Agencia DIB

Lugares viejos o abandonados hay en todas partes. Prácticamente no hay ciudad, pueblo o paraje que no cuente con algún sitio que haya visto días mejores y que hoy atraiga ratas, curiosos y, con suerte, fotógrafos. Pero lo que hay en Arroyo Corto, una pequeña localidad del sur bonaerense, en el partido de Saavedra, es otra cosa. Es una estructura que apenas se mantiene en pie y desde afuera parece cualquier edificio viejo. Pero al entrar la cosa cambia y aparecen símbolos inconfundibles, inequívocos para quien sepa leerlos. Se trata del viejo templo masónico de la logia Unión y Constancia, un rastro tenue pero ineludible de cuando la orden vivió momentos de esplendor en la provincia, allá por mediados del siglo XIX.

Arroyo Corto es una localidad de unos 500 habitantes a mitad de camino entre Coronel Suárez y Pigüé, por la ruta provincial 67, muy cerca del cruce de ésta con la RN 33. El viaiero tiene que tomar un desvío y recorrer unos 5 kilómetros por un camino de tierra hasta llegar al pueblo, que comienza donde están las vías del tren.

Nicolás Colombo es un escritor platense, autor de "Misterios de la Ciudad de La Plata" y conocedor de la historia de la masonería. Visitó el templo abandonado de Arroyo Corto en un viaje por la región, donde tiene parientes, y así se lo contó a DIB.

Relata: "Arroyo Corto tiene una única plaza, la cual está justo frente a la estación de trenes. A una cuadra o dos de allí y por la calle Rivadavia, está el templo masónico. Nosotros preguntamos dónde era y nos dijeron ‘por esta calle seguís una cuadra y vas a ver una pared de ladrillos y un portón grande a la izquierda: pedí permiso que es ahí’. La primera referencia no fue de utilidad porque en esa zona están las casas más antiguas y todas son de ladrillo a la vista, sin embargo, esta era la única con un portón grandote como el indicado. El templo está detrás de una pared por lo cual no se lo ve desde la calle; apenas asoma la parte superior con la escuadra y el compás, la cual está parcialmente tapada por un árbol, por lo cual tenés que ir viendo atentamente".

La escuadra y el compás son los símbolos universales de la masonería y representan, entre muchos significados posibles, la rectitud y la igualdad. Están presentes en tumbas, edificios, escritos y en todo lugar donde la masonería muestra su dominio.

"Nos dijeron que era de alguien que trabajaba en el municipio, así que con permiso no íbamos a tener problema en recorrer el lugar. Como no hay timbres, aplaudimos, y de la casa del fondo salió un hombre al que posiblemente interrumpimos de su habitual siesta de pueblo. Le dijimos que estábamos paseando y se nos ocurrió visitar el templo masónico así que nos dijo que no había problema en recorrerlo, sólo que tuviéramos cuidado porque estaba bastante deteriorado", continúa.

"Como se ve en las fotos -afirma Nicolás Colombo- parte del techo cedió y al entrar agua de lluvia eso va estropeando los tablones de madera del piso. De hecho, hasta había pequeños árboles creciendo dentro del lugar, el cual era usado como un depósito de cañerías de plástico".

Donde el tiempo se detuvo

Las fotos no mienten: el lugar, pese al abandono y la cruel acción de los elementos, conserva su magia. De hecho, es el lugar más visitado del pueblo por aquellos que, como Colombo, se desvían por ese camino de tierra viniendo de Coronel Suárez.

Arroyo Corto en sí mismo es un lugar donde el tiempo parece haberse detenido y se puede ver, por ejemplo, un almacén de ramos generales de 1884. Pero lo que no se detiene en estos días es el tren, y los habitantes del pueblo tienen que irse a tomarlo a Pigüé para, por ejemplo, viajar hacia Bahía Blanca.

Un detalle notable es que el lugar no siempre se llamó Arroyo Corto. Los primeros habitantes vinieron de Turín y, llamaron a la localidad La Torinesa durante unos cuantos años. El nombre actual le viene de un arroyo que nace a seis kilómetros del pueblo y desemboca en la laguna de Guaminí.

Llaman la atención del visitante las líneas art decó del edificio del club La Unión. Durante bastante tiempo se pensó que había sido obra del ingeniero arquitecto Francisco Salamone. Hoy se sabe que no es así. Pero donde sí dejó su huella el gran arquitecto es en el cementerio, donde hay uno de esos Cristos que andan por muchos lugares de la provincia, como Azul, Carhué y Coronel Pringles, y que son la imagen en escala reducida del que está en la entrada del camposanto de Laprida.

En el cementerio hay otra cosa que atrae a los curiosos: la tumba de Dionisio Farías, que resalta porque está compuesta por una columna trunca, con el capitel en el suelo. Este símbolo marca la presencia de un maestro masón, uno de los más altos cargos en la orden.

La tumba tiene una placa que reza: "Sus amigos dedican este recuerdo al bondadoso filántropo y caballeresco ciudadano que dedicó su existencia a practicar el bien. Paz en su tumba". Farías es nombrado como una de las figuras de importancia dentro de la logia arroyocortense y algunos masones actuales lo consideran su fundador.

Columnas abatidas

La logia funcionó en el viejo edificio desde 1901 hasta su cierre durante la década de 1930. En ese momento Unión y Constancia "abatió columnas", es decir, suspendió sus actividades, y los masones se dispersaron.

¿Por qué cerró? En esa época la masonería había entrado en un cono de sombra a nivel global, luego de décadas de destacarse. Mientras que en otros lugares se mencionan generalmente los conflictos con la Iglesia Católica, en Arroyo Corto en particular se cuenta que hubo una mezcla de persecución política, la falta del crecimiento de la localidad y la partida de sus miembros buscando otros horizontes.

Hoy en día el lugar, como contó Nicolás Colombo, se halla en muy mal estado, pero no abandonado. Allí vivió mucho tiempo una mujer de apellido Sttuder, que fue la celosa guardiana del edificio y lo cuidó de intrusos. Parece que a su muerte mucha gente se metió buscando un tesoro escondido que nunca apareció. Hoy en día pertenece a ese empleado municipal que le permitió la entrada al escritor platense. Sobre sus arruinados pisos se acumulan las cañerías de plástico y en los restos del cielorraso anidan los pájaros.

Según un historiador del pueblo, hace un par de años hubo un intento por parte de una logia de Necochea para poner en funcionamiento el viejo templo, pero quedó solo en el proyecto: el edificio ya se encontraba en mal estado y no había dinero para restaurarlo.

Mientras tanto los días continúan pasando y el viejo edificio es consumido por el deterioro pero no por el olvido: es el lugar más famoso de Arroyo Corto, por sobre la preciosa iglesia de Nuestra Señora del Carmen y la estación de tren. Y sus salones, que en tiempos pretéritos alojaban a serios masones de grandes bigotes, hoy son recorridos con cautela por viajeros, curiosos y fotógrafos, todos atraídos por ese sempiterno misterio que emana de una escuadra y un compás. DIB