En una entrevista concedida a EL POPULAR Medios en enero del 2015 , la olavarriense Josefina Donadío aseguraba que vivía sus día entre la paz y la naturaleza de Ilha Grande, en Brasil, a dos horas y media de Río de Janeiro.

Ahora, el diario La Nación acaba de reconocerla, junto a su socia, por el emprendimiento gastronómico que las une: Las Sorrentinas, donde se hacen las mejores pastas de la isla.

La nota en La Nación

Se conocieron en la isla hace diez años, cuando llegaron para probar suerte, un verano, "sólo por la temporada", pensaban. Ana Bolo Bolaño, hoy 35 años, había estudiado producción de televisión en TEA y trabajaba como asistente de famosos, por ejemplo, para Jésica Cirio. Josefina Donadío, hoy 36 años, había hecho la carrera de chef en el Lycée, también estudió hotelería, y siempre supo que Buenos Aires no era para ella, buscaba algo más tranquilo, tal vez más parecido a Olavarría: "De donde soy, o era. Hoy soy de acá".

Trabajaban en posadas diferentes, pero se hicieron amigas enseguida. "No eramos tantos argentinos en esa época, así que los que estábamos acá pasabamos mucho tiempo juntos", cuenta Josefina, que luego de trabajar 5 años para la posada de su tía, pudo alquilar el espacio y empezar a administrar ella misma las nueve habitaciones de Pousada Paloma. "Jose hacía unos sorrentinos buenísimos, y siempre pensábamos que en Ilha Grande faltaba un restaurante de pastas, así que decidimos abrirlo juntas. Me fui de viaje dos meses por Indonesia, y cuando volví nos pusimos en marcha", recuerda Ana.

En la carta hay cinco tipos de sorrentinos, una opción de ñoquis, otra de spaguettis, y nada más. Claro que hay distintos tipos de salsas, caipirinhas, fernet y algunos postres, pero el éxito del restaurante radica en su propuesta simple y muy diferente a todo lo demás que se ofrece en esta isla, la más grande de Angra dos Reis, en el estado de Río de Janeiro. "La logística es más o menos complicada al estar lejos del continente, pero los sorrentinos son fáciles de hacer, almacenar, trasladar. El 100% de lo que ofrecemos es casero, y nunca tiramos comida", dice Josefina.

Las Sorrentinas ocupó por muchos años el primer puesto en TripAdvisor, y actualmente se encuentra en el segundo lugar; también está entre los recomendados de la guía Lonely Planet de Brasil. Se mantiene abierto durante todo el año y en temporada alta sirve entre 40 y 90 cubiertos por día. "Cuando empezamos íbamos a la puerta a decirle a la gente que ahí arriba había un restaurante. Hacíamos absolutamente todo nosotras dos, cocinábamos, atendíamos las mesas, hacíamos las compras. hoy tenemos entre 7 y 8 empleados, y nos turnamos para venir al salón una noche cada una", explica Ana, e insiste en esta última parte para hablar de la calidad de vida que reina en Ilha Grande. "Acá trabajás a 5 minutos de donde vivís, y el trayecto lo haces a pie, por la playa".

Arrancaron el emprendimiento porque notaron que faltaban buenas pastas en la zona Arrancaron el emprendimiento porque notaron que faltaban buenas pastas en la zona Crédito: Gentileza Las Sorrentinas

Los sorrentinos preferidos por las dueñas son los rellenos de salmón y los de abóbora (calabaza) con queso. Y el postre de las dos, brownie con helado. "Al principio los brasileños se mostraban un poco reacios a la propuesta, pedían los fideos a desgano, y uno tenía que convencerlos de animarse a probar algo diferente, las masas rellenas. Pero una vez que comían los sorrentinos, volvían", dice Josefina. En los últimos años les ofrecieron abrir franquicias de Las Sorrentinas varias veces, en Búzios y Cabo Frío, pero todavía no se animan, quieren cuidar la marca, asegurar el nivel de calidad y atención al público. "Quizás más adelante", dicen al unísono, y afirman con la cabeza.

Los brasileños primero miraban con desconfianza y se enamoraron de la comida Los brasileños primero miraban con desconfianza y se enamoraron de la comida Crédito: Gentileza Las Sorrentinas

Del éxito, Ana y Josefina coinciden en que lo mejor es el día a día en Abraão, el pueblo con más movimiento de Ilha Grande. Fue acá que Ana conoció a quien es su marido y el padre de su hijo Felipe, de tres años; donde Josefina encontró la tranquilidad y seguridad a la que estaba acostumbrada cuando era chica en Olavarría; donde pueden entrar todos los días al mar y no cerrar la puerta con llave cuando se van a dormir; donde no hay autos (sólo una ambulancia, una moto de policía y los bomberos), así que andan a pie o en bicicleta, y Ana puede dejar correr a Felipe libre, sin miedo a que lo roben, atropellen o maltraten. "Te das cuenta de lo bueno que está cada vez que tenés que volver a una ciudad, sea Angra, Río o Buenos Aires. La vida en la isla es poco materialista, poco consumista, es simple, uno se siente libre".