Claudia Rafael - [email protected]

Pocos delitos generan tanta repercusión y desatan tantos cuestionamientos a una víctima como aquellos relacionados con la integridad sexual. Las víctimas de ese tipo de violencias tienen que demostrar que están a la altura de la moral social que suele señalar con el dedo y que tiene particular avidez por poner en duda si realmente dio o no dio consentimiento.

En la historia que concluyó esta semana con las condenas penales a Néstor Pola y a Juan Cruz Garay también se incluyeron esos condimentos. Los condenados y sus defensas hicieron gala de esos señalamientos para tratar de llevar agua a sus molinos (sin suerte, a juzgar por la sentencia). Y revictimizaron con sus discursos a quien a sus 17 fue duramente victimizada cuatro años atrás.

Es ésta una práctica que se repite por las diferentes geografías y no admite diferencias. Esta semana que concluyó la ex senadora Beatriz Rojkés dio una lección de lugares comunes en una entrevista con Reynaldo Sietecase tras el procesamiento de su marido, el ex gobernador tucumano José Alperovich, por "abuso sexual agravado con acceso carnal" en seis oportunidades contra su sobrina y excolaboradora entre 2017 y 2018, en hechos que se cometieron mediante "abuso de poder y autoridad". Caben múltiples calificaciones para Rojkés pero tal vez la de actuación lastimosa sea la más acertada. Llegó a reconocer que cree en las infidelidades de Alperovich pero "no creo definitivamente en la situación de abuso. No lo creo porque además esta chica venía a casa, jugaba con mis nietos. Usaba la casa de José para hacer sus cumpleaños ¿Por qué volvería si se sentía tan mal y abusada?". Suele ser difícil sostener un vínculo contractual ligado al poder en circunstancias como ésta y la tercera en línea de sucesión presidencial durante el último gobierno de Cristina Fernández debería haber optado por el silencio antes que por el oprobio.

Pocas películas retratan tan magníficamente la temática como la hindú "Pink" en el derrotero de tres amigas. Y por estos días, la exitosa serie británica "Anatomía de un escándalo" aborda el tema del poder y el abuso sexual (con algunos lineamientos flojos desde mi perspectiva, aunque eso no venga al caso para esta nota). La fiscal, a la hora de presentar la acusación contra un ministro del gobierno británico por la violación de una de sus asesoras, advierte al jurado que debe decidir en torno de la existencia o no del consentimiento. A más de 11.000 kilómetros de distancia y en una causa contra un ministro del gobierno inglés el tema de la existencia o no del consentimiento fue tan clave como en el juicio de la semana pasada en Azul y en el discurso de Beatriz Rojkés, cuando preguntaba "¿Por qué volvería si se sentía tan mal y abusada?" la víctima de su marido.

Aquel "no es no" nacido al calor de las luchas feministas sigue sin ser comprendido cabalmente, no importa cuál sea el momento en que ese "no" se expresa. Demasiadas veces se insiste en que ese no, no es un no rotundo. Porque puede ser confundido con un ni y que, después de todo, apenas se trata de una letra (y no de una voluntad) para pasar del ni al sí.

Como en aquella canción infantil que marcó a infinitas generaciones sobre un bosque de la China en el que el "no" de la nena de la historia a recibir un beso (y quién sabe qué más), fue transformado en "sí" a fuerza de presiones y sostenidas insistencias aparentemente inocentes.