!Aleluya! El Presupuesto General del Estado 2025 hizo su gloriosa aparición, y con él, la ilusión de un país pintado en tonos pastel. Pero, antes de sumergirnos en las fantasías oficiales, hagamos un ejercicio de cordura: ¿qué tal si evaluamos el 2024? Sí, ese año que prometió mucho y entregó… bueno, ya veremos.

Vamos por partes, como diría cierto célebre descuartizador. En este 2024, el PGE nos aseguró que creceríamos un robusto 3.72%. Spoiler: con mucha suerte, y si contamos las propinas, llegaremos al 2.5%. Sobre la inflación, proyectaron un bucólico 3.72%. Pero, a menos que los chefs del INE consigan otra receta mágica, superaremos cómodamente el 10%. ¡Todo un récord en la categoría “mejor improvisación estadística”!

¿Y el tipo de cambio? Nos vendieron un rango entre 6.86 y 6.96. Técnicamente, no mintieron: el dólar sigue fijo… pero desapareció. Hoy, su paradero más probable es el mercado paralelo, donde cotiza a 12 Bs., convirtiéndose en el unicornio de nuestra economía.

El déficit fiscal, según el guion, sería del -9% del PIB. La realidad, menos optimista, lo empuja por encima del 10%, una cifra que no sorprende pero igual inquieta. ¿Y la inversión pública? Los mismos 4,000 millones de dólares que se anuncian con bombo y platillo cada año. Eso sí, ejecutados, probablemente, ni la mitad. Consistencia ante todo, ¿verdad?

Y ahora, con ese contexto tan alentador, llega el PGE 2025: otra oda a la negación y al escapismo creativo. Crecimiento del 3.5%, inflación del 7.2%, déficit fiscal del -9.2% y el tipo de cambio inmutable, mientras el dólar ya escala al Everest. Por último, la inversión pública, otra vez, mágicamente 4,000 millones. ¡Qué audacia! Sin duda, un presupuesto para soñadores con mucho cuero… y poco contacto con la realidad.