Por Francisco Bariffi

Irrumpió papel picado en la somnolienta plaza del pueblo. Y la fiesta no sólo se opuso a las ruinas truculentas de las joviales vibraciones de ayer y hoy. Fue una fiesta-otra, una positividad en sí misma. Bordados, brocados y lentejuelas violetas. Jean rasgado, cuero negrísimo y lamé brillante, gaza oscura y botas verdes, y tacos, y culos al aire y piernas peludas. Las caderas rotaron y, no sin barbijos especialmente confeccionados para la ocasión, las bocas se abrieron y las voces pintaron de arcoíris los oídos de quienes pasaban cerca con cantos que no sólo aludían a sexualidades no tristes. 28 años, seis meses y siete días antes, poco más de 250 personas caminaban por la Avenida de Mayo en la primera Marcha del Orgullo del país -que en su edición del 2019 reunió a más de 500.000 personas-, bajo la consiga "Libertad, igualdad, diversidad".

Hubo bailes y roces, risas y ruedos: movimientos que desafiaron el acuerdo cotidiano de los cuerpos y su andar sobre las baldosas blancas, negras -¡y grises!- de la misma plaza desde la que se observan los bancos, la iglesia, el municipio y las luces plomizas de los patrulleros. Las aproximadamente 300 personas que ayer fuimos a la marcha salimos de alguna de las casas que se desparraman por la ciudad y, en vez de seguir un rumbo normal e individualizado, por calles en que parte de lo que cada unx ha elegido para sí es todavía, en muchos casos, ilegible, nos juntamos en la plaza, a plena luz de día, y festejamos esas elecciones, expresiones y nombres de cada unx.

Las consignas que nos congregaron esta primera vez fueron "Basta de odio LGTTTBIQNBP+", "Reconocimiento a nuestros derechos y experiencias de vida!" e "Implementación del Cupo Laboral Travesti Trans YA!". Y no sólo nos reunimos a 28 años de la primera marcha del orgullo en el país. Nos reunimos a 51 años de Stonewall, a 10 años de la legalización del matrimonio igualitario, a 8 años de la sanción de la Ley de Identidad de Género y a semanas de que el proyecto de Cupo laboral Trans fuera dictaminado para poder ser tratado y convertido en ley en todo el país. Pero también lo hicimos sin que el Municipio de Azul colaborase con los recursos que había prometido, y, lo que es más importante, sin que siquiera cooperase con el plan de cuidados sanitarios que por nuestra propia cuenta pensamos y llevamos a cabo para protegernos durante la marcha. Lo hicimos a semanas del asesinato de Enzo Aguirre, después de un año con 105 travesticidios y siendo habitantes de una ciudad en que sería novedoso encontrar que se generalicen el respeto por las diferencias individuales y la atención al bienestar colectivo.

Redes y alianzas

En los márgenes y periferias de Azul, sin embargo, hubo durante los últimos meses profundo activismo -incluso a pesar de la relativa quietud que provocó la pandemia-. Hace exactamente un año se celebraba el Akelarre Cuir, un evento que Patricio Ruiz -de Putite de Mamá- llevó a cabo junto a otrxs artistas como Vicente Quintreleo, Angie Ruiz y Lucas Uriel. Esa noche Patricio se despidió del escenario con la ilusión de organizar la primera marcha del orgullo en la ciudad. Mientras lo entrevistaba para hacer una nota periodística sobre el evento, ignorábamos que un año más tarde la ilusión se iba a estar materializando. En esa nota, Patricio decía que El Akelarre nacía "por una necesidad de reunión y creación de redes entre disidencias y corporalidades diversas de Azul". En palabras de la filósofa Judith Butler, podríamos hablar de la necesidad de alianza entre aquellxs que juntxs resisten a la precarización que la violencia política, social y cultural produce en quienes tienen preferencias afectivas y expresiones de género minoritarias o cuerpos que no responden a figuras idealizadas y legitimadas.