La Argentina tiene una rara experiencia a lo largo de su historia reciente. Ha soportado las peores crisis, de pie. La caducidad de los golpes militares ha obligado a que las instituciones resuelvan los conflictos con lo que hay y puedan soportar tres crisis en tres años sin que nada se derrumbe, al menos en su totalidad. Dos años de pandemia, inflación desbocada e intento de magnicidio en tres años de gobierno no es sencillo de transitar. Siete olavarrienses analizan qué les dejó una pandemia que no acabó (aunque parezca que sí) y qué posibilidades reales existen de que una crisis sea punto de partida para el cambio. Si no es una, tal vez tres. Escepticismo, grieta inexorable, hábitos que se diluyeron y una sensación amarga de que los que operan la crisis no están a la altura histórica.

La consultora Readiness Global realizó una encuesta en todo el país y concluyó en que cuatro de cada diez sigue sin compartir el mate, otro tanto todavía saluda con puños y es renuente al contacto del beso o el abrazo, el 56 % sigue usando el barbijo por decisión propia y el alcohol en gel llegó para quedarse.

Sin embargo, en Olavarría la mayor parte supone que el Covid es parte del pasado, abandonó el barbijo antes de que dejara de ser obligatorio y los abrazos volvieron a ser la cotidianidad. El mate no sacrificó su simbolismo de cercanía y lo que más ha resistido ha sido el alcohol en gel como escudo ante bacterias y virus. Sin embargo, hay contagios y sigue habiendo alguna muerte en la ciudad.

El doctor Héctor Trebuq, director de la Escuela Superior de Ciencias, admitió la caída de los hábitos de la pandemia: "conservo irregularmente el alcohol en gel, saludo con abrazos y con besos, me lavo las manos como siempre me las lavé y en lugares cerrados con mucha gente uso barbijo aún".

Tiene 20 años y estudia Psicología. Enea Urlézaga, en la misma sintonía, reconoce que "de la pandemia los hábitos que me quedaron son usar alcohol en gel y lavarme las manos, los demás no tanto, aunque depende el lugar donde esté". En el mismo camino transita Eduardo Lalanne, que ha hecho de la música y la radio las pasiones de su vida: "alcohol en gel, barbijo en lugares cerrados; las manos siempre me las lavé a cada instante y ahora más todavía".

Julio Salazar es obrero minero. De la pandemia "no me quedó ningún hábito. Trabajo en una fábrica, me saludo -y extrañaba eso-, con una mano o con un abrazo. Para mí el puño era una barrera y no se me quedó pegado. El lavado de las manos lo tuve incorporado desde siempre". 

"¿Habitos? Conservo el uso de barbijo en lugares con mucha gente como por los hospitales. Cuando estoy con dolor de garganta o resfrío también lo uso. El lavado de las manos era ya una conducta y conservo el uso del alcohol en gel". Patricia Conte es representante legal del Colegio Santa Teresa de Hinojo y dice no compartir el mate "más que con los que convivo".

Guillermina Morales, jubilada como empleada municipal, conservó ya como para siempre "el alcohol en gel; lo tengo en todos lados. El barbijo lo sigo usando cuando entro a algún lugar cerrado, un comercio, etc. Pero ya nadie anda con barbijo. Yo saludo con abrazo y con beso. El lavado de manos, desde siempre. Y el mate, en mi casa y con amigos en los que confío. Muy pocos casos".

 Tal vez la mayor conciencia estuvo de parte de la pediatra Alejandra Capriata, integrante del equipo de Neonatologia del Hospital Municipal: "como profesional de la salud sigo usando barbijo, saludo con los puños, nos lavamos las manos constantemente y tratamos de no dar abrazos ni besos. No veo que el resto se cuide demasiado. La gente ha entrado en un estado de negligencia y sigue habiendo casos. Creen que la pandemia ya pasó y no es así".

Cambios dentro y fuera

"A mí la pandemia no me cambió en nada". Julio Salazar, desde la fábrica, asegura que acaso en el "durante" sintió "la falta de tiempo compartido en familia"; esta conciencia lo impulsó a un cambio. Sin embargo, cita una canción de Serrat para graficar el regreso a la vieja sociedad: "vuelve el pobre a la pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas". En este sentido, "creo que durante la pandemia se vio la gran grieta en los medios de desinformación masiva, en los mismos medios estaban los que decían que era todo una fantochada, que no existía la pandemia, y los otros que decían que estaba muy bien que nos cuidaran". Es decir, "estamos divididos a un nivel que asusta. Y ya hace tiempo". A la par, "yo no soy mejor, soy quien soy y quien era. No me cambió la pandemia pero sí me llevó mucha gente amiga y conocida… pero me los lleva continuamente el sistema, la vida".

El trabajador minero descreyó de que "la sociedad haya cambiado para mejor. Creo que el que era jodido sigue siéndolo, el empresario que es solidario sigue siéndolo, el que la quiere toda para él también. En la pandemia tuvieron la excusa perfecta para llenarse más los bolsillos".

"La pandemia me trajo mayor paciencia primero conmigo misma y luego con los demás", dice Patricia Conte desde el colegio Santa Teresa. "Me enseñó a preservar los momentos con familia y amigos, aprendí a escuchar más y generar espacios de silencio para la comunidad donde trabajo". En síntesis, "estoy más convencida de los valores cristianos que nunca". 

Desde la medicina y la docencia, Héctor Trebuq sintió "la necesidad de ser solidario. Vi que en la gente joven, en los estudiantes la solidaridad afloró en el transcurso de la pandemia". Después, "fue disminuyendo y de a poco volvimos a ser los mismos que antes. Creo que no hubo cambios positivos". En lo personal, le hizo reconocer "la necesidad de la gente, sus problemas reales a diferencia de los más superfluos". Es decir: "me llamaba la atención que había gente que se quejaba de no poder salir a correr mientras había otros que tenían que convivir diez o doce en una misma habitación".

"Al principio me costó el tema de relacionarme con los demás: al estar esos dos años encerrada disfruto mucho la soledad y el tiempo conmigo misma, cosa que antes no tanto o no me permitía tenerlo", dice Enea Urlézaga. La estudiante de Psicología admitió que "si bien fueron dos años raros para todos, siento que sin ellos no me hubiera planteado una cuantas cosas. Fue el lado positivo, por así decirlo". Eduardo Lalanne optó también por algunos cambios: "priorizarme y elegirme. Antes vivía más para los demás". No sabe si "soy mejor, pero disfruto del ahora. La sociedad es más solidaria que antes, en un gran porcentaje".

"Perdí el hábito de estar con mucha gente", dice Guillermina Morales sobre la pandemia. "Cuando recién había pasado, venía gente a mi casa y yo sentía que me aturdía. Me costó pero lo fui superando". En lo demás, "soy como siempre, no mejor persona porque haya transitado la pandemia. Y la sociedad no mejoró, está cada vez peor: hay mucha agresividad, muy poco respeto. Todo el mundo está como enojado y creo que es por todo lo que vivimos, por la situación económica y por las enfermedades que todo eso trae a la gente".

"Yo personalmente nunca estuve infectada ni aislada porque puse todos los cuidados posibles y al extremo", no sólo "durante mi trabajo sino afuera, en el intercambio con la gente". Alejandra Capriata analiza: "no sé si soy mejor pero soy más precavida. Estoy mucho más atenta. Creo que esto nos ha generado una alerta más tremprana a los profesionales de la salud".

Pero "la sociedad ha tenido expresiones muy dispares: inicialmente con miedo, con precaución pero después se relajó; hubo gente que se radicalizó respecto de las medidas, de los cuidados, de las vacunas y eso muestra la diversidad de construcciones que se van haciendo en una semejante crisis como la pandemia". En ese sentido, "mucha gente no estuvo a la altura. La sociedad respondió en algunos aspectos y en otros no". La pandemia "desnudó la fragilidad; mucha gente que estaba al borde del desastre social y familiar terminó por sucumbir, sin ingresos, sin poder trabajar, con mucho empleo informal que se borró con las medidas de restricción. Eso muestra la fragilidad de nuestra organización social y su desigualdad".

Crisis y (des)esperanzas

La escalofriante foto de la endeblez de la vida no sólo quedó en el temor a la muerte durante la pandemia, sino que se reflejó, viral, en la pistola a diez centímetros de la cabeza de la vicepresidenta. Esa fragilidad en una de las figuras más populares y poderosas del país obliga a pensar en las fragilidades de los millones restantes. Sin embargo, ninguna de las crisis parece cambiar algo en la sociedad: sólo profundizar lo que hubo bueno y más aún lo terrible.

"Yo no creo que haya crisis que nos pueda mejorar", dice Guillermina, después de décadas de trabajo municipal. "Yo no lo voy a ver, pero tal vez con el paso de muchos años, con otra categoría de políticos, con gente desprendida, que tenga amor al país, a lo mejor…". 

Desde su condición de médico y docente, Héctor Trebuq cree que "tanto odio me parece que no es casual, que no es inocente, que no es arbitrario; hay una carga de violencia en algunos medios y la consecuencia lógica de los discursos agresivos es la violencia". Trebuq ve "un retroceso" y opta por apelar a Arturo Jauretche: "El pueblo no odia. Odian las minorías. Porque conquistar derechos provoca alegría mientras que perder privilegios provoca rencor". Por eso "creo que la grieta está alimentada porque hay minorías que están perdiendo privilegios. Y hay mayorías que recuperan derechos". 

Enea, desde sus 20 años, no cree que "con todo lo que está pasando, en un tiempo breve podamos mejorar aunque es lo que más deseo y espero que pase". Eduardo, músico y conductor radial, deja un lugarcito para la esperanza: "las crisis enseñan, uno mejora. Los políticos, en su gran mayoría, han empeorado considerablemente. Pero tengo esperanzas de un mejor país siempre". Y Patricia, desde un colegio religioso, piensa que "las crisis exteriores no cambian el corazón de los hombres y las mujeres" porque "el cambio está en el ser".