Clavó la mirada en la medalla, como si así pudiera descifrar el camino que había recorrido hasta terminar colgada en la reja de su casa. Lo único que tenía claro era que la había perdido en su trabajo; por lo tanto, era allí en donde debía enfocar su "investigación"

Resolvió dejar cualquier temor a un lado y continuar con el plan que le había propuesto a Martín. Quizá lograra descubrir quién le había quitado la medalla y con qué propósito. No podía quedarse en su habitación, esperando.

Abrió el armario y revolvió entre sus ropas hasta encontrar el vestido que luciría esa noche. La persona que quería amedrentarla no la vería asustada. No iba a darle ese gusto.

Unos suaves golpes en la puerta provocaron que diera un respingo.

¡Cálmate, Victoria! Se dijo, mientras recuperaba el aliento.

-Señorita, tiene una visita -le anunció Corina, percibiendo su inquietud-. ¿Le ocurre algo?

-Nada, Corina, estaba distraída y me sobresalté cuando tocaste a la puerta.

La mucama no le creyó. Sospechaba que ese malestar que decía que la aquejaba tampoco era real.

-¿Quién ha venido a verme? -Aunque era improbable porque habían quedado en verse esa noche en el cabaret, deseaba que se tratase de Martín.

-Es su amiga Dorita.

-¿Dorita?

Corina asintió.

-Seguramente ha venido a ver cómo me encuentro. Dile que pase, hablaré con ella mientras preparo el vestuario para Gardelia.

Un par de minutos más tarde, Dorita entraba en la habitación con el rostro compungido.

-Dorita, ¿qué tienes? -Dejó de lado los vestidos y la invitó a sentarse sobre la cama.

-¡Soy una tonta! -dijo entre hipidos.

Victoria le ofreció uno de sus pañuelos.

-¡Debí imaginarme que no vendría... que aceptó salir conmigo seguramente obligado por su hermana! -Se enjugó las lágrimas, pero no podía dejar de sollozar. -¡La odio... y lo odio a él también!

Sin estar al tanto de la cita que Lautaro había concertado con su amiga; Victoria intuyó lo sucedido. Y si bien jamás le había dado motivos al periodista para que creyese que tendría una oportunidad con ella; se sentía culpable por la angustia que atravesaba Dorita.

Su amiga la miró directamente a los ojos y a ella se le formó un nudo en la garganta.

-Lautaro te quiere a vos. No sé por qué llegué a pensar que algún día me haría caso. Cuando me invitó a salir, me ilusioné... pero es evidente que se dio cuenta del terrible error que iba a cometer y decidió no aparecer.

-¿Acaso no fue lo mejor? -se atrevió a decir Victoria.

Dorita asintió.

-Debería olvidarme de él, ¿no?

-Yo no estaría tan segura. -Le apretó las manos. Las tenía muy frías-. Obligado por su hermana o no, Lautaro aceptó salir contigo. Quizá necesita un poco de tiempo, nada más.

Y esas palabras provocaron que el rostro bañado en lágrimas de Dorita se iluminara con una sonrisa.

*

La llegada del comisario Peralta y el agente Rivas a la propiedad de los Grimaldi provocó cierta tensión. Don Alberto y su esposa se extrañaron de volver a verlo después de haber recibido su inesperada visita hacía tan solo unos pocos días. Pero sin dudas, lo que más preocupó a los padres de Alcira fue saber que buscaban a Dante y parecían necesitarlo con cierta urgencia.

-Mi hijo no está -manifestó doña Mónica de mal talante.

-¿Qué es lo que quieren con él, Peralta? -inquirió su esposo. Había recelo en sus ojos.

-Necesitamos hablar con él sobre una pista que surgió en el caso...

-¿Qué tiene que ver Dante con el caso?

Peralta y Rivas intercambiaron miradas.

-¿Saben cuándo volverá? -retrucó para esquivar la pregunta de don Alberto.

No hizo falta esperar una respuesta. Cuando escucharon que los goznes de la puerta principal chirriaban, supieron que Dante Grimaldi ya estaba allí.

Un silencio incómodo y prolongado precedió al saludo despreocupado que les dedicó el joven apenas los vio en el patio.

-Hemos venido a buscarte para un interrogatorio formal -le comunicó el comisario-. Podemos hablar acá o trasladarnos a la comisaría.

Doña Mónica se aferró al brazo de su esposo. Los ancianos se miraban sin entender qué era lo que estaba sucediendo. Mientras su hijo optaba por quedarse callado; ellos apenas podían controlar sus nervios. Alberto Grimaldi, quien desde hacía tiempo sospechaba que Dante andaba en malos pasos, era el menos sorprendido. Pero no por ello, dejaba de preocuparse. Ya habían perdido a una hija; ni Mónica ni él soportarían que la conducta libertina de su muchacho terminase por arruinarles la vida.

-La verdad es que prefiero que hablemos acá -dijo Dante por fin, pensando más en sus padres que en él mismo. Miró a don Alberto-. ¿Podría llevarse a mi madre a dar una vuelta?

Doña Mónica intentó negarse; sin embargo, se vio obligada a obedecer a su esposo cuando insistió en que era lo mejor.

Dante los invitó a pasar al salón. Era temprano, pero necesitaba un trago. Un poco de alcohol para humedecerse la garganta y poder afrontar lo que estaba por venir. La presencia del comisario Peralta en su rol de policía, dejando de lado cualquier sentimiento fraternal que hubieran compartido en el pasado, no le daba pie para seguir escudándose detrás de una mentira. Si Alcira había muerto por su causa; era menester descubrirlo. Aunque para conseguirlo, tuviese que poner su propio pellejo en peligro.

Les ofreció una copa. Peralta y el agente Rivas la rechazaron alegando que no bebían en horas de servicio.

Dante les dio la espalda con la excusa de servirse un coñac, pero en realidad, estaba ganando algo de tiempo. Sabía que ese momento llegaría tarde o temprano. Solo lamentaba que, en el camino, su querida hermana hubiese terminado muerta.

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