La fiesta siempre ha sido una parte importante de la espiritualidad franciscana. San Francisco se enfrentó a su propio fin con lo que podría describirse como un aplomo gozoso. El Tránsito recuerda específicamente al Pobre de Asís en su momento de santidad, el momento que se encontró con su Dios. Llama a los frailes, hermanas, monjas y miembros seglares de la familia franciscana a los cuales Francisco daría su única y última lección: guardar de la paciencia, la pobreza, la perfecta alegría, la fraternidad y la fidelidad a la santa Iglesia romana, insistiéndoles en anteponer la observancia del Santo Evangelio a todas las otras normas.