A Julio Pagano le causó cierta incomodidad ser escoltado, nada más y nada menos, que por el comisario Peralta hasta el camarín de Gardelia. Sin embargo, cuando ella le anunció que él estaría presente durante la entrevista, no encontró ninguna razón valedera para negarse a su exigencia. Llevaba una pequeña libreta forrada en cuero negro y un lápiz al que le sacaba punta todos los días. La mayoría de sus compañeros en la redacción del diario tomaban notas con una pluma estilográfica, pero él prefería ese viejo lápiz que le había obsequiado su padre y que apenas podía sostener en la mano sin que se le deslizara entre los dedos. Se acomodó en una butaca mientras Gardelia se quitaba la peluca rubia. No tenía caso dejársela puesta ya que el periodista conocía su verdadera identidad.

Martín Peralta se había ubicado en un rincón del camarín. Estaba a una distancia prudente para no molestarlos, pero lo suficientemente cerca como para enterarse de todo lo que pasaba a su alrededor.

-Sé que desea mantener su nombre en el anonimato. Puede quedarse tranquila, Gardelia. Felipe Santibáñez me explicó sus razones y después del incidente en su casa, le aseguro que no publicaré nada que usted no autorice -manifestó. Todavía se sentía un imbécil por haberle seguido el juego a Madariaga. Lo había usado para vengarse por un desengaño amoroso y había estado a punto de quedarse sin la nota.

-Se lo agradezco, señor Pagano. -Miró de reojo al comisario-. La verdad es que cuando el señor Santibáñez me habló de aparecer en el diario, tuve miedo de que mi secreto saliera a la luz. Usted mismo comprobó la razón de mi renuencia cuando estuvo en mi casa. Mis tíos no sabían nada y hubiese preferido que continuasen ignorando lo que hago por las noches.

-Su secreto se mantendrá a salvo, Gardelia. Hoy mismo recibí en la redacción de El Popular las fotos que le hicieron y son excelentes. Sin contar, por supuesto que su rostro no aparece en primer plano en ninguna de las imágenes. -Hurgó en el bolsillo de su elegante chaqueta de solapa cruzada y sacó un sobre. -Compruébelo usted misma. Sixto ha hecho un trabajo estupendo.

Victoria, con cierto recelo, tomó el sobre que el periodista le ofreció. En su interior había tres fotografías en blanco y negro. Suspiró aliviada. Tenía razón. Nadie se daría cuenta quién se ocultaba detrás de esas imágenes sugerentes que solo mostraban su rostro de perfil a media luz frente a un micrófono de metal que Manuel Sixto había usado durante la sesión fotográfica. Cuando percibió que Martín estiraba el cuello para tratar de verlas, se las entregó.

Peralta tenía que concordar con Pagano. Si él no supiera que la mujer que había sido retratada en esas imágenes era Gardelia, jamás lo habría adivinado.

-¿Cuál te gusta más? -le preguntó ella, sintiendo curiosidad en conocer su opinión.

El comisario no supo qué responderle. En cualquiera de las tres fotografías, se insinuaba a esa misteriosa Gardelia que enamoraba con su voz y sus tangos durante las noches de cabaret. No había nada de la cándida Victoria en ellas.

-Yo sugeriría utilizar esta -intervino Pagano, poniéndose de pie para señalar la foto que el comisario sostenía en su mano derecha.

Peralta la observó con atención. Él poco entendía de impacto periodístico. Sin embargo; estaba seguro que causaría un gran efecto entre los lectores del diario si la nota a la talentosa cantante de tangos que había descubierto Gardel, iba acompañada de una imagen tan llamativa.

Victoria confiaba en su criterio y dio su aprobación. Una vez que el asunto de la fotografía quedó zanjado; había llegado el turno de las preguntas.

Julio Pagano las fue realizando de modo que Gardelia no se sintiera incómoda. Cuando veía que ella tardaba en responder, quizá porque no sabía qué decir, pasaba a la siguiente.

Peralta no volvió a entrometerse. Desde su rincón, mientras continuaba con las fotos en la mano, seguía muy atento la entrevista. Victoria sabía escudarse detrás de alguna que otra respuesta ambigua para mantener a resguardo su identidad. La escuchó mentir, pero no podía culparla. Pagano, incisivo en sus preguntas, tuvo que quedarse con las ganas de saber más sobre la misteriosa Gardelia. Cuando eso sucedía, la contestación de Victoria, acompañada por una sonrisa seductora, era contundente.

-Prefiero dejarlo a la imaginación de los lectores.

Y Pagano se resignaba mientras el comisario Peralta, en silencio, celebraba su astucia.

Media hora después; la nota estaba terminada y Victoria respiraba aliviada.

El periodista le dio las gracias y antes de marcharse, le volvió a pedir disculpas por haberse presentado en su casa sin avisar.

Apenas cerró la puerta del camarín, Victoria soltó el aire contenido en los pulmones y sonrió.

-¡Por fin!

Peralta se la acercó.

-Estuviste muy bien. Lograste salir airosa en más de una ocasión.

Victoria se mordió el labio en un mohín que evidenciaba un poco de culpa.

-No fui del todo sincera...

Él le acarició la mejilla.

-Pagano sabía a qué atenerse cuando te propuso hacer la nota para el diario. Además, el propio Santibáñez se preocupó en proteger tu identidad. -Puso cara de fastidio-. Hablando de él, debo buscarlo para hacerle algunas preguntas. ¿Te molestaría esperarme un rato? Quiero llevarte hasta tu casa.

-No, claro que no. Ve y haz tu trabajo sin preocuparte por mí. -Victoria pensaba en el fajo de billetes que le había dado Leonor. Necesitaba encontrar un buen sitio donde esconderlo y con Martín revoloteando a su alrededor, no iba a poder hacerlo.

El comisario tuvo la fuerte impresión de que trataba de deshacerse de él. Esperaba que no se debiera a la presencia de Madariaga en el cabaret. Le dio un ligero beso y se fue a buscar a Santibáñez.

Victoria abrió un cajón de la toilette, sacó el fajo y lo metió en su bolso. Al hacerlo, descubrió que la medallita de la Virgen de la Bien Aparecida no estaba. Arrojó todo el contenido encima del mueble y revolvió, desesperada.

Fue inútil. Su medalla de la suerte había desaparecido.