Daniel Puertas

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Enseguida el entrenador de la Selección recibió el rótulo fácil de "K", con todo lo que eso implica en este momento histórico de grietas y de griesas. Casualidad o no, mientras los medios oficialistas o paraoficialistas apostaban casi sin fisuras por la Selección y por Sabella, los opositores encontraban minuto a minuto más pelos en la leche.

Casualidad o no, Angel Di María desdeñó la cortesía habitual para contestar la pregunta de un periodista del multimedios en guerra franca con el Gobierno y decirle que el único que veía jugar mal al equipo argentino era precisamente ese periodista.

La mala relación entre los seleccionados y la prensa no es nueva. Aún se recuerda la expresión de estupor de algunos al escuchar a un grupo de jugadores encabezado por Juan Sebastián Verón entonar con la fuerza del desahogo un cántico que terminaba con "esos putos periodistas la puta que los parió", después de la victoria ante Uruguay que aseguró la clasificación para Sudáfrica.

En aquellos tiempos de Diego Armando Maradona como técnico, las cosas estaban más claras para los hombres de prensa opositores, aunque no fáciles. Por un lado, Maradona era un futbolista cargado de gloria y por el otro un fervoroso defensor de Hugo Chávez y Fidel Castro, así que las críticas eran más ambiguas que directas, aunque después de la derrota dolorosa ante Alemania se soltaron más para pegarle sin misericordia.

Muy previsiblemente, los sectores de izquierda, trabajaran en los medios o no, bancaron siempre a muerte a Maradona aunque más no fuera por las afinidades políticas.

En este Mundial de Brasil, el giro que debieron adoptar bruscamente unos cuantos analistas deportivos está sirviendo más que nada para hacer las delicias de la televisión oficialista, que no pierde ocasión de exhibir hasta el cansancio las definiciones de antes y de ahora de sus colegas más detestados.

Si Sabella era presentado hasta hace pocos días como una suerte de completo incapaz que no había caído aún en el desastre porque Messi no sólo aportaba sus genialidades sino también le armaba el equipo, ahora es un astuto y sapiente entrenador que hace cambios oportunos y sabe qué indicarles a sus dirigidos.

La oportunidad de hacer trizas a otro odiado kirchnerista ya pasó y hay que acomodar el discurso. Con la vieja y con la Selección no se jode, por lo menos cuando gana.

Por supuesto que en los dislates dichos o escritos por más de un comunicador no sólo hay ocultas razones de rivalidad política. También está la necesidad de opinar mucho sabiendo poco y la enfermedad profesional de la egolatría.

Mientras el país vibra con el fútbol, señores bien trajeados pelean por sacarle a la Argentina unos cuantos millones de dólares con artes de usurero amparado por la ambigüedad de las leyes y poderosos que no tienen nada contra la posibilidad de cobrar un buen soborno en metálico o en especies.

Los conflictos internos y el adagio de que el enemigo de mi amigo es mi amigo, sin olvidar la posibilidad de favores importantes, ha llevado a que más de un argentino se haya hecho hincha de los buitres y les preste su aliento generoso.

También está la adhesión incondicional al capitalismo y al modelo occidental y cristiano, que a veces es tan fuerte que los lleva a desafiar la posibilidad del mote de traidores a la Patria que en épocas más duras solía aplicarse a quienes ponían los intereses del extranjero por encima de los de su propio pueblo.

De cualquier modo, muy fuertes deben ser las motivaciones, o quizá la simple estupidez, que ha llevado a más de un importante personaje de la política o de los medios a sentenciar que la Argentina debía acatar mansamente el fallo poco ajustado al derecho internacional del juez Thomas Griesa.

Quienes lo hicieron hasta ahora carecieron de la rapidez de reflejos de más de un comentarista deportivo para ajustar rápidamente sus discursos de la crítica inmisericorde al elogio sin medida, si bien el respaldo político internacional a la posición argentina -los países centrales, los más endeudados, no pueden permitir que un oscuro juez, aunque sea neoyorquino, les pueda complicar sus eventuales propias reestructuraciones de sus deudas- pareciera haberlos hecho llamarse a silencio.

Un detalle para nada menor es que la ceguera de muchos enemigos del Gobierno los lleva a actuar tan apresuradamente que sus acciones pueden llegar a tener el efecto exactamente contrario. Hubo quienes hablaban de la "Selección K" en tono fuertemente crítico cuando el camino para la final parecía sembrado de obstáculos que lo hacían intransitable.

Si convencieron a alguien de lo acertado de esa definición, ahora deben estar amargamente arrepentidos. Y algo parecido podría ocurrirles a los que cuestionaron acremente la forma de actuar del Gobierno en la pelea con los buitres cuando ocurra lo quizá más lógico, es decir, nada que afecte realmente ni al país ni a la población, aunque más no sea porque los intereses de países muy grandes y fuertes coinciden coyunturalmente con los de Argentina.

Algo parecido les puede ocurrir con sus embestidas contra Amado Boudou. El Vicepresidente podría perfectamente ser culpable de lo que se le imputa.

Pero es tan fuerte, obscena, la presión de algunos medios y dirigentes y sus cotidianas acusaciones sin respaldo documental que a la larga pueden conseguir que salga del lío en olor de santidad, aunque más no sea por el hecho simple que para condenar a alguien se debe la certeza de su culpabilidad más allá de toda duda razonable. La duda siempre juega a favor del acusado.

Hoy muchas críticas y acusaciones encuentran tierra fértil para florecer por los primeros atisbos de una recesión económica.

Hace algunos años, el ex jefe de Gabinete, ex intendente de Tigre y actual diputado nacional Sergio Massa le confió sus pensamientos íntimos y ciertos secretos a un diplomático estadounidense, sin reparar que si la situación hubiera sido a la inversa y ocurrido en los Estados Unidos probablemente el ex funcionario terminara confinado en Guantánamo.

Entre otras cosas, reveladas por WikiLeaks, Massa dijo que ni Néstor ni Cristina Kirchner podían ganar alguna otra elección. Por esos días, el país atravesaba dificultades económicas por causas externas e internas. Las encuestas eran lapidarias para el mundo K.

Después las cosas fueron mejorando poco a poco y todos saben qué ocurrió en las elecciones de 2011. Si la oposición quiere encaramarse de una vez por todas en el poder, debería aprender de sus experiencias recientes.

Y, además, tratar de hacer una oposición inteligente para ubicarse como alternativa real de poder y no tratar de ganar votos solamente con las artes triviales propias de programas de chimentos y revistas del corazón.