Una vuelta a la manzana puede ser reveladora. "Hay tres en ésta y cuatro en las dos siguientes", reflexiona Cristian, quien acaba de abrir las puertas de su propia frutería y verdulería en una atractiva esquina de Pueblo Nuevo.

Es que en época de pandemia, cuarentena y nueva normalidad son varios los negocios que intentan sobreponerse y otros los que nacen como consecuencia de la crisis, pero el que más se multiplicó en el país son las verdulerías. Por la baja inversión inicial, la facilidad de instalación y la demanda estable que tienen se han convertido en las "vedettes" de los tiempos del coronavirus. Aunque sin un registro oficial sobre el número de habilitaciones del rubro, salta a la vista su proliferación, igual que el de pollerías y forrajeras.

Desde su "Punto Verde" inaugurado hace un mes y medio, Cristian ofrece su análisis sobre la puesta en marcha de comercios dedicados a frutas y verduras. "En estos meses del año suelen aparecer nuevos emprendimientos de este tipo; después se verá cuántos sobreviven y cuáles quedan en el camino. Pero también está la cuestión de la pandemia, que dejó a muchos sin su puesto de trabajo y con una indemnización en sus manos", junto a "un concepto generalizado de que podés ponerlo con muy poca inversión: comprás unos cajones y arrancás", aunque ese no haya sido su caso.

Singularidad

Definitivamente, "el fenómeno de las verdulerías es muy singular porque el consumo de frutas y verduras fue muy fuerte al comienzo del aislamiento y fue desacelerando su crecimiento semana a semana. Pero el rasgo distintivo es que muchas personas que trabajaban en la informalidad abrieron puestos de frutas y verduras en las puertas de sus casas e incluso rubros que no podían abrir se reconvirtieron para sortear la crisis", puntualiza Damián Di Pace, director de la consultora Focus Market.

"En su momento un IFE alcanzaba para un emprendimiento, pero hoy ya no"

Como consecuencia de esa tendencia hay una "oferta atomizada" y con una competencia "nunca vista". Al igual que lo que observamos cotidianamente en Olavarría, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 200 metros cuadrados a la redonda llegaron a relevar siete verdulerías y en un caso, "una estaba a sólo 25 metros de la otra".

Muchas de esas aperturas tienen que ver desde quienes cobraron el IFE e invirtieron los 10.000 pesos de ese subsidio en una verdulería, como hay varios casos en nuestra ciudad. En este sentido, la referente de Juntemos las Manos, Norma López, admite que entre las familias que ayuda existen por lo menos ocho personas que pusieron, en total, seis verdulerías, porque en dos casos se asociaron. "Es que la verdulería tiene costos bajos y aquí pueden proveerse de mercadería en los emprendimientos quinteros de los alrededores" mayoritariamente gestionados por familias bolivianas.

"Algunos las instalaron en sus propias casas y otros alquilaron un espacio, después de haber estudiado que no hubiera comercios similares en el sector", grafica Norma López, quien conoce otros emprendimientos surgidos con la misma metodología. "Hay otro muchacho que invirtió en condimentos y sale a vender a la calle, alguien que vende ropa usada y en Villa Mi Serranía pusieron una feria de ropa, donde también ofrecen artículos de limpieza", amplía.

Ilma, su mamá, cuenta a este Diario en la soleada mañana del sábado que "fueron varios rubros los que pusimos en la balanza: un almacén no, ¿un kiosco 24 horas? está lleno; de carnicería y panadería no sabemos nada y además, requiere infraestructura. Pero cuando optamos por la verdulería, nos empezó a costar conseguir un local, porque a esto le dicen ´negocio sucio´. Por eso, acá tratamos de mantenerlo impecable y con productos de calidad".

Este emprendimiento familiar incluyó mucho estudio previo: el sondeo de la zona, el hecho de localizarlo cerca de un supermercado porque la gente tiene la convicción de que en la verdulería cercana es más barato y sobre una avenida, porque es más visible y hasta los cambios de verduras según la estación. Los incrementos de precios, sin embargo, son otra cosa. Y hacen que a veces, sólo se pueda cubrir los gastos.

De expectativas

Cristian tiene experiencia como vendedor de salón y viajante. Abrió las puertas de su verdulería "con las mismas expectativas con las que arrancamos todos: que esto funcione". Claro que conciente de que un 80% de lo que invirtió lo destinó a la estética del lugar, como para diferenciarse del resto. La mercadería se llevó el 20 restante y en su opinión, "en su momento un IFE alcanzaba para un emprendimiento, pero hoy ya no". Simplemente porque un cajón oscila entre los 900 pesos (la mandarina) y los 2.000 pesos, en el caso de la manzana de primera calidad.

El sol tiene que salir para todos

"La verdad es que aquí, los mayoristas tienen el monopolio: cada uno maneja varios locales" que "acrecientan cuando los emprendedores menores tiran la toalla". A su juicio, los verduleros "ganamos apenas un 30% sobre el valor de compra. En realidad, marcamos con un 50% y tenemos que tener en cuenta las pérdidas, mientras que a nivel mayorista, desde el Mercado Central hasta la ciudad, esas marcaciones son del 120%". Eso no es todo: suele pasar que "comprás, vendés y cuando querés reaprovisonarte, el precio se fue a las nubes" o, por el contrario, tener que vender a un precio menor al que se adquirió, porque los valores cambiaron o, sencillamente, porque el producto ya no admite más tiempo en la góndola. "En esta crisis, el que aguanta, zafa", grafica.

  • La competencia es inédita. Y no deja de remitir a los kioscos de los tiempos de Menem, cuando las indemnizaciones fueron volcadas mayoritariamente a ese tipo de comercios. Con 17 años de trayectoria en el rubro y el comercio sobre una avenida, Jorge siente que, en realidad, se trata de "falta de códigos". Es que a poco de iniciarse la pandemia, una verdulería y frutería se instaló sobre la vereda de enfrente, a poco menos de 50 metros de su local. "Entiendo que el sol tiene que salir para todos", reflexiona el comerciante, admitiendo que "uno se incomoda y además, lo siente, porque a la gente le gusta probar el sabor de lo nuevo".

Lo dicho: la verdulería permite una instalación rápida, simple y poco costosa, que ya no son los 10.000 pesos del IFE, claro está. "La inversión es baja porque el producto puede ser la estrella, bien presentado gana protagonismo. No hacen falta heladeras como si fuera una carnicería o una fiambrería que requiere de otras herramientas", apunta un especialista en la materia.

El circuito termina siendo desleal, por más que todo estamos tratando de sobrevivir

Como si eso fuera poco, con los cambios de hábitos de consumo, con la gente que cocina más en su casa, la demanda de estos productos frescos aumentó: "Es un negocio bien de cercanía, para las compras del momento que se abastecen en mercados que concentran la oferta, lo que también facilita y que permite una reposición diaria del dinero", finaliza.

La voz de la experiencia

"Nosotros lo atribuimos a que con poca plata, los cajones y una balanza, abrís un local", asegura Antonio Fernández desde Los Mendocinos, una frutería y verdulería que nació en 1980 de la mano de su padre.

"Además, no se precisan herramientas: podés comprar varios cajones de la verdura más barata y dos de lo más caro, y con eso ponés en marcha un negocio", aunque claro está, no siempre con toda la documentación que se requiere, sobre todo en esta época de pandemia que inmoviliza la administración pública. "A la largo, eso nos termina perjudicando a todos, porque el circuito termina siendo desleal, por más que todo estamos tratando de sobrevivir".

Desde la experiencia, Antonio asume que no siempre se tiene en cuenta que aquí, "se trata de materia perecedera y si no tenés una cámara, ahora que empieza el calor, la pérdida (o merma) será importante, aun cuando las verduras de hoja se la puede ir comprando diariamente a los quinteros de acá", analiza en referencia a lechugas, acelga, espinaca, perejil y verdeo.

Con años de trayectoria en el rubro, Antonio admite que en su caso, utiliza el transporte propio. "Vamos a la producción, según la época del año. Ahora se terminan los viajes a Río Negro, de donde traíamos manzana, el zapallo, la cebolla, la zanahoria y peras. Y en unas semanas empezamos a viajar a Mendoza, porque empieza la temporada del durazno. En el medio, intercalamos las idas al Mercado Central, donde todo se maneja según la oferta y la demanda: si hay mucho, vale dos pesos, pero si escasea, pasa lo que sucedió estos días con el tomate, el morrón rojo y el zapallito", cuyos precios se dispararon.

Hay una a favor: el precio no es estacionario, que sube y ahí queda. "Acá es por zonas y lo que hoy se escapó, mañana puede volver a tener un precio razonable", finaliza.