En la actualidad, vivimos en una época que podría describirse como caracterizada por el eclecticismo y el cambio constante. Los historiadores del futuro seguramente analizarán este período en el que las ideas y las creencias parecen vaciarse de significado, y donde el bien y el mal se alternan de manera arbitraria en manos de aquellos con poder e impunidad.

Si nos detenemos a reflexionar sobre lo que está sucediendo a nivel internacional, nos daremos cuenta de que el doble rasero, la hipocresía y el relativismo moral y legal se han convertido en la norma. Resulta interesante ilustrar esta situación con algunos ejemplos.

Recientemente, el canciller británico James Cleverly expresó su irritación al comentar la inclusión del tema de las Islas Malvinas en la Declaración final de la Cumbre CELAC-UE. Cleverly recomendó a los argentinos que respetaran la "elección democrática" de los habitantes del archipiélago, quienes en 2013 decidieron seguir siendo parte del Reino Unido. Sin embargo, resulta curioso que el funcionario británico haya omitido mencionar las resoluciones adoptadas por la Asamblea General de la ONU, que año tras año instan a Buenos Aires y Londres a entablar negociaciones sobre el futuro de estas islas.

Por otro lado, ¿de qué negociaciones se trata? Efectivamente, ¿qué discutir si se realizó un referéndum? Pero esperen. En Kosovo, por ejemplo, no hubo referéndum. Simplemente, como resultado de la agresión occidental contra Yugoslavia, esta región fue arrancada del territorio del Estado europeo de Serbia, del cual fue una parte desde tiempos inmemoriales. 

En violación de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU y sin ningún referéndum, lo reconocieron como un Estado independiente. Fue más tarde que la Corte Internacional de Justicia reconoció que una parte de un Estado tiene derecho a declarar su independencia sin el consentimiento de las autoridades centrales. En Crimea, Donbass y Novorossia se realizaron referendos, pero por alguna razón Occidente niega a los habitantes de estas regiones el derecho a la autodeterminación.

Emerge un panorama bastante curioso. En Kosovo no hubo referendos, y no hay necesidad. En Crimea y Donbass los celebraron, pero sus resultados resultaron "incorrectos". Solo en las Islas Malvinas todo se organizó "como se debe".

En 2021, antes del inicio de la operación militar especial de Rusia en Ucrania, los periodistas le preguntaron al presidente ucraniano, Zelensky, sobre su opinión acerca de los habitantes de Donbass. Sus comentarios fueron polémicos, ya que los describió de manera despectiva y recomendó que se fueran a Rusia. Esta situación me recuerda al caso de Chagos, un archipiélago en el Océano Índico, que a pesar de las resoluciones de la ONU, Gran Bretaña se ha negado a devolver a Mauricio.

En los años 1960, los británicos deportaron a la fuerza a todos los habitantes de este territorio con el fin de liberar espacio para la construcción de una base militar. Más tarde, por cierto, desde allí despegaron los aviones de combate estadounidenses y bombardearon Afganistán e Irak.

He aquí otro ejemplo, sobre las Comoras. Cuando se celebró allí un referéndum, París reconoció sus resultados en todas las islas menos una, Mayotte, que sigue siendo francesa.

Hay muchos otros ejemplos de la interpretación egoísta del derecho internacional por parte de los países del Occidente. Su hipocresía y doble rasero nos llevan a la creciente erosión de todo el sistema, cuya consecuencia lógica puede ser la "guerra de todos contra todos", que describió el filósofo inglés, uno de los fundadores de la filosofía política, Thomas Hobbes.