Capítulo 17: A media luz
Lautaro, molesto por la prepotencia con la cual Peralta se había llevado a Victoria delante de sus narices, intentó ir detrás de ellos. Su hermana, para salvarlo de una situación que los dejase en ridículo, se lo impidió tironeándole la manga del saco.
-¿Dónde vas, Lautaro? -lo increpó-. Si la policía quiere hablar con Victoria, es mejor no intervenir. -Ella también tenía curiosidad de saber qué buscaba el comisario con su amiga, pero su misión, en ese momento era procurar que el lanzado de su hermano no metiera las narices en donde no debía. Su afán de saber qué pasaba, podía esperar. Victoria tendría mucho que contarles.
Lautaro se resistía a obedecer a su hermana menor.
-Volvamos a la mesa, por favor -insistió Estelita, empujándolo lejos del escenario y, sobre todo, del lugar en donde el comisario Peralta se había llevado a Victoria para hablar con ella.
Ocuparon nuevamente su sitio y Lautaro pidió un trago. Necesitaba sacarse ese sabor amargo de la boca y de paso, aplacar la rabia que le carcomía las entrañas. ¿Qué esperaba la orquesta para hacer sonar sus instrumentos? ¿Por qué Santibáñez no obligaba a Victoria a subir al escenario para seguir cantando? Cualquier cosa era mejor que saberla cerca de ese tipo. Cuando acabó el vaso de whisky, pidió otro. Esta vez, hizo caso omiso a la advertencia de su hermana y se lo bebió de un solo sorbo. Si esa noche deseaba emborracharse, nadie se lo iba a impedir, mucho menos Estelita y sus inoportunos consejos.
*
-Le pido perdón por mi exabrupto, señorita Gardelia, pero ese muchacho tiene la molesta costumbre de sacarme de mis casillas -fue lo primero que dijo Martín Peralta después de arrastrar a Victoria hasta uno de los rincones del cabaret.
Victoria, aturdida y algo acalorada, se dio cuenta en ese instante que el comisario todavía no la había soltado. Tenía la mano alrededor de su muñeca y la apretaba suavemente. Ese contacto, algo violento al principio, ahora le provocaba un espiral en la boca del estómago.
-¿Conoce a Lautaro?
Peralta asintió. No le causaba ninguna gracia que se refiriera al periodista con tanta familiaridad. ¿Lo que pasaba por su cabeza en ese momento confirmaría sus sospechas? ¿Serían más que amigos? No debería importarle la vida amorosa de Madariaga, sin embargo, sabía que le caería como un balde de agua helada descubrir que había entre ellos algo más que una amistad.
-Hemos coincidido en varias oportunidades... más de las que quisiera recordar -dijo. Muy a su pesar, la soltó cuando percibió que estaban llamando demasiado la atención.
-¿Qué es lo que quiere, comisario? -le preguntó ella, tratando de entender qué estaba haciendo allí, a oscuras, con un hombre que apenas conocía pero que tenía el poder de perturbarla como nunca nadie lo había hecho antes.
Peralta, por primera vez en su vida, se quedó sin palabras. No sabía qué responderle porque la verdad era que ni él mismo podía explicarse qué lo había orillado a apartarla de los demás para estar a solas con ella. Trató de pensar en una respuesta coherente, o al menos, una que no la hiciera huir espantada de su lado.
-Estoy investigando el asesinato de Rosa Cardozo. La muchacha trabajaba en este lugar y he venido junto con mi compañero -señaló con el dedo al oficial Rivas- para interrogar a todos los que la conocían.
-Entonces pierde su tiempo conmigo, comisario. Hoy es mi primer día en La Nuit y lo único que sé del caso es por el diario. Lautaro es quien escribe la crónica policial para las páginas de El Popular -repuso Victoria.
-Así es... y precisamente por esa razón es que hemos tenido algunas diferencias -le explicó, sin apartar ni un segundo la mirada de su rostro. -No es bueno que la prensa se involucre demasiado en nuestros casos. Puede resultar perjudicial, sobre todo, en las primeras instancias de la investigación.
En ese momento, Victoria vio por el rabillo del ojo que Felipe Santibáñez estaba llamando su atención.
-Debería regresar al escenario...
-¡Espere, no se vaya todavía! -le pidió Peralta, negándose a la idea de que se fuera tan pronto. Le agradaba su compañía y aunque el parecido con Alcira ya no le parecía tan notorio, había algo en ella que le hacía olvidarse de todo lo que lo rodeaba. Era una sensación nueva a la cual no estaba dispuesto a renunciar-. ¿Podría esperarla y acompañarla luego hasta su casa?
La pregunta del comisario la descolocó.
-He venido con mis amigas y con ese periodista que lo saca de sus casillas -dijo en un tono burlón. Por dentro, se estaba muriendo de los nervios-. No sería correcto dejarlos para irme con usted, ¿no le parece? ¿Qué excusa les daría?
-Tiene razón -concedió de mala gana-. ¿Y mañana? Supongo que volverá a deleitarnos con su voz.
-Supone bien. Cantaré todas las noches, menos los domingos. -Ni siquiera supo por qué le estaba dando esa información. ¿Acaso quería que viniera a verla cada vez que ella cantaba?
-Entonces vendré mañana.
Victoria sonrió y se arregló la melena platinada para ocultar el rubor en sus mejillas. La afirmación del comisario Martín Peralta le sonó a promesa... y mientras caminaba de regreso al escenario, deseó que él la cumpliera. Tras intercambiar un par de palabras con los músicos, la orquesta ejecutó los primeros acordes de Cuando tú no estás, tango grabado por Gardel en marzo de ese año y que había incluido en el repertorio de su recital en el Cine-Teatro París.
*
Esa noche, el debut de Gardelia fue todo un éxito. La joven de cabellera platinada y voz aterciopelada había logrado conquistar al público olavarriense con su magnífica interpretación de la música arrabalera, poniendo el alma en cada canción.
Esa noche, Victoria Insaurralde, dedicada bibliotecaria y cantante apasionada, se convertía en el preciado botín de guerra entre dos hombres que no se soportaban pero que habían caído presos de su encanto: Lautaro Madariaga y el comisario Martín Peralta.
Esa noche, inexorablemente, Victoria la bibliotecaria y Gardelia la cantante, sin saberlo, se habían puesto en el punto de mira de un asesino.
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