Daniel Lovano - dlovano@elpopular.com.ar

Antes, y no hace demasiado de esto, sus voces no eran escuchadas, sus vidas no contaban y sus muertes a manos de las mafias o de la violencia institucional mucho menos.

Georgina Orellano es hoy la voz más fuerte en la Argentina de las que no tenían voz.

Esta parte de su historia, como trabajadora sexual, empezó a los 19 años cuando se sintió atraída por el misterio de Silvana, la mamá de los niños que cuidaba.

"Decidí ejercer el trabajo sexual cuando se me presentó una posibilidad de conocer como niñera una realidad que desconocía. Tenía una mirada muy prejuiciosa y con mucho miedo de la prostitución y parte de la labor para despojarme de esos prejuicios fue empezar a escuchar las experiencias que me transmitía la mamá de los chicos que yo cuidaba" recordó.

Reportó de esos encuentros que su jefa le "contaba su día a día, sus preocupaciones, sus proyectos, el trato con el cliente, con la policía. Y empecé ahí a entender que parte de la construcción y de mi mirada tenían que ver con el desconocimiento".

Vivía por entonces con su mamá y sus 5 hermanos en un barrio popular de Presidente Derqui, se había quedado sin padre a los 7 años y la primera propuesta laboral que abordó, en una metalúrgica, le pareció poco menos que esclavista.

Tres lustros después Georgina es secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR).

Ayer, pasó por Olavarría para presentar su novela "Puta Feminista. Historias de una trabajadora sexual" y ofrecer una charla en el Ateneo "Néstor Kirchner".

"¿Por qué el libro? Porque hay muchos libros escritos sobre nosotras, porque forman parte de la cuestión narrativa estereotipos e imaginarios sociales y porque en el campo de la literatura siempre fuimos escritas desde una mirada victimizante y desde un lugar muy secundario" rechazó.

"Este texto es un campo de disputa donde las trabajadoras sexuales podamos tener un espacio propio, aportando desde nuestras experiencias, nuestra escritura y dar cuenta de que no queremos ser más objeto de estudio" reclamó.  

"Somos sujetas políticas que queremos transmitir nuestro propio marco teórico, que construimos en el territorio, en el Sindicato y con estrategias" advirtió.

De esta sindicalización emergieron pros y contras: "Fue casi todo para mejor y hoy no nos pensamos por fuera del movimiento sindical. Si hubiésemos pensado en la lógica de una ONG no estaríamos donde estamos".

"Se parte de un sindicato nos dio una conciencia social, pensarnos dentro de una clase trabajadora, articular con otros sindicatos, aprender de las herramientas sindicales a las que apelaron otras organizaciones, compartir experiencias con trabajadores que tienen reconocidos sus trabajos" puntualizó Georgina.

Del otro lado, "para peor, creo que una de las cosas que seguimos padeciendo es el estigma de ser trabajadoras sexuales por ciertos sectores del sindicalismo y que nos siguen haciendo mucha mala prensa a los que nos reconocemos como sindicalistas y defendemos la herramienta sindical".

La portada del libro que la trajo a Olavarría tiene con letras de molde las palabras "Puta" y "Feminismo", sin que esto implique una contradicción, apreció.

"Creo que no hay un único feminismo. Eso lo hemos aprendido a lo largo de todos estos años de lucha. Hay muchas maneras de pensarse feminista, hay muchas corrientes dentro del propio feminismo; quienes acuerdan con nuestras reivindicaciones y quienes se oponen" expresó.

En tal sentido, Georgina opinó que "tenemos que pensar en un feminismo que dé respuestas a todas las compañeras y que haya alternativas laborales para todas, inclusive para quienes decidimos ejercer el trabajo sexual" consideró.

El título de su libro buscó dar un mensaje, reconoció: "Es parte del significado de nuestra identidad. 'Puta' lamentablemente es una palabra utilizada en nuestra sociedad como un insulto, pero a su vez es nuestra identidad política".

"Hay que dar una batalla cultural en ese sentido desde el lenguaje. No se utiliza en ningún otro trabajo para aleccionar a una mujer lesbiana, travesti y trans que no sea el trabajo sexual. Tiene que ver con el estigma que tiene nuestro trabajo y de allí que se emplee como un insulto" sostuvo Georgina.

El término feminista, contó, aparece en la portada "porque ha sido un recorrido que hemos transitado en la organización, de reconciliarnos con el feminismo, ser parte de él, de sus disputas en su espacio y considerarnos que lo que ya hacíamos era practicar el feminismo desde en lugar de trabajo y en el Sindicato".

Como resumen de lo que aparece en esas páginas, Georgina narró que "el libro cuenta historias tanto individuales como colectivas de las personas que ejercemos el trabajo sexual y estamos organizadas dentro de AMMAR".

"Trata de ser una herramienta para humanizarnos y para poder acercar nuestra realidad" relató en la charla previa al comienzo de su disertación. 

"En primer término, nos consideramos trabajadoras sexuales, parte de una clase trabajadora que no elige libremente qué tareas realizar, que trabaja en malas condiciones, que se organiza para mejorar esas condiciones, para exigir derechos, para salir de la clandestinidad, que denuncia las principales violencias que padecemos, en este caso por ejercer un trabajo sin derechos, sin marco legal y sin presencia del Estado" sintetizó. 

Sobre la publicación dio cuenta de muy buenas repercusiones y que no sólo se publicó en la Argentina, sino que fue traducido al portugués, al italiano y al croata, donde la editorial vendió los derechos, más presentaciones como la de ayer se suceden sin solución de continuidad.  

Incluidas provincias andinas, del norte argentino, donde hay una historia negra de la cuestión, como La Rioja y Catamarca.

"Son sociedades muy pacatas y también muy hipócritas. Provincias en las que siempre han sabido de la historia de los cabarets, se hacía de noche y aparecían las lucecitas rojas. Después se prohibieron, las compañeras dejaron de trabajar dentro de esos establecimientos y les quedó la calle" describó. 

"En la calle la respuesta de la policía fue violencia institucional, y muchas veces los municipios no han sabido abordar de manera integral esa situación tan compleja de las compañeras; se clandestinizó mucho más y se vulneraron más aún los derechos humanos" cuestionó. 

Georgina y su gremio impulsan el reconocimiento de la actividad, el derecho a la obra social y a los aportes jubilatorios y -por encima de cualquier reivindicación- dejar de padecer la violencia sistemática por parte de la policía. 

"El estado tiene una deuda con nosotras; nos debe derechos y nos debe políticas públicas cada vez que se acerca al Sindicato alguna compañera que sufre violencia institucional, que fue desalojada, que no tiene para comer, con procesos judiciales para quitarles sus hijos o hijas" marcó. 

"Porque parece ser que como trabajadoras sexuales estamos inhabilitadas de desarrollar una maternidad plena y tenemos que rendir cuentas de si somos buenas o malas mamás. Incluso procedimientos, razzias, persecución, mucha violencia de parte de la policía, que siguen siendo parte de nuestra realidad" enfatizó. 

"Todo esto cambiaría si nuestro trabajo estuviera reconocido, o por lo menos tendríamos una herramienta para defendernos" proyectó Georgina. 

De madre a hijo

Fue más sencillo contarle su elección de vida a su hijo que a su madre: "Mi hijo ya tiene 15 años, va a la escuela secundaria y desde muy chico ha sabido de mi militancia y de mi trabajo".

"Primero por una decisión personal de no ocultar a qué me dedico y hablarle siempre con la verdad. Parte de esa verdad era reconocer que se trata de una actividad que no todos los entornos y espacios que transitábamos con él lo iban a aceptar" señaló Georgina. 

En ese diálogo sincero había dos lugares vedados a la verdad: la casa de su madre y la escuela. 

"Eso fue lo más difícil, entonces con las personas con las que se relacionaba compartía conmigo el estigma y la clandestinidad de mi trabajo, de ser hijo de una trabajadora sexual" evocó. 

"Pero se ha criado en un espacio donde siempre ha estado rodeado de trabajadoras sexuales -en el Sindicato, en asambleas- y ahí tomó herramientas para defenderse ante cualquier situación discriminatoria, que por suerte no han sido muchas. Y las veces que sucedieron he tenido mucho acompañamiento en la escuela por parte de los docentes" valoró.

"Ahora que es adolescente trato de acompañarlo desde otro lugar para que tenga su autonomía y tenga la opción de contar o no el trabajo de su mamá. Pero siempre ha decidido contarlo; sus amigos y amigas que vienen a mi casa saben que yo soy trabajadora sexual y para mí eso es gratificante" asumió Georgina. 

"Vivo la maternidad sin culpa" proclamó. 

"Trato de acompañarlo lo más que puedo, entendiendo que tengo que trabajar y que entendí la militancia como una decisión que es parte de mi vida cotidiana y de su vida" sumó. 

Esa misma relación, en el sentido contrario, fue mucho más traumática: "Fue muy difícil contarle a mi mamá que yo era trabajadora sexual". 

"Ella vino a Buenos Aires desde Santiago del Estero con 14 años, a trabajar de lo que sea porque había que ayudar a la familia" reportó Georgina. 

Con expresiones de admiración, reseñó que "ella fue empleada de casa particulares, se pudo jubilar hace muy pocos años, quedó viuda muy joven, con muchos hijos, apenas pudo terminar la primaria y todo eso hacía que yo tuviera miedo de que no tomara mi trabajo como lo que es, sino que antepusiera los prejuicios, el temor y el desconocimiento". 

"Tuve la suerte de que me escuchó primero, me acompañó después y el resto de los años ha respetado mi militancia" consignó.