Encima, tenía que aguantar que el comisario Peralta, quien andaba encaprichado con su cantante estrella, se le apareciera de sorpresa una noche sí, y la siguiente también. No quería arrepentirse de haber descubierto a la muchacha. Gardelia le dejaba muy buenos dividendos y hasta había atraído a nuevos clientes. No podía prescindir de ella, era una mina de oro y si el negocio se le hundía, podría hacer mucha plata explotando su talento. Era cuestión de tener un poco de paciencia. La muchacha había sido elogiada, nada más y nada menos, que por el mismísimo Carlos Gardel. Esa especie de padrinazgo tendría que resultar beneficiosa en algún momento. Movería algunos hilos, haría un par de llamadas a los contactos correctos y Gardelia saltaría a la fama a nivel nacional. Confiaba en que la nota que le había prometido Pagano en El Popular, fuese la punta del ovillo para que terminara cantando en algún teatro de Buenos Aires o consiguiera una audición en Radio Splendid. Y él, como el artífice de todo aquello, se llevaría una buena suma de dinero. Aplastó el cigarro en el cenicero y alzó la vista cuando Mirna entró al despacho.

-Otra vez Peralta rondando por acá -le avisó, con mala cara-. Basta que vuelva tu cantante favorita para que él y el periodista de cuarta ese, se peguen a su trasero como moscas a la miel.

Felipe sonrió ante su ocurrente comentario.

-¿Madariaga también está?

-Claro. También su hermana y la otra chica que siempre viene con ellos.

-Ya no sé cómo sacarme al comisario de encima. Tengo la sensación de que no ha venido solamente para cuidar su mercancía. -Se rascó el pelo engominado-. Te apuesto una botella de grapa que esta noche no nos salvamos de un interrogatorio.

Mirna aceptó. Peralta no solía dar puntada sin hilo y seguramente comenzaría a hacer preguntas incómodas. Esperaba que se entretuviera todo el tiempo posible escuchando a Gardelia para prepararse. Era mejor pensar dos veces lo que iba a decir cuando le preguntase por los últimos días de vida de Tita.

-Sacate de encima a la señorita fifí y mataremos tres pájaros de un tiro -le sugirió, tocándole el brazo-. No solo el comisario es un incordio. Ese periodista entrometido puede terminar descubriendo alguna cosa que no nos convenga y salir en los titulares del diario. Tenemos que andar con pie de plomo, yo sé lo que te digo.

Santibáñez le devolvió el gesto con una caricia en la mano.

-No voy a matar a la gallina de los huevos de oro, Mirna. Esa señorita fifí como vos la llamás, nos puede llenar los bolsillos de plata. -Miró el reloj. En menos de diez minutos empezaba su show-. ¿Has visto a Julio Pagano entre el público?

Mirna asintió.

-Bien. Gardelia no se marchará a su casa hasta no hacer esa dichosa nota. No quiero que solo salga en El Popular; tengo un amigo que trabaja en La Prensa y me debe un favor. Haremos que el Zorzal la lea. ¡Quién te dice y la invita a cantar con él en el Teatro Ópera! ¿Te la imaginás a nuestra Gardelia en plena avenida Corrientes, con su nombre brillando en las marquesinas!

Mirna no dijo nada, simplemente se limitó a asentir con la cabeza. Felipe pretendía volar muy alto y el día de su caída, no iba a poder soportar el golpe. Gardelia nunca llegaría a la avenida Corrientes; no si ella se metía en el medio para impedirlo. Esa señorita fifí que soñó con convertirse en cantante de tangos, también terminaría tirada en el suelo. Salió del despacho dando un portazo. Las ínfulas de empresario de su jefe la ponían de muy mal humor. Fue hasta donde se encontraba Pagano y le avisó que después del show, se quedara para hacerle la nota a Gardelia. Se sentó en el bar, pidió una copa y clavó sus ojos en la mesa que ocupaban los amigos de la cantante. Ella y el comisario, no estaban por ninguna parte.

*

Martín no podía dejar de besarla. Allí, entre sus brazos, ni siquiera le importaba que hubiese llegado acompañada por Madariaga. La reacción de estupor en el rostro del periodista cuando Victoria lo ignoró para irse con él, le había bastado para saber a quién prefería. Lautaro Madariaga podía valerse de la complicidad de su hermana para acercarse a Victoria; pero jamás gozaría del privilegio de tenerla. Ahora estaban encerrados en su camerino, para poder estar un rato a solas antes de subir al escenario.

Victoria se apartó un poco y lo miró a los ojos.

-¿No estás molesto porque he vuelto al cabaret?

-Debería. -Peralta le acomodó el sombrero que, en el fragor de los besos, se había movido hacia atrás. -Sin embargo, es imposible enojarse con vos, galleguita...

-¡No soy gallega! -saltó ella, haciéndose la ofendida. -Soy tan argentina como vos. El hecho de que haya vivido tantos años en España no me hace menos rioplatense.

A Martín le causó gracia cómo se esforzaba en imitar ese lenguaje barrial que se estilaba en el tango con su encantador acento español.

-¿Ahora te ríes de mí? -Le dio la espalda y se cruzó de brazos.

Peralta volvió a acercarse. La sujetó de la cintura y la sorprendió con un beso en el cuello.

-Adoro tu manera de hablar y esa arruga que se te forma en la frente cada vez que te enojás.

-¿Insinúa que debo enojarme más a menudo, comisario? -le agradaba cuando tomaba la iniciativa, ya sea para robarle un beso o decirle algo bonito. Lo miró a través del espejo y, cómo quien no quiere la cosa, preguntó: -¿Hay novedades en la investigación? Yo puedo tratar de averiguar qué hizo Tita los días previos a su muerte...

Peralta la obligó a darse vuelta y la asió del mentón.

-Ni se te ocurra, Victoria -le advirtió-. Para eso estoy yo. Apenas termine tu show hablaré con Santibáñez y con quien haga falta. Hemos descubierto que Tita tenía en su poder una importante suma de dinero. Veremos si alguien en el cabaret sabe de dónde lo obtuvo.

Victoria asintió solo para dejarlo tranquilo. Esa misma noche Indagaría entre las muchachas y él ni cuenta se daría.