"Fotocopiar un libro está prohibido, es un delito, pero ha ganado tanto espacio que hoy son los dueños del mercado, al punto que han cerrado editoriales, cada vez hay menos, y cada vez son más los que se plantean seguir publicando libros" dijo.

"Una editorial debe pagarles a los autores, a los gráficos, a los editores, a los correctores, a los promotores, a los expresos. La cadena del libro mantiene a más de 200 mil familias en el país, y así no puede seguir" subrayó.

"Para la editorial que yo trabajo, Santillana, somos 2 mil familias y estoy por perder un laburo de 21 años por una razón obvia: el mercado se ha achicado terriblemente a manos de los fotocopiadores. Las editoriales no pueden hacer nada, porque pasa lo mismo que sucedía hace unos años con la venta de casetes, los videos o CDs, y el Estado está absolutamente ausente" recalcó.

En este punto, involucró a los "docentes, que desde hace un par de años son los que fomentan a los chicos para que hagan fotocopias. Ahí perdemos la guerra definitivamente".

"En cuarentena las fotocopiadoras siguieron abiertas. Hacer un libro tiene un costo de 500 pesos, nosotros los vendemos a 700 pesos, o sea que el margen de ganancia es muy poco. Se hacen fotocopias color de los libros, los venden a 500 pesos, que es nuestro costo, pero a ellos les cuesta 120 mangos".

"Ganan fortunas, no las cierran, no las clausuran y además en cuarentena estuvieron abiertas porque muchas funcionan en kioscos. Durante el aislamiento salí un par de días para hacer compras, y me enfermaba al ver las colas que había en las fotocopiadoras" disparó De Beláustegui.