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En los últimos días en los que el Presidente cambió de opinión tantas veces como días tiene la semana, afloró la teoría del impostor a la que acudían en el Medioevo tardío y ya en tiempos del absolutismo monárquico para explicar las reacciones inesperadas o los cambios bruscos de actitud del monarca.

Efectivamente, si Alberto Fernández hubiera vivido en esa época, por sus repentinos y reiterados cambios de opinión también hubiese sido considerado un impostor.

En poco tiempo aplaudió al chavismo, Maduro incluido, luego su gobierno acompañó el informe de la ONU y el pedido de elecciones libres, al otro día aclaró que no fue eso lo que se quiso decir y tomó distancia del informe y lo mismo hizo su canciller.

Mientras tanto, y evidenciando la interna ideológica del Frente de Todos, Sergio Massa continuaba con su posición de que lo de Venezuela es una dictadura que viola sistemáticamente los derechos humanos, y complementaba de esa manera su oposición a la expropiación de Vicentín (la que el Presidente había ordenado para la tribuna y sin respetar las leyes), su rechazo a lo que calificó "vandalismo rural" y otras cosas.

En ese interín, Alberto, con una avidez increíble por cotejar su opinión, le salió a aclarar al inefable Víctor Hugo Morales la posición del gobierno argentino sobre Venezuela, no vaya a ser que el uruguayo (o Cristina) piense mal.

En la última conferencia de prensa, el Presidente también deslizó otra crítica a las manifestaciones a favor de la libertad y la institucionalidad del 9 de Julio al atribuir el crecimiento de los contagios al período que va desde el 2 al 10 de julio. Es decir, en plena explicación, terminó contrabandeando una opinión, una práctica docente absolutamente repudiable que el sociólogo Max Weber detestaba. Y para rematarla, amenazó con que "no le iba a temblar el pulso" si debía firmar algo para encerrar nuevamente a los argentinos en sus propias casas. En fin, un vicio de profesor que quiere demostrar su bondad pero también su rigidez. En suma, una muestra más del patriarcalismo vigente en esta forma de ejercer el poder que tiene esta nueva conducción presidencial.

La amenaza es el matiz necesario de ese patriarca que mantiene viva la amenaza de la muerte y que él está para protegernos. Aunque sea con mano dura si es necesario. El sermón no podía faltar y la muerte en el centro de la escena tampoco.

Antes, ya había demostrado su propia angustia al reaccionar duramente ante una pregunta sobre la angustia de la gente por la prolongación del aislamiento.

Retirar lo dicho

Pero ¿quién es el verdadero Alberto Fernández? ¿El que reclamó elecciones libres y respeto por los derechos humanos a Venezuela o quien dijo extrañar al chavismo?. ¿Quien atacó duramente el memorando con Irán porque "solo buscó encubrir a los acusados" como había dicho un año antes, o el Alberto que ahora admite que lo había criticado demasiado y que el acuerdo fue la manera de buscar que los imputados declarasen de alguna forma?. ¿Quien es Alberto Fernández, entonces?. ¿Es que hay un Alberto al que le fue colocado una máscara de hierro para apartarlo de su verdadera identidad como aquel personaje de la novela de Alejandro Dumas (ver aparte) o siempre hubo uno solo con cara de piedra?. ¿O es todos a la vez como el personaje de Woody Allen en Zelig?.

Difícilmente vaya a descifrarse este enigma que solo es posible resolverlo por la propia dinámica de la controversia democrática y la interna gubernamental.

Posiblemente, el Presidente llegue a lugares que lo asusten y solo atine a replegarse en vez de continuar ahondando en contradicciones que la mayoría de las veces son asfixiantes. ¿Es que Alberto le teme a su Vice o tiene temor de tener que manejarse con la transparencia aliviadora de la verdad?.

Alberto y Cristina

Alberto Fernández encontró una manera de sobrevivir a las presiones, y es la de ceder a ellas, suponiendo que de esa manera gana en tranquilidad y no es consciente de que de estar transitando por un laberinto inextricable de la dualidad y la confusión.

Posiblemente le teme demasiado al poder que ejerce su compañera Cristina, y busca neutralizarlo. Pero ¿cómo?. Franz Kafka, un enorme estudioso del poder que empezó a mamar en la tiranía de su padre, lo definía como una sucesión de círculos concéntricos que terminan aprisionando el cuello de quien se quiere dominar y que tarde o temprano lo iba a capturar como sucede en su alucinante novela "El proceso".

Por eso el sugería que para neutralizarlo -o de algún modo vencerlo- solo había que desaparecer porque de esa manera el poder perdía la razón de su existencia. Algo parecido suponía Hegel cuando hablaba de su dialéctica amo-esclavo, esto es, como ambos se concurren recíprocamente, si uno no está el otro deja de existir.

El Presidente está ante un fuerte y decisivo dilema, el de seguir subordinado o el de decidirse a ser él mismo si es que pretende liberarse de las presiones.

No se gana nada con ceder ni tampoco con desaparecer, como sugería Kafka. Lo único que cuenta es pararse y decidirse a "ser" de una vez por todas y reconciliarse con su propia identidad, esa que lo conducía a opinar libre y verazmente antes de ser Presidente. Caso contrario continuará siendo un jefe de Gabinete eterno.

Plata hay

Pero, como su función es política, al Presidente no le queda otra alternativa que gobernar y sacar el país adelante. Conciliando lo esencial con lo operativo, esa obligación de "ser" lo conduce a la gobernabilidad y lo salva de los "ruidos" que provocan las opiniones antidemocráticas e intolerantes que lo apartan o distraen de su misión de conducir el país, fundamentalmente hacia una puesta en marcha de su aparato productivo.

Cuando todo esto parece demasiado lejos, Alberto se lo pasó procastinando el comienzo del despegue económico. De ahí su apego a la amenaza de la pandemia para seguir gobernando con la muerte en el centro de la escena política y dejar de hablar de la economía. Después, la supuesta grieta creada por la obsecuencia del cristinismo más dogmático entre "pro-cuarentenas y anticuarentenas" le darían el sustento ideológico para arrebatarle a la gente su libre autodeterminación y el poder podría seguir reproduciendo la lógica cruel de las autocracias patriarcales.

De todos modos, en lo económico algo se comenzó a hacer pero se quedó a mitad de camino. El Estado, más allá del exceso de cuarentena, se propuso cuidar los puestos de trabajo y los ingresos de la población fundamentalmente a través de los ATP y los IFE, además de algunos créditos blandos, una política que tuvo algunas fallas de implementación tal como l o planteó en reiteradas oportunidades el sector empresario.

A través del impuesto "país o solidario", el Estado pudo recaudar más de 14.000 millones de pesos mensuales por la compra de dólares, una cifra, que según el contador Sergio Milesi, "representa el 10 por ciento de lo que se recauda por el IVA. Es decir, esa porción de la población que pudo comprar dólares fácilmente puede destinar ese dinero al consumo".

Además, el gobierno argentino cuenta con una diferencia favorable en su balanza comercial "de unos 1.300 millones de dólares mensuales fundamentalmente por la agroexportación y eso pemitiría tener una capacidad de financiamiento para obra pública, uno de los motores de cualquier economía". Y, como siguió diciendo Milesi, "las exportaciones cayeron solamente un 7 por ciento".

Es decir, fondos hay y por ello el panorama pospandemia no parece tan desalentador. El problema, entonces, es político porque tiene que ver con definir quien va a conducir, si Alberto o Cristina, o habrá doble comando como parece haber ahora.

El impostor

La denominada teoría, a partir de la Baja Edad Media y ya entrando en el absolutismo monárquico, surgió como una manera de explicar la crueldad de un rey que debía ser tan bueno como ese padre comunitario que decía representar. Por lo tanto, cualquier maldad, injusticia manifiesta o abuso de poder era ejercida por un presunto "impostor" ya que la comunidad no podía justificar estos actos de un padre que teóricamente no debía dañar a sus hijos.

También se aplicó esta categoría para quienes de pronto producían cambios bruscos en sus actitudes políticas. Valiéndose de este argumento Alejandro Dumas escribió "El hombre de la máscara de hierro", que cuenta la historia de un Luis XIV falso o impostor y un hermano mellizo, que sería luego el verdadero rey a quien habían encerrado con una máscara de hierro.

Es que el supuesto impostor estaba ahogando al pueblo con los impuestos para financiar la costosísima guerra que Francia estaba librando con Inglaterra por las colonias de Norteamérica y ya no se aguantaba más la situación.

Lo cierto es que de pronto un economista del rey, posiblemente Colbert, lo convenció de tomar algunas medidas, aunque mínimas para aliviar la situación de algunos comerciantes y artesanos, lo que fue interpretado por la gente como actos producidos por otro rey porque el "verdadero" había sido repuesto en su cargo y el impostor, preso.

En esa época, estas confusiones se resolvían con la teoría del "impostor", pero después de Freud y de la secularización de la política, las contradicciones comenzaron a resolverse de otra manera. Llegará el momento, entonces, en el que el Presidente se dará cuenta que ya no puede ceder más y decidirá dejar a un lado la máscara de hierro o de piedra que el devenir histórico le ha colocado.

Seguramente revisará sus declaraciones previas a su mandato, las cotejará con las actuales o las que modifica día por día, y si es inteligente se posicionará definitivamente en la coherencia. Caso contrario, correría el riesgo de que se le aplique la teoría del impostor y que se piense que algún Alberto no tiene nada que ver con el otro opuesto.

En el medio de esa enorme confusión y entre la urdimbre política del Frente de Todos, va cobrando cuerpo la figura de Sergio Massa quien se ha ido consolidando con una estrategia tan sencilla como eficaz: la de ser coherente con la posición que lo llevó al triunfo de 2013. Dicen que el Presidente está muy solo, pero por ahí el buscó estar solo para no comprometerse con nadie.

De esa manera atacó lo que él calificó de vandalismo rural, se mantuvo en una posición duramente crítica con la dictadura venezolana y defendió a rajatabla el informe Bachelet que condena al régimen opresivo de Nicolás Maduro. Pero, mientras su aliado interno se mantuvo dentro de la coherencia, Alberto Fernández deambula erráticamente por la oscuridad de sus propias contradicciones.

Tasa y polémica

Un par de días atrás, el concejal del Frente de Todos, Ubaldo García, apoyó la idea de un aumento en la alícuota del denominado impuesto a la piedra para volver al 4 por ciento histórico para paliar el déficit municipal y "sanear las cuentas municipales".

El edil respondió a una pregunta referida a si estaba dispuesto a aplicar un incremento del 1 por ciento al 3 por ciento ya existente que en su momento fue propuesto por el entonces concejal Sergio Milesi y respaldado imprevistamente por el entonces intendente José Eseverri. Lamentablemente, en enero de 2016, ya con la administración Galli, el mismo espacio no acompañó una nueva suba que ya estaba tácitamente aceptada por las cementeras.

El mismo Milesi dijo ahora que si se hubiese aprobado ese nuevo "puntito" de aumento, "tendríamos un fondo anticíclico que hoy llegaría a la suma de hasta unos 400 millones de pesos, que hubiese evitado cualquier déficit presupuestario. Y parar ahí nomás", aclaró el contador, puesto que siempre se corre el riesgo de parecerse al Municipio de La Matanza, en donde se tienen cuantiosas reservas y calles de barro.

Ahora, cuatro años después, en plena pandemia y con panorama económicamente siniestro por delante, la pregunta es la de cómo producir nuevos ingresos para paliar la situación de los sectores vulnerables, la salud, y la defensa de las economías locales. Se sabe que en este tramo tan especial de la cuarentena, los únicos beneficiados fueron los comercios dedicados al rubro alimentos puesto que tenían una "demanda cautiva", dado que la gente no podía recorrer la ciudad en busca de mejores precios, pero aplicarles un aumento de tasas a ellos significaría un traslado de éstas a los precios finales tal como sucedió con la tasa por expendio de combustibles que se aplicó durante la gestión de José Eseverri y de otros intendentes alineados con el massismo.

Las cementeras, en cambio podrían soportar claramente un aumento de la alícuota, algo que levantó en su campaña el actual subsecretario de Minería, Federico Aguilera, aunque no se sabe si acompañaría hoy, con su nuevo cargo, esa propuesta de su concejal.

En el peor de los casos en que ambas cementeras decidieran trasladar el aumento de la tasa al valor final del producto, dice Milesi, "Olavarría solo consume el 2 por ciento de lo producido, con lo cual sería el resto del país el que subsidiaría la incidencia de la tasa. Cabe decir, -apuntó Milesi- que de Olavarria sale algo más del 60 por ciento de la producción nacional de cemento. No perjudica a las empresas porque ellas acrecenterían su patrimonio por sus bienes y además la tasa la deducen del Impuesto a las Ganancias".

Por lo tanto, la propuesta sigue en pie y solo falta que a Ubaldo García lo acompañe su propio bloque, previo apoyo del diputado Valicenti y del subsecretario de Minería, Federico Aguilera.