Le complacía saber que recibiría una reprimenda por haber llegado con retraso. Estaba cansada de que la tal Gardelia no solo se hubiese convertido en la estrella indiscutida de La Nuit; también tenía que soportar que su socio ahora le prestase menos atención porque vivía pendiente de cada uno de sus movimientos. Sin que nadie se diera cuenta, se dirigió hacia el despacho de Santibáñez y se acercó con cuidado para enterarse lo que sucedía al otro lado de la puerta.

*

-Lamento haber llegado tarde, señor Santibáñez. Surgió un imprevisto de último momento, pero le aseguro que no se va a volver a repetir -se justificó Victoria sin entrar en detalles. Las palabras pronunciadas por Lautaro todavía retumbaban en su cabeza, aturdiéndola. Tenía ganas de salir corriendo, de encerrarse en su habitación y olvidarse de todo, pero no podía hacerlo. Renunciar a su sueño ahora que lo había alcanzado no era una opción. Esa noche, Victoria debía quedar relegada a un segundo plano para que Gardelia volviese a brillar en el escenario. Respiró hondo y trató de sonreír-. Si lo prefiere, puedo agregar un par de temas al repertorio para compensar mi tardanza.

Santibáñez hizo un ademán con los brazos y las cenizas de su cigarro cayeron encima del escritorio. Las barrió de un manotazo y la miró directamente a los ojos.

-No te preocupés, Victoria. Entiendo que a veces se nos atraviesa alguna razón poderosa que impide que cumplamos con nuestras obligaciones a tiempo -le dijo, mostrándose comprensivo-. Lo importante es que ya estás acá y tu público te espera ansioso. Te noto un poco nerviosa... ¿estás segura de que podrás cantar esta noche?

Victoria se apresuró a contestar.

-Solo necesito subir al escenario para olvidar todos mis problemas -le aseguró.

-¡Perfecto! A pesar de tu juventud y tu escasa experiencia, te portás como una verdadera artista. -Se inclinó sobre el escritorio y le rozó la mano-. Eso me gusta de vos. Vas a llegar muy lejos, Gardelia y voy a tener la dicha de haber sido el artífice de tu éxito.

Victoria, sorprendida por su repentina efusividad, no dijo nada. Cuando Santibáñez abandonó su silla con la clara intención de aproximarse a ella, se puso de pie rápidamente. No quería ser mal pensada; sin embargo, prefería mantener la distancia y evitar cualquier problema con él.

Santibáñez supo disfrazar su decepción con una sonrisa afable. No estaba acostumbrado a que las mujeres lo rechazaran. La paciencia no era su mayor virtud, pero no le importaba esperar lo que hiciera falta para tener a Gardelia comiendo en la palma de su mano.

-Antes de que te vayas, quería avisarte que un periodista del diario me llamó esta tarde.

Victoria pensó de inmediato en Lautaro. Cuando Santibáñez le dijo que se trataba de un cronista de espectáculos, recordó al joven que se le había acercado hacía apenas un par de noches después de oírla cantar. Tenía su tarjeta guardada en algún lado.

-Quiero una nota en El Popular para que todos conozcan a Gardelia. Me ofreció publicarla esta misma semana. -Era evidente que la idea lo entusiasmaba mucho-. Vas a ir a ver a un amigo mío para que te haga unas fotos...

Victoria lo escuchaba en silencio. ¿Una nota en el diario? ¿Con fotos? ¡Santibáñez no podía estar hablando en serio!

-Señor, eso no es posible. Usted sabe que Gardelia y Victoria viven en mundos diferentes. Mis tíos ignoran lo que hago por las noches cuando me escapo de casa. Si ven la nota en el diario, mi identidad quedará expuesta.

-Ya pensé en eso y no es mi intención ponerte en evidencia con tu familia -la tranquilizó. -El fotógrafo te espera mañana a la tarde y Pagano, el periodista, pasará a la noche para hacerte la entrevista. -La escoltó hasta la puerta-. Dejá todo en mis manos, Victoria. Nadie descubrirá quién se esconde detrás de la enigmática Gardelia.

Victoria no estaba tan segura; aun así, sabía que no le quedaba otra opción. Aunque algo en su fuero más íntimo le gritaba que era un hombre peligroso, debía confiar en Felipe Santibáñez.

Se encerró en el camerino para prepararse y unos minutos después subió al escenario acompañada por el aplauso del público. Sus amigas habían ocupado una de las mesas del fondo. Lautaro estaba con ellas. Apartó la mirada cuando descubrió que la observaba. Mientras las notas del primer tango empezaban a caldear el ambiente, buscó al comisario Peralta entre los presentes. No había venido y Victoria no supo cómo lidiar con su ausencia. Intentó abstraerse del mundo que la rodeaba y concentrarse en su interpretación, pero cada vez que cerraba los ojos, se le aparecían los del comisario. Cuando la actuación de esa noche llegó a su fin, Gardelia se bajó del escenario a toda prisa y, alegando un terrible dolor de cabeza, consiguió evadir a la gente que se le acercaba para felicitarla. Abandonó el cabaret sin despedirse de Santibáñez, bajo la atenta e iracunda mirada de su socia. Esperó en la vereda a que salieran sus amigas y se subió al Ford A. El viaje se hizo en el más absoluto de los silencios. Victoria no tenía deseos de hablar y ni uno de ellos quería importunarla con sus preguntas. Evitó cruzar su mirada con la de Lautaro en todo momento y ni bien el auto se estacionó en la esquina de su casa, se bajó tras saludar a todos con un apagado "Buenas noches"

Permaneció un rato en la vereda hasta que el Ford A desapareció entre el humo y la niebla. Hacía frío; sin embargo, no le importó que el aire helado traspasara la gruesa tela de su abrigo. Un bocinazo lejano la sobresaltó. Respiró hondo y enfiló hacia la casa a paso firme. Estaba a punto de abrir el portón de rejas, pero una sombra que se recortaba contra la pared, la obligó a detenerse. Se volteó muy despacio, y cuando el corazón se le agitó en el pecho, supo que era él.