Marcelo Metayer / Agencia DIB

Día tras día, antes de que saliera el Sol, un hombre diminuto se dirigía a un salón lleno de gente en un apartado barrio del Conurbano bonaerense. Allí hablaba breves instantes con cada uno de los presentes y acercaba sus manos: manos rudas, de trabajador, pero manos dotadas del poder de curar. Si el caso lo necesitaba, o si le alcanzaban una fotografía, recurría a su auxiliar inseparable, el péndulo. Una vez que terminaba la recorrida, el hombre se subía a un automóvil y partía a seguir obrando sanaciones a una casa en la Capital Federal. Mientras tanto, su obra en González Catán crecía al mismo tiempo que su fama. Era el cura Giuseppe Mario Pantaleo o, como lo conocían, todos, el Padre Mario. Un hombre extraordinario que provocaba asombro por sus dotes curativos y que se encuentra desde hace muy poco en un proceso que puede conducir a su beatificación.

La nota completa en la edición impresa de diario EL POPULAR