Cacho Fernández

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Parece mentira, pero para cierto periodismo el gesto de Luis Suárez fue algo así como un foul cualquiera, como una zancadilla, una plancha o cualquiera de las faltas graves que se cometen en el fútbol. Y no pueden discernir la clara diferencia que existe entre una cosa y otra, entre una falta lamentablemente propia del fútbol, y lo que tiene que ver con la palmaria intención y la consumación del acto de morder con alevosía la zona cervical de su oponente. Con el agravante de que no fue la primera vez, sino que hubo otras dos previamente, una jugando en el Ajax y la otra siendo jugador del Liverpool. Las conductas fueron muy parecidas y lo terminarían perfilando como una suerte de Hannibal Lecter de estos tiempos.

No quedan dudas que la inconducta de Luis Suárez es absolutamente extrafutbolística y está dentro de la dimensión ética de la vida. Si no así, entonces es tremendamente patológica, pero no hay una tercera alternativa.

A una suerte de mordedor serial le estaría fallando algo y parece requerir un tratamiento de urgencia. Lo digo por su futuro como futbolista destacado y también para preservar la integridad física de los adversarios. ¿Cómo interpretar el hecho? Un psiquiatra, el jueves, aplaudía la sanción, pero advertía que era un caso "de gran falta de control de las emociones que se debe tratar y medicar". Y que en su consultorio tenía varios casos.

Pero que está bien sancionado, de eso no puede caber ninguna duda. Una actitud tan artera y patológica como la del uruguayo no puede merecer, sino otra cosa que al menos no jugar más este Mundial. Después habría que analizar si lo que sigue es un exceso.

De inmediato salieron a la palestra todas las teorías conspirativas dignas de mentes paranoicas como las que surgieron en 1994, cuando los análisis le descubrieron efedrina en la sangre del 10 argentino. "Me cortaron las piernas", dijo Maradona, buscando victimizarse por medio de la búsqueda insaciable que tenemos los argentinos de encontrar en otros las causas de las macanas que nos solemos mandar.

En ese momento se habló de una conspiración urdida por la FIFA y el establishment futbolero mundial, que supuestamente no lo quería a Maradona y veía en él una amenaza para continuar usufructuando el negocio del fútbol. Es posible que todo eso sea realmente una organización mafiosa, pero también es cierto que el Diez concretó jugosos negocios ayudado por quienes hoy él acusa. Obviamente hablamos de Grondona y Cía., con quien anduvo a los besos antes del Mundial de Sudáfrica y el romance se cortó cuando el devenido en técnico quedó lejos de la caja.

Ahora los uruguayos le piden su ayuda. Ante la inconducta, el uruguayo mordedor apela al atajo de la influencia de alguien que lamentablemente hoy por hoy sólo puede influir en árabes sumamente ricos, teócratas y ultramachistas, con quienes corre el peligro de mimetizarse cultural y políticamente.

¿Garra charrúa o mala intención?

No es la primera vez que pasan estas cosas. En México 1986, los uruguayos fueron muy criticados desde el primer partido nomás por su juego ultraviolento desarrollado en el primer partido. Jugaba contra Alemania y fue una verdadera carnicería. Usaron todo el menú posible de foules malintencionados que se pueden aplicar dentro de una cancha para poder detener a los germanos, quienes más tarde perderían la final contra la Argentina. Terminó el partido y reaccionaron todos, prensa, jugadores y opinión pública en general. Al partido siguiente, los uruguayos no tuvieron más remedio que parecer seres angelicales, verdaderas carmelitas descalzas dentro de una cancha de fútbol, y esa violencia retenida terminó menguando sus posibilidades. Porque el fútbol uruguayo basó su potencia y fortaleza en la hiperbrusquedad de su juego y en el mito de la garra charrúa que de tanto repetirlo los terminó convenciendo y potenciando. Tanto es así que durante muchos años, jugar en una cancha uruguaya por la Libertadores era poco menos que ir a una guerra de la cual no se podría saber cómo se podría salir. Para cualquier equipo argentino, un empate en el Centenario era considerado un verdadero triunfo porque los uruguayos ganarían de cualquier manera, con goles o con patadas, pero la victoria se la llevarían ellos.

En México 1986, los uruguayos pretendieron hacer lo mismo pero les cayó toda la opinión pública encima. Si bien empataron 1 a 1 con Alemania, luego, al reprimir su violencia, terminaron goleados 6 a 1 con Dinamarca. Es decir, se había acabado la mentira y afortunadamente, con reglas de juego claras, el fútbol exquisito de los dinamarqueses ponían las cosas donde debían estar.

Pasó el tiempo, ganaron una Copa América con el antifútbol y hoy nuevamente pretenden imponer aquella brutalidad -exceptuando obviamente exquisitos milagrosos como Francescoli y Rubén Paz- que les dio algunos triunfos en la década del 60. De todos modos, lo de Suárez es más grave aún porque ya raya en lo patológico y en lo extrafutbolístico.

Ayer, Lugano le pedía ayuda a Maradona y argumentaba a favor de su compañero cosas tan absurdas y desubicadas como decir que se había repuesto rápidamente de una operación en la rodilla porque lo que más deseaba era jugar el Mundial. Habría que aclararle que era "jugar" y no "morder".

Maradona acompañó la queja y recurrió a una exageración para ridiculizar y descalificar la sanción. "¿Por qué no lo mandan a Guantánamo?", dijo Diego, para eludir un análisis más fino de la sanción.

La sinarquía internacional

Todo es tan obvio que hasta irrita tener que explicar algo tan palmario como lo es la gravedad de la conducta de Suárez, que por otra parte no se requiere tener más que sentido común para captar su dimensión.

Pero tal vez esas hipótesis conspirativas sean verdaderas y realmente las cosas sean como las cuenta Maradona y Luis Suárez. Que ni Diego ni el uruguayo mordedor sean culpables y que todo esto haya sido urdido por un complot internacional liderado por la FIFA, por alguna federación de bochas y por la sinarquía internacional, como le gustaba decir a Perón. Faltarían los caballeros templarios, pero vaya a saber uno si no están dentro de toda esta conspiración. Entonces, ni Diego tenía efedrina en la sangre ni Suárez mordió a un italiano. Todo habría sido inventado por esta conjura internacional contra dos pobres sudamericanos que, armados con un escarbadiente, están luchando contra un poder ilimitado e invencible que se obstina en destruir jugadores destacados de la periferia mundial. Ahora, por qué luchan y contra qué no queda muy claro, pero ellos dicen, al menos Maradona, que está peleando contra los Blatter, los Grondona y otros, para evitar que "la pelota no se manche".

Fuera de toda ironía, la insaciable búsqueda de victimarios parece responder a un esquema que es bien conocido, y es el de eludir las responsabilidades propias cargándoselas a los demonios de turno. Total, siempre hay giles o especuladores que terminan alimentando estas teorías paranoicas e intencionadas.