Silvana Melo / smelo@elpopular.com.ar

El día feroz en que una bala policial atravesó la espalda de Cristian González hacía cuarenta años que Eva Perón había muerto estragada por un cáncer en el útero. El 26 de julio de 1992 se inauguraba tristemente en Olavarría la violencia institucional indiscriminada en tiempos de democracia.

Helios Eseverri había regresado, ocho meses atrás, a la intendencia de Olavarría. Cuatro meses antes volaba la embajada de Israel en Buenos Aires. La privatización de los trenes dejaba sin trabajo a centenares de miles y sin conexión a innumerables pueblos y ciudades en el país.

Soledad, Mariano, Yanina y Daniela González eran muy jóvenes, casi niños. El crimen de su hermano les atravesó la infancia, la adolescencia, la juventud, como un puñal que costó mucho desencarnar. Sucedía en su familia lo que siempre pasaba en otro lugar. En Olavarría no. Hoy, treinta años después, recién pueden hablarlo hacia afuera.

Las muertes a los 18 mantienen siempre joven al que se fue. Apenas en quince días Cristian González cumpliría 49 años. Pero sigue siendo en la memoria el pibe del arenero, con un cuerpo trabajado por el gimnasio, que sabía soldar como nadie en el taller de su padre. El que no creció. El que no envejecerá jamás.

Yanina tiene 51 años, 50 Daniela, 47 Mariano y 43 Soledad. Es sencillo sacar cuentas y saber qué edad tenía cada uno cuando la balacera policial les arrancó al hermano del medio. Cada uno tiene un recuerdo brutal de aquel día, cuando al final del partido Racing – Loma Negra volaron algunos piedrazos desde la tribuna y la policía comenzó a reprimir –primero con gases y luego con balas de plomo- sin considerar que la muerte estaba ahí, en la distancia de un disparo.

"Yo recuerdo todo con lujo de detalles –dice Yanina- Estaba por hacer una torta para un cumpleaños en la casa de mi suegro y mi marido se había ido a la cancha con su hermano". Su esposo volvió desencajado de la cancha hablando de un balazo para alguien de la familia y fue difícil comprender que lo había sufrido Cristian. "Salí corriendo para el Hospital, no me dejaron entrar, era un alboroto terrible. Ya había fallecido. Fue un caos. Fue muy difícil. Sigue siendo difícil y duro hoy".

A Daniela le costaba "entender lo que me estaban diciendo. Me fueron a buscar y él ya estaba en el hospital, pero yo no entendía la muerte. Pasó algo en la cancha, me dijeron. Me acomodé como en posición fetal en el auto y me puse a llorar pensando 'está muerto'. Un vecino nuestro desde la esquina me grita 'lo mataron a tu hermano'. Quién, cómo, no entendía la palabra muerte. Y me caí. Me caí de rodillas. Nunca pude contarlo. Recién 20 años después se lo pude explicar a una psicóloga. Hay mucha gente cercana a mí que no lo sabe. No era fácil, no es fácil".

Mariano, sin embargo, se aferra a los días anteriores: "Sigo pensando que los destinos están marcados. Días antes él se estaba despidiendo. Teníamos un arenero y nos re peleábamos para usarlo. Justo ese fin de semana le tocaba a él y me dijo 'llevate el arenero', 'no si te toca a vos', dije yo. 'No, dejate de joder, mirá que nos vamos a estar peleando por el arenero, empezá a usarlo vos…', y a pesar de lo pijotero que era, me dio plata para echarle nafta". Hubo más detalles en esos días. "Hacía como una semana que no nos veíamos porque él trabajaba en una metalúrgica en el PIO. Esa noche él vino, no había luz, llovía, nos abrazamos y nos quedamos charlando hasta las tres de la mañana ¡un martes!".

Fue ese domingo cuando Cristian le dejó el arenero al Mariano. "Fuimos con mi primo a los juegos de Racing. Y desde ahí vimos gente correr, se escuchaban los tiros. Nos fuimos". En el camino se cruzaron con "un tío que lloraba y fuimos a casa, que era un alboroto de gente. Yo no terminaba de entender lo que pasaba. Recién a la noche creo que comprendí que había fallecido mi hermano".

Soledad estaba con su padre en La Bota cuando un familiar llegó a decirles que debían ir al Hospital porque "le pegaron a Cristian". No sabían si era "un piedrazo o una piña" y cuando llegaron al Hospital un mundo de gente angustiada les hizo reconocer la muerte. "Yo entré con mis padres. Y lo vi". Tenía apenas trece años. "Yo también lo vi", acota Yanina. "Fue algo muy feo, muy terrible, parece que fue ayer…" A ambas se les quiebra la voz ante el recuerdo.

Ese día

Siete mil hinchas había en la cancha. Era la final entre Racing y Loma Negra. Una parte de la hinchada no aceptó buenamente la victoria del visitante. Y empezaron los piedrazos. "Salieron por Sarmiento –relató un testigo con la imagen de ese día pegada a la retina-; la hinchada de Racing empezó a correr; a dos metros de donde estaba yo cayó un chico con discapacidad y le pegaron un tiro en una pierna. Estaban re sacados los policías. Iban por Lavalle en contramano, de Sarmiento hacia Colón. Los barras de Racing tiraban piedras". A unos "50 metros vi el tumulto y un pibe caído en el piso". Era Cristian.

La media docena de heridos se recuperó "con el correr de los días" pero "Cristian González, atrapado dentro de una nube blanca e irrespirable cuando intentaba protegerse entre unos tablones apilados en la vereda de La Casa de los Cristales, no tuvo la misma suerte", escribió Daniel Lovano hace veinte años en este diario, cuando se cumplió la primera década.

Las pérdidas

"No sólo es la muerte de nuestro hermano. Es una cantidad de pérdidas de cada uno de nosotros en lo que hace a la familia. Es un dolor que aumenta, sumado a la pérdida de nuestros padres, que se llevaron la peor parte", analizan los hermanos de Cristian.

"Mi papá falleció de un tumor y mi mamá también tuvo un tumor. Está como puede. La tristeza le está ganando cada vez más. Nunca lo superó. Jamás. Ella estaba medianamente bien porque estaba acompañada por papá. Al faltar él se le terminó de derrumbar su mundo", relata Soledad.

Yanina habla de la unión de los cuatro y Mariano recuerda aquella casa multitudinaria de cuando eran siete y había que sumar amigos, más familia y era "un escándalo de gente la casa". Después de la muerte de Cristian, Yanina se casó a los tres meses "y todo quedó vacío, con un dolor muy grande". Y el recuerdo "de mamá, que es su último sueño, Cristian que la llama desde la fiesta de la noche anterior. Y lo recuerda chiquito, siempre chiquito".

Desde hacía dos años Yanina planeaba casarse en una fecha determinada. "Lo hice y sentí que la estaba abandonando a mamá; me casé igual pero la pasé muy mal. Sentía que estaba haciendo algo que no debía, como que faltaba el respeto. Yo no disfruté nada".

A Mariano la ausencia de Cristian le cambió el rumbo de la vida. Sufría más "por verla llorar a mi mamá todas las noches mientras la consolaba mi papá, que por la muerte de mi hermano en sí. Hoy lo añoro mucho más".

Para Soledad, en cambio, "fue la ausencia de mi mamá. Yo tenía trece años y la necesitaba y no la tuve. Era verla sufrir todos los días, llorar, gritar, fue un calvario. Perdimos a nuestros padres además de perder a mi hermano".

Justicia: la divina y la otra

Mariano recuerda esos días en que su mamá "veía un policía y lo puteaba de arriba abajo; salían un rato con mi papá, los paraba un oficial y lo puteaba, le echaba la culpa de todo. Entonces se tenía que bajar mi papá y explicarle quiénes eran y qué había pasado".

Después del desastre del 26 de julio, la jueza María Mercedes Malere se instaló en el edificio del Tribunal del Trabajo, en Coronel Suárez entre Alsina y Vicente López, para tomar declaraciones. La jueza juzgó. No había intención de matar, consideró.

A pesar de que disparar en medio de una multitud implica necesariamente herir y / o matar. Comprobó que la bala pegó en la caja de un camión, se desvió e ingresó en la espalda de Cristian. Un cabo de la policía fue encontrado culpable de "homicidio culposo" y condenado a menos de tres años de prisión en suspenso. Aunque semejante tragedia no fuera responsabilidad sólo de un cabo de la bonaerense.

No hubo presos por el crimen. La provincia, responsable de la policía, debió indemnizar, más tarde, a la familia. "Fue automático: cuando les detectaron los tumores fue cuando se cierra el caso y nos tienen que indemnizar. Inmediatamente les aparece un tumor en la próstata a papá y otro a mamá en el estómago", relata Mariano. 

"Yo lo atendí dos o tres veces; no sabía quién era, no le conocía la cara. Un compañero me advirtió que yo lo había atendido", recuerda. "¿Si tengo rencor? Qué sé yo. Dicen que él tampoco lo pasó bien, quedó desafectado de la policía, tuvo problemas psiquiátricos. Hoy después de 30 años creo que no tengo odio ni rencor". 

"Yo lo conozco, sé quién es –dice Yanina-. Pero siempre se dijo que fue una cama, que se culpó a alguien, a un perejil. En semejante quilombo quién sabe quién disparó si dispararon todos". Los cuatro coinciden en que "nunca quisimos seguir revolviendo por nuestros padres. Vinieron de todos los medios y nunca dimos una nota. Hicimos una sola marcha y contra la voluntad de mamá. Por eso decidimos hacer nuestro propio duelo". Daniela, en su interior, tuvo algunas disputas que aún hoy la lastiman. "Siento que no lo defendí a mi hermano como debía. Interiormente lo perdoné (al asesino) porque si no me iba a morir, me iba a dañar psicológicamente más de lo que me dañó".

Para Mariano lo que queda es la esperanza "de que un día nos volvamos a encontrar con Cristian y podamos charlar todo lo que nos quedó". A pesar de que "no soy devoto". Esa relación con Dios y sus cercanías tembló con la tragedia. "Yo lo odié". Daniela fue terminante. "Y me costó mucho volver. De hecho, voy y vuelvo todo el tiempo. Preguntándome por qué nos hacían esto a nosotros, por qué en Olavarría…"

Presencias y soledades

"Mamá estuvo cuatro años sin salir de casa. Sólo iba al cementerio. Los miércoles y los domingos". Hasta el día de hoy, dicen, "para mamá salir de casa es abandonarlo a Cristian".

En esos días el entonces intendente Helios Eseverri estuvo "más de dos meses yendo a casa todo el tiempo, muy privadamente. Se caía a cualquier hora, veía cómo estábamos y se iba". Después, "fray José Luis, que fue muy importante, los amigos de la familia que estuvieron siempre y otros, familiares directos que no supieran afrontar la situación y se alejaron".

Mientras su madre sigue proyectando en Mariano el amor por los dos él, 30 años después, ya pudo "sacarme esa mochila de encima".

Hoy pueden decirlo todo, pueden hablar de Cristian y pueden hacer un masaje a la memoria colectiva para que no se entumezca porque "estamos en paz". 

Treinta años después, pueden estar en paz.