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Celebrar la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús es celebrar la fiesta del amor absoluto. Es adorar a Aquel que se quedó como alimento de un pueblo hambriento. También es sentir el llamado constante a configurar nuestra vida con Aquel a quien recibimos en la Eucaristía, hacernos uno con Él. Sería ilógico celebrar el Corpus Christi, con el corazón dividido por odios o rencores o colmado de indiferencia. Esta es la celebración del amor que transforma, que mueve, que guía, que hace un mundo y una sociedad completamente nuevos. ¡Cuánto lo necesitamos!

El Catecismo de la Iglesia Católica explica en el numeral 1374 que "en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están ‘contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero’". Esto es lo que celebramos desde la fe.

No vamos a la Eucaristía, no escuchamos a la Eucaristía, ¡sino que la celebramos! Somos parte de ella en esencia, nuestra presencia ahí es más que un ritual. La instrucción de Jesús es que, para que haya Eucaristía se ofrezca y se parta el pan en las manos de quien preside (el sacerdote). Somos todos quienes la celebramos, hacemos memorial y vida su presencia ahí por medio de la gracia del Espíritu Santo. Esto es algo grande que, muchas veces pasamos por alto. Jesús ha querido quedarse en medio de nosotros, no solo para que lo contemplemos de forma solemne, sino para que lo consumamos.

Una vez le preguntaron a la Madre Teresa cuántos conventos tenía, ella respondió: "Tenemos 584 sagrarios, el tiempo que uno pasa con Jesús en el Santísimo Sacramento es el tiempo mejor invertido en la tierra. Cuando uno contempla el crucifijo, entiende lo mucho que Jesús nos amó. Cuando uno contempla la Sagrada Hostia, entiende lo mucho que Jesús nos ama ahora". (Santa Madre Teresa de Calcuta).

"La Eucaristía es verdaderamente una invención divina". Así se expresaba san Juan Pablo II dialogando con los niños que hacían su Primera Comunión: "¡Jesús, ha querido permanecer con nosotros para siempre, ha querido unirse íntimamente a nosotros en la santa comunión, para demostrarnos su amor directa y personalmente. Cada uno puede decir: "¡Jesús me ama! ¡Yo amo a Jesús!"

En este tiempo particular que estamos viviendo privados de la presencialidad de este Encuentro bendito y bendecido con Jesús Sacramentado que, el Buen Dios colme nuestro deseo de Él para vivir en el amor.

(*) Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe, Olavarría.