Este mes la Asociación de Jubilados de Olavarría cumplió cincuenta años. Nada menos.

Cuando se fundó no existían los centros de jubilados que se fueron creando con el correr de los años y que comenzaron a cumplir un rol social muy importante hasta que llegó la pandemia y muchos debieron cerrar sus puertas aunque fuera provisoriamente.

Nilda Catanzaro, vicepresidenta y "memoria viviente" de la entidad según sus compañeros de comisión recuerda que al principio se juntaron un grupo de personas mayores con la idea de crear un espacio de encuentro para gente que compartiera los "mismos codigos, el mismo lenguaje" en un mundo demasiado dispuesto a relegar al olvido y al silencio a quienes han entrado en lo que, se supone aunque no necesariamente es así, en la última etapa de su paso por este mundo.

Es muy posible que cada olavarriense conozca al menos un caso de un hombre o una mujer que rejuveneció repentinamente a poco de haber comenzado a concurrir a las cenas y bailes de cada sábado en la Asociación de Jubilados. La explicación es sencilla; el afecto y la contención pueden tener efectos capaces de parecer milagrosos.

Entre los miembros de la actual comisión directiva pueden hallarse ejemplos prácticos de esto, de personas devastadas por el dolor de una pérdida irrevocable que volvieron a toparse con el amor en momentos en que sólo esperaban el momento final, definitivo, de sus vidas.

Seguramente personas como los hermanos Estévez, Américo Ressia, José Sottile o Gerardo Fernández, el primer presidente de la Asociación, no soñaban con que de ese grupito original naciera una institución llamada a cumplir un papel social tan relevante en la ciudad y hacer más amable la vida a tantos centenares de personas a través de los años.

En un momento de la charla Nilda Catanzaro comienza a cantar con una voz todavía clara y cargada de emoción un tema que dice algo así como entre amigos no existe la tercera edad y que se inician romances y bodas también sintetizando con pocas palabras y la música de "Caminito" al espacio de la Asociación de Jubilados de Olavarría.

La letra de la canción pertenece a "una mujer que trabajaba en el Correo de Loma Negra y nunca quiso que se la nombrara. Es la canción de la institución olavarriense y Nilda Catanzaro la cantó por todo el pais en encuentros de jubilados.

Ella junto al presidente Justo Holzmann y las integrantes de la Comisión Directiva Sara Mabel Méndez, Teresita Martínez y Victoria Quinteros recordaron ante EL POPULAR los hitos de la historia de la entidad, una de las pocas de bien público con "todos los papeles en condiciones".

El primer local fue en el subsuelo de la Terminal de Omnibus, cedido por el intendente Carlos Víctor Portarrieu cuando le pidieron un lugar. Allí se formó la primera comisión presidida por Gerardo Fernández. Reunirse en un espacio común y el ejerciciode la solidaridad eran los objetivos.

En poco tiempo sintieron la necesidad de una "casa propia" y alquilaron un inmueble en Dorrego y 9 de Julio, donde funcionaron durante seis años. Desde allí salieron a caminar las calles en busca de socios.

Y la entidad fue creciendo a punto tal que llegó la necesidad de una casa que realmente fuera "propia". Fue Aldo Castarés quien les dio la idea de hacer una rifa para recaudar fondos. Les fue donada una casa del Barrio CECO que fue el premio de la rifa de la Asociación de Jubilados.

De esa forma reunieron una cantidad de dinero y para mejor fortuna de la entidad nadie se ganó la casa sorteada.

La vendieron y así lograron los fondos que permitieron adquirir el inmueble de 9 de Julio al 3000, donde siguen funcionando hoy.

Las tertulias de la Asociación de Jubilados poco a poco se iban convirtiendo en una tradición en la ciudad y eso llevó a que se iniciara en 1987 la construcción del actal salón de actos. Independientemente de las circunstancias del país, la Asociación de Jubilados crecía año a año, superando cualquier dificultad que se le cruzara en el camino.

Fue en la década del ochenta del siglo pasado cuando comenzaron a funcionar distintos talleres recreativos. Actualmente funcionan los de italiano -uno de los primeros- ,folklore, danzas árabes, coro, yoga, inglés (en todos los niveles), memoria, gimnasia, tango, informática, pintura mentes en movimiento.

Algunos son subsidiados por PAMI, otros por la Dirección de Deportes de la Municipalidad, algunos por la Dirección General de Escuelas de Educación de Adultos y otros son independientes.

En poco tiempo más esperan volver a contar con los servicios de pedicuría, enfermería y masoterapia.

Enfermería fue precisamente el primer servicio que se ofreció a los socios.

En 1984 la Asociación fue inscripta por el Registro de Nacional de Jubilados y Pensionados de la República Argentina; ya desde 1981 habia sido reconocida como Asociación Mutual, aunque no están muy de acuerdo con que sean una "mutual", ya que creen que son diferentes objetivos.

En 1994 Presidencia de la Nación le otorgó un lugar en el Registro de Agentes de Viaje establecido para entidades sin fines de lucro.

Desde hace años los viajes de turismo de la Asociación son una buena opción para sus socios, ya que se les ofrecen viajes a varios centros turísticos del país y en alguna oportunidad también a destinos internacionales como Brasil o Chile.

Del turismo la entidad obtiene algunos de los ingresos indispensables para funcionar. Los talleres y las tradicionales tertulias también aportan lo suyo. Previsiblemente, la pandemia generó un perjuicio considerable, ya que se debieron suspender todas las actividades.

Pero la Asociación rápidamente reanudó su marcha, aunque tuvieron una noche de sábado apenas 33 personas en la tertulia y "no sacamos ni para la orquesta". También se alquilaron dependencias del edificio como oficinas y eso significó otro ingreso.

Una breve recorrida por el edificio revela que reina una escrupulosa prolijidad. Todo está muy limpio, reluciente, se diría, lo que revela un trabajo de cuidado permanente.

Hay un orgullo evidente en la comisión cuando hablan de su entidad, de sus logros entrañables, como el coro cuya fotografía exhibe Nilda mientras sus ojos se nublan al recordar que ella es la única de los integrantes de esa agrupación que aún vive. Y también hay emoción al nombrar uno de sus grandes orgullos, la Peña El Hornero. O cuando recuerdan a dirigentes como José Sottile o Antonia Pinella.

O piensen, aunque no lo digan, en los centenares de personas que hallaron en este espacio multiples razones para vivir, para no bajar los brazos.