Hace unos quince años Olavarría fue noticia nacional por una ordenanza que pretendía prohibir los prostíbulos llamados eufemísticamente por entonces "bares musicales" aunque la gente seguía conociéndolos como "cabarets" y se ubicaban casi siempre en la zona de quintas.

Por esa época también EL POPULAR se había convertido también en la última, sino la única, esperanza de liberación para algunas de las mujeres que habían sido engañadas con promesas de trabajo para trasladarse a Olavarría y terminar cautivas en alguno de estos establecimientos, donde las condenaban a convertirse en prostitutas.

El procedimiento era simple: les quitaban el pasaporte, las encerraban y les planteaban casi siempre que si no se sometían debían devolver el dinero que les habían entregado para el traslado. Sin documentos, sin medios para volver, quedaban a merced de quienes eran, directamente, sus secuestradores, que no necesitaban generalmente utilizar métodos más drásticos para lograr sus fines.

Después era sencillo convertirlas en adictas a drogas para controlarlas mejor y poder ofrecer a los clientes su ración de carne fresca. No es que este siniestro comercio se hiciera en secreto, que estuviera protegido por la oscuridad aunque sus actividades se desarrollaran de noche.

Todo el que por alguna razón se interesara por los "bares musicales" sabía que en realidad eran prostíbulos aunque pocos se preocuparan por saber cómo conseguían mujeres decididas a ejercer ese triste oficio. Es cierto que había algunas que habían elegido transitar tan duro camino para escapar de la miseria o por cualquier otra razón, pero una gran cantidad habían caído, simplemente, en una red de trata de personas.

En Olavarría llegó a existir un cabaret del que se decía que disponía de nada menos que setenta mujeres. También por entonces se hablaba de la posibilidad que Marita Verón, secuestrada en Tucumán y cuyo caso es emblemático en la Argentina por la incansable lucha de su madre Susana Trimarco para encontrarla -infructuosa hasta ahora- hubiera estado en un prostíbulo de Olavarría.

Incluso hubo un allanamiento encabezado por un fiscal tucumano en uno de estos establecimientos, pero sin resultados positivos.

Una mañana me llamaron del diario para plantearme que dos mujeres extranjeras se habían presentado al comenzar el horario de atención al público de la administración en busca de ayuda. Eran paraguayas, hermanas, llegadas muy poco antes a la ciudad donde supuestamente iban a trabajar como empleadas domésticas.

Enseguida le hicieron saber la realidad. Una, muy atractiva, tenía que convertirse en alternadora, es decir "copera", como se decía popularmente, sentarse con los clientes y hacerlos beber, y si este quería, hacer un "pase", es decir acostarse con él en una de las habitaciones preparadas con ese fin.

La otra, poco agraciada, era la prueba que los proxenetas tenían algo de corazón: como el físico no le daba para ejercer con fortuna la prostitución podía trabar de cocinera en el establecimiento.

Seguros de que sus víctimas no podían huir al estar sin medios en un país desconocido, los tratantes de personas no habían tomado demasiadas medidas de seguridad. Las hermanas, evidentemente animosas, aprovecharon para huir de madrugada.

Encontraron a un hombre y le pidieron ayuda. Tras contarle la situación, el desconocido, claramente bien informado de cómo eran las cosas en Olavarría, las disuadió de su idea de ir a la Policía.

El único lugar dónde podían ir, les dijo, era al diario. Les indicó cómo llegar y se despidió.

Así las jóvenes paraguayas montaron guardia frente a EL POPULAR y aguardaron, tragándose sus temores, aferradas a una tenue esperanza, que se abrieran las puertas.

Así se inició una historia que se resolvió en cuestión de horas. Naturalizando que existía complicidad evidente entre la trata de personas y la fuerza de seguridad, los periodistas que intervenimos en el caso ni se nos ocurrió ir a la Policía.

En un rato nos habíamos instalados en la casa de Tachi Iguerategui, responsable entonces de la filial local de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, tomando nota del relato completo de las jóvenes paraguayas, mientras la directora del diario, Graciela Pagano de Oller, realizaba otras gestiones tendiente a facilitarles el regreso a Paraguay.

El alivio de las hermanas al haber encontrado el auxilio necesario para alejarse definitivamente del destino terrible del que habían estado tan cerca era evidente. Esa misma tarde estaba el dinero de los pasajes de regreso al Paraguay, seguramente gracias a Graciela Pagano, y las jóvenes volvieron a su hogar con la única marca de haber vivido una aventura que por esas cosas que tiene la vida había terminado bien.

Una vez puestas a salvo las jóvenes, venía la otra etapa a la que estábamos obligados por un mínimo sentido de la responsabilidad: denunciar el caso ante la Justicia. Al estar ya lejos las protagonistas principales, no me quedó otro camino, que estar de nuevo ante un fiscal relatando el caso.

Eludí de la mejor manera posible el reto por no haber denunciado antes y haber facilitado que las víctimas se fueran antes de prestar declaración, señalé al local donde pretendieron secuestrarlas y conté toda la odisea de las chicas desde el momento en que habían sido contactadas en Paraguay, tal como me lo habían referido.

Más o menos un par de días después supe que habían allanado un bar musical pero todo quedó en la nada porque las mujeres que encontraron aseguraron al fiscal y los policías que no estaban cautivas y que se encontraban allí por propia voluntad.

El detalle significativo es que el cabaret allanado no era en el que habían estado las jóvenes paraguayas sino otro cercano. Errores, que le dicen.

En los meses siguientes hubo otras mujeres, creo que unas ocho en total, que se presentaron en el diario después de escapar en los establecimientos donde estaban cautivas. Simplemente con contar su historia y que el diario las publicara pudieron salvarse.

Nunca supe cómo estas víctimas de trata se comunicaban entre ellas y se transmitían que el diario podía ser su salvación. Hubo incluso un caso en que dos mujeres recibieron un inesperado auxilio después de publicarse su historia en estas páginas: dos hombres, habituados a frecuentar las páginas policiales del diario, de esos que se dice que tienen prontuarios "frondosos", les dieron alojamiento.

No sé cuánto habrá durado esa relación, pero lo cierto es que estuvieron en el diario otra vez, ya pasado un buen tiempo, y se los veía contentos.