Los atributos que a veces erigen en ídolos "indiscutibles" a algunos futbolistas sólo reconocen argumentos en el modo particular de interpretar la realidad futbolera que tienen algunos hinchas. Para los de River, Ariel Ortega será por siempre uno de los intocables del último cuarto de siglo, pero su largo e irregular paso con la camiseta de la selección quedó marcado con la reacción irresponsable que precipitó la elimnación argentina en la Copa del Mundo de Francia 98.

Aquel partido ante una fantástica Holanda en el Velodrome de Marsella aún permanece en la memoria colectiva. El equipo de Passarella sufrió la posesión de pelota de los anaranjados, pero empataba 1-1 (goles de Kluivert y el Piojo López), cuando a 13'' para el final los holandeses se quedaron con uno menos por la expulsión de su lateral izquierdo Arthur Numan, y el trámite cambió de mando.

La cancha se hizo un plano inclinado hacia el arco del "Flaco" Van der Sart, el gol estaba al caer antes de los 90 o en el suplementario, cuando Ortega pergeñó una de sus habituales teatralizaciones en el fútbol argentino; fue sobre la pierna de Jaap Stam, pero el mexicano Arturo Brizio no "compró". Increpado por el arquero holandés, el jujeño reaccionó con un cabezazo.

Diez contra diez, un largo pelotazo de Frank De Boer sorprendió mal parada a la defensa argentina, le ganó la posición a Roberto Ayala y definió como un maestro frente al achique de Roa. De aquel Mundial quedaron las victorias en la fase de grupos (1-0 a Japon, 5-1 a Jamaica y 1-0 a Croacia), la imborrable definición por penales sobre los ingleses en octavos, y los dos remates en los palos (de Ortega y Batistuta) en el partido con Holanda que pudieron cambiar la historia.

El desenlace fue el más justo; premió al equipo que más buscó y mejor jugó, pero la Argentina no supo aprovechar su momento por una reacción irresponsable del jugador más mimado por el cuerpo técnico.

La Copa, por primera vez desde 1978, quedó para el dueño de casa. Con un Zidane inspiradísimo en la final, Francia apubulló 3-0 a Brasil, no sin antes atravesar con muchas dificultades cuartos (1-0 a Paraguay, en suplementario), octavos (victoria por penales sobre Italia) y semifinales (2-1 ante la sorprendente Croacia).

La final, además, quedó marcada por un confuso episodio, rodeado por un halo de misterio que involucró a Ronaldo (la gran figura del campeonato) y al cuerpo técnico brasileño. En la previa el astro brasileño habría sufrido una crisis cardíaca, según el cardiólogo italiano Bruno Carù, y en el tiempo qeu estuvo en cancha fue un holograma de sí mismo.

"Ocurrió que Ronaldo se tendió sobre la cama para seguir el Gran Premio de Fórmula 1 y sin darse cuenta, con el paso del tiempo, torció la cabeza de modo antinatural, comprimiendo a la altura del cuello el glomus carotídeo, un pequeño órgano responsable de los mecanismos reflejos de la regulación de la frecuencia cardíaca y de la presión", afirmó el cardiólogo.

Según Carù, Ronaldo tuvo una bajada repentina en la frecuencia cardíaca, en la presión arterial y se desmayó como fruto de las convulsiones, de las que dio aviso su compañero de habitación en ese momento, Roberto Carlos.

Carù aseguró que los médicos que atendieron entonces a Ronaldo se posicionaron a favor de la hipótesis de la crisis epiléptica lanzada por un compañero del futbolista y suministraron al jugador "una medicina potente, óptima para la epilepsia, pero no para los problemas de corazón".

Con su estrella en otra parte, Brasil no pudo ni molestar al flojito arquero Barthes y con el 3-0 de Les Blues "París fue una fiesta".