Angélica Diez (*)

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La Virgen del Perpetuo Socorro es una advocación mariana. Su festividad se celebra el 27 de junio. Este ícono es uno de los más reconocidos a nivel mundial incluso entre las personas de diferentes religiones. A María, Madre del Redentor, se la venera como la Madre del Perpetuo Socorro.

Es patrona de los Padres Redentoristas y se encuentra en el altar mayor de la Iglesia de San Alfonso (Roma). Esta imagen recuerda el cuidado de la Virgen por Jesús, desde su concepción hasta su muerte, y que hoy sigue protegiendo a sus hijos que acuden a ella. Es realmente un mensaje muy amplio donde se resalta esa atención y protección materna de nuestra Señora. 

El ícono bizantino es de la escuela cretense, una imagen representativa de la Virgen de la Pasión. Los arcángeles Gabriel y Miguel presentan al Niño Jesús los instrumentos de sus sufrimientos futuros. Al contemplar esta dramática visión, el Niño, en su condición de hombre mortal, se asusta y se estremece y en un brusco movimiento busca socorro en los brazos de su Madre, a cuya mano se aferra con fuerza. El susto y movimiento brusco del Niño están expresados por la contorsión de piernas, el repliegue del manto y la sandalia desprendida. ¡Cómo ha sabido captar el pintor este gesto del temor del Niño y de la protección de su Madre!

De la Virgen del Perpetuo Socorro como tradición se narra que en el siglo XV un comerciante adinerado del mar Mediterráneo tenía la pintura del Perpetuo Socorro. Para protegerla, decidió llevarla a Italia y en la travesía se desató una terrible tormenta. El comerciante tomó el cuadro en alto, lo sostuvo implorando socorro y la Santísima Virgen respondió a su oración con un milagro: la tormenta cesó de inmediato y las aguas se calmaron. Todos llegaron a Roma sanos y salvos.

Cada uno de nosotros en distintos momentos de peligro, de incertidumbre hemos puesto la confianza en la Madre de Dios. Hemos invocado su nombre, quizás con la oración propia del Perpetuo Socorro: "Madre del Perpetuo Socorro, concédeme la gracia de que pueda siempre invocar tu bellísimo nombre ya que él es el Socorro del que vive y Esperanza del que muere. (...) Cada vez que te llame, Madre mía, apresúrate a socorrerme, pues, en todas mis tentaciones, y en todas mis necesidades propongo no dejar de invocarte diciendo y repitiendo: María, María, Madre Mía". 

Decía San Alfonso María de Ligorio, el fundador de los Redentoristas: "Ante Dios, los ruegos de los santos son ruegos de amigos, pero los ruegos de María son ruegos de Madre".

(*) Angélica Diez, misionera de la Inmaculada Padre Kolbe, Olavarría.