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Hay una suerte de impotencia social e institucional que conduce a que este 8 de marzo -como en cada uno de los años precedentes- emerja una realidad incontrastable: en apenas dos meses, hubo más de medio centenar de femicidios. Cada nuevo año se inicia con la certeza de que habrá una zona de descarte definitivo ya establecido. Los crímenes cometidos en las fronteras del género, como define la antropóloga Rita Segato, son crímenes que no cesan.

A su vez, uno de cada cinco femicidas se suicida tras el asesinato. En lo que parece un intento de despliegue de poderío último. Como el gran acting final de crueldad: no sólo asesina sino que, además, impide a la familia la sensación de algo de justicia.

Esa determinación de suicidarse es una práctica sobre la que recién se empieza a echar luz en los últimos tiempos. Según las estadísticas de la Casa del Encuentro, entre 2008 y 2017 fueron 2.679 las víctimas de femicidio y tras el crimen, 502 de los culpables se suicidaron. Este año los suicidas fueron ocho hasta ahora. Uno de ellos, Juan Bautista Quintriqueo, el femicida de Guadalupe Curual, en Villa La Angostura, que no sólo se autoinfligió heridas tras asesinarla sino que, ya internado en el hospital, volvió a un nuevo intento con el cable de una vía conectada a su cuerpo. Murió días más tarde.

Y, de algún modo, la práctica se constituye en una nueva puesta en escena de quien se cree por encima de todo y de todos. Asesina a la persona a la que le aseguró "te estoy mirando. Sos mía. No sos de nadie más" (mensaje de Quintriqueo a Guadalupe la noche anterior) y no está dispuesto a bajar del pedestal al que lo subió la cultura patriarcal para ingresar a una sucia y vulgar celda penitenciaria. Por eso mismo, además de otras múltiples razones, es que el discurso punitivista resulta absolutamente inoperante a la hora de sancionar un crimen de género. No es la promesa de cárcel eterna o de repetidas perpetuidades lo que pondrá freno a las prácticas de los violentos. ¿Acaso la introducción de la figura del femicidio dentro del Código Penal en 2013 frenó la reiteración de casos desde entonces?

Apenas un paneo, a partir de los casos computados por la Casa del Encuentro: 295 femicidios en 2013; 277, en 2014; 286, en 2015; 290, en 2016; 295, en 2017; 273, en 2018; 299, en 2019 y la misma cifra al año siguiente.

Demasiadas veces se pugna por lograr mayores penas a los victimarios y no es allí donde se encuentra la salida. No es con más o menos años de cárcel que un feminicida cesa en su meta.

Esos números son quizás la muestra más cabal de que la expectativa de una condena penal elevadísima no mina el deseo de quitar la vida de su víctima ni frena la crueldad extrema que lo guía. Las hipótesis que buscan explicar el suicidio del femicida van desde la decisión de escapar a la sanción a la ausencia de sentido para su propia vida tras haber eliminado definitivamente de la faz de la tierra a su objeto de control y dominación.

Año tras año, como una cantinela del horror, se contabilizan sin rigurosidad las cifras de feminicidio aunque –como suele afirmar Dora Barrancos- como contrapartida "no tenemos estadísticas sobre cuántas mujeres despiertan día a día saliéndose de sus cárceles". Es decir mujeres que se corren del eje en el que las habían congelado su agresor para control y como móvil de su propia existencia.

Ejércitos de ocupación

Esa realidad que 8 de marzo tras 8 de marzo se vuelve a exponer con creces obliga a repasar nombres que, de algún modo, se constituyen en íconos de la crueldad. Ursula Bahillo, en Rojas y Guadalupe Curual, en Villa La Angostura –de 18 y 20 años respectivamente- son una pintura clara del recorrido institucional que ambas habían transitado hasta desembocar en sus femicidios. Sin que sus victimarios encontrasen ante sí algún tipo de muralla que pusiera freno a sus crueldades.

Las historias de Ursula y Guadalupe son símbolos de ese lugar de sometimiento en el que se fue estructurando al cuerpo y a la vida de las mujeres a lo largo de la historia misma de la humanidad. Segato ilustra que "desde las guerras tribales hasta las convencionales que ocurrieron en la historia hasta la primera mitad del siglo XX, el cuerpo de las mujeres, como territorio, acompañó el destino de las conquistas y anexiones de las comarcas enemigas, inseminadas por la violación de los ejércitos de ocupación". Cambiaron a lo largo de la historia las mecánicas de colonización e intentos de expoliación de las mujeres y de las personas feminizadas. Pero el resultado ha sido sistemáticamente el mismo. Hay cuestiones de poder que se juegan en ese tipo de crímenes y que no sólo se asientan en la estructura social patriarcal. Hay otras variables que atraviesan a esa estructura para que redunden en las políticas feminicidas.

Lo que falta

Tras cada uno de los femicidios se abren dos grandes vías.

Por un lado, y cada vez con mayor efervescencia, se desata una rabia colectiva que toma las calles y que, si no las toma aún con mayor ahinco, es seguramente por la pandemia en curso.

Por otro lado, emergen los interrogantes sobre qué es lo que falló. Alguna respuesta la dio el juez de Familia de Villa La Angostura, Jorge Alberto Videla, que tenía en su poder las denuncias de Guadalupe contra Quintriqueo y no intervino a tiempo. Videla renunció tras el femicidio y no restan demasiadas dudas de que lo hizo, a sabiendas de que un juicio político lo destituiría y así quedaría inhabilitado para otros cargos y sin los jugosos aportes jubilatorios de magistrado. Pero más allá de esos "detalles", la renuncia se constituye en un reconocimiento de responsabilidades. Y, una vez más, el responsable queda siempre fuera de juego. En este caso, tanto el asesino como el juez.

El gran tema es que la emergencia siempre lleva a pensar en qué se falló y no en las medidas culturales de fondo que eviten llegar a la pandemia femicida. Como en un eterno rompecabezas al que sistemáticamente les faltan las piezas clave que completen la figura. En un escenario en el que, cada 8 de marzo se constituirá en un nuevo recordatorio de las víctimas crecientes y en un lamento social e institucional sobre lo que falta.

Deudas y recursos

Hace poco más de un año se declaró en la ciudad la emergencia en violencia de género. Pero el déficit de medidas concretas sigue siendo una deuda. Que el 80 por ciento del presupuesto del área siga destinado a salarios es una pintura concreta de una realidad grave en la que demasiadas mujeres esperan una respuesta que no encuentran. Aquellas que pudieron salir del círculo de una relación violenta suelen estar atravesadas por las enormes dificultades económicas para sobrevivir. Con hijas e hijos a cargo, con miedos múltiples y sin recursos. Pero el presupuesto sigue designado casi exclusivamente al pago de sueldos. Y sin ingresos, la determinación férrea de no regresar a esa pareja se ve minada en sus bases.

No sólo se trata, a la hora de promover emergencias, de crear estructuras, secretarías, de dictar declaraciones, de pagar sueldos. Porque hay destinatarias concretas de las políticas imprescindibles que deberían ser dotadas de herramientas que les otorguen una libertad simbólica y afectiva pero también oportunidades laborales que completen el círculo.

A lo largo de los años, cientos de mujeres pasaron por los espacios de denuncia y tuvieron que relatar inicialmente su derrotero en una sala con varios empleados (como suele ocurrir en la comisaría de la mujer). Una nueva vejación a su dignidad. Saberse presas en sus domicilios mientras su ex pareja violenta pasea en absoluta libertad y sin un dispositivo electrónico que le controle los movimientos. Saberse rehenes del policía que les pide anticipadamente que firmen por las tres pasadas obligatorias del patrullero, con las luces encendidas y una espectacularidad que, una vez más, las expone y las humilla. Pero no aleja a quien ya fue múltiples veces denunciado.

En los últimos días se repitieron las detenciones de hombres con infinitas denuncias sobre sus espaldas. Se leen calificaciones penales varias: "agresión con armas agravada, amenazas agravadas por el uso de armas, dos hechos de amenazas simples, siete hechos de desobediencia y coacción simple todo en concurso ideal y real y en contexto de violencia de género"; "desobediencia" y "violación de domicilio" en concurso ideal y "amenazas simples" en "concurso real en contexto de violencia familiar y de género" o "violación de domicilio y desobediencia, tres hechos, en concurso ideal y real y en contexto de violencia de genero".

Son medidas que tiempo atrás difícilmente se hubieran tomado.

Pero también es claro que si se repasan las historias de las víctimas de femicidio en la ciudad, se descubrirá que casi todas ellas ya habían atravesado esas experiencias y, sin embargo, su trágico final no fue evitado.