos del dios en el que dicen creer un par de pastores y su séquito de obedientes que mueven cada uno de sus pasos para su propio beneficio y para cubrir sus respectivas oscuridades.