Cacho Fernández - cfernandez@elpopular.com.ar

Una vez más los argentinos vemos reflejada la historia nacional en un hecho. Argentina ha dejado de ser un país organizado políticamente y ya se parece demasiado a un relato salvaje. 

La violencia se vuelto multifacética e indetenible. Es el común denominador. La política nacional ha sido siempre una sucesión de manifestaciones de odios, fanatismos, y de grietas provocadas por la intolerancia y el fundamentalismo.

El jueves por la noche, la Vicepresidenta padeció la agresión de un presunto demente o un marginal que habría querido encontrar sus minutos de fama como opinó su polémico amigo quien trazó un perfil del agresor. Lo concreto es que la Vicepresidenta estuvo a punto de ser asesinada con una pistola que afortunadamente no funcionó. Tampoco la seguridad que se manejó bien a la argentina.

¿Es un marginal como lo definió su amigo que aprovechó un clima de intolerancia y de exasperación?. Posiblemente. Pero, confirmar o rechazar cualquier hipótesis sería como emitir un juicio de valor. Lo correcto es esperar los resultados de la investigación y que ésta sea objetiva y científica, como la pidió Miguel A. Pichetto. El hecho es repudiable desde todo punto de vista y debe generar un rechazo conjunto como el de la década del Ochenta cuando las fuerzas políticas se juntaron en defensa del sistema ante la amenaza de los "carapintadas". 

 Algunas versiones dicen que el Presidente habría querido dar un mensaje de unidad pero a último momento se le habría agregado el párrafo que acusaba a la oposición y a los medios ser los generadores de un clima de odio y agresiones. Dicen que lo debió incluir y que al hacerlo se comportó como un líder faccioso con ansias de protagonismo. Ese mismo día el diputado Máximo Kirchner se animó a vaticinar cosas tan peligrosas como lo de acusar a la oposición de desear la muerte de un peronista. 

Y ambos son personas importantes por su rol institucional y por ello terminan abonando el sustrato de violencia que hoy vive el país. No se los puede disculpar alegando que "no saben lo que hacen", como dicen los Evangelios. Sus roles deben ser los de la racionalidad, la moderación y los de la democracia. No están ocupando puestos en el poder para actuar como barrabravas sino como funcionario de un Estado de Derecho. 

 Posiblemente Alberto quiso sus minutos de fama y haya querido sacar ventajas del hecho. Se sabe muy bien del efecto emocional que suelen tener algunos sucesos a la hora de votar. 

Lo cierto es que la escena del atentado es dramática hasta lo indecible. Un "loquito", como conjeturó un gremialista, disparando a unos centímetros de una persona es profundamente estremecedor y difícilmente los argentinos puedan olvidarse fácilmente de semejante imagen. El odio ha colonizado el universo afectivo y político de gran parte de los argentinos. Los escraches mutuos, fascistas de ambos lados, abonan ese clima de exasperación en el que se inserta el atentado. La utilización política puede ser tan peligrosa como el intento de magnicidio. Las emociones sin límites han hecho del país un gran relato salvaje. 

Por una nueva grieta

Mientras continúa la investigación, veamos algunas de las cosas que degradan nuestro sistema político institucional.

Cuentan que las "discusiones bizantinas" nacieron en Bizancio, cuando los clérigos discutían sobre el sexo de los ángeles mientras los otomanos acechaban en las mismas puertas de la ciudad y a punto de tomarla y destruirla.

Eran discusiones serias pero sin poder contrastar (probar) cada una de las afirmaciones. Discusiones sin sentido que no respondían a las problemáticas verdaderas y urgentes que demandaba la realidad del momento.

Eso mismo se reitera hoy en la Argentina. La Vicepresidenta, urgida por sus miedos judiciales, disparó un debate casi bizantino sobre la autonomía de la Ciudad cuando la gente está acechada por una inflación indetenible que va destrozando el poder adquisitivo de los salarios. 

Cristina Kirchner, en su afán de desviar la atención de esto y del ajuste impopular que lleva a cabo su Gobierno, primero inició una batalla callejera contra la Jefatura de la CABA y luego puso en tela de juicio la autonomía de la Ciudad, algo que se consideró un logro, una conquista en su momento porque le daba a los porteños la posibilidad de que eligieran ellos mismos y a través del voto popular sus propios representantes. Hasta ese momento, era el Presidente quien lo designaba como un mero delegado del poder central. Pero la Vice había hallado un nuevo motivo para seguir peleando.

No se sabe si Cristina rechaza esta federalización de la CABA porque es centralista o unitaria o porque quiere subirlo a Horacio Rodríguez Larreta al ring e iniciar una nueva grieta para el año próximo. Sería una muy mala estrategia puesto que el Jefe de la CABA cuenta con más de un 50% de imagen positiva y un 30 y algo de negativa con alguna aceptación de electores independientes que están fuer de toda grieta. A la Vice la moviliza seguramente un rechazo recíproco que existe entre ella y los porteños.

Lapiceras

En general, en diez años Cristina no ha tenido buenas estrategias y desde 2011 ha acertado solo una vez, cuando lo eligió a Alberto Fernández como cabeza de fórmula y dar la idea de un cambio moderado en su estilo. Pero en el resto de las elecciones solo pensó en sí misma y no parece que vaya a modificar esa intención.

 Hoy por hoy solo parece pensar en fortalecer su núcleo duro y por ende apartarse del fracaso de Alberto y posiblemente de Massa con estilos diferentes. Igualmente quiere preservar su poder en el armado de listas y en la elección de candidatos, un mecanismo que se va a replicar en todos lados.

El Frente de Todos podría repetir ese formato también en Olavarría y en toda la Séptima. El espacio K será manejado por su núcleo duro y quienes más lo representan. En la Nación, Cristina, su hijo Máximo en la Provincia y César Valicenti en la Sección. Los tres tendrían el monopolio de la lapicera. Ese es el formato, y lo llamativo es que conducen no los más conciliadores sino los más intransigentes.

Maxi o Federico

Es un formato que sirve para consolidar el espacio pero no para ganar elecciones. Olavarría es un palmario ejemplo de ello, y el diputado camporista, como en otros lugares, también pudo hegemonizar el manejo del peronismo y el partido que lo representa. Solo le falta definir quién será el candidato para 2023, si Federico Aguilera o Maxi Wesner. César hizo algunos movimientos con el titular de la Anses y eso indicaría que sus preferencias irían por ese lado. No pudo o no quiso hacer un acuerdo con "Bali" Bucca y el senador bolivarense podría empardar la interna alineándose al Frente Renovador. La disputa posterior de Milesi por ser el candidato del espacio sería con Eduardo Rodríguez, a quien respalda fuertemente Ricardo "el Ñato" Lissalde, el hombre de confianza de Massa en la Sección. 

Sergio y el club

Al jefe de La Cámpora solo le falta cómo resolver una interna contra Sergio Milesi pero que no avanzó nada. Por el contrario, está en crisis.

El ex concejal se habría reunido con la comisión directiva del club Loma Negra y les habría explicado su ordenanza que está aprobada y que le podría ayudar a la entidad a conseguir los fondos que le estaría negando la empresa, unos 950 mil mensuales, una cifra prácticamente inexistente para una cementera que estaría facturando unos 100 mil millones anuales. No sería tanto un problema de dinero sino que la empresa querría sacarse de encima el riesgo de la responsabilidad civil siempre latente en una entidad deportiva. 

Números

El otro hombre fuerte del distrito, Ezequiel Galli, supo canalizar el voto que por años tuvo el eseverrismo, pero no pudo captar mucho peronismo para su espacio, no se sabe si porque no lo buscó o porque no le interesó. El eseverrismo sí lo hizo cuando Helios Eseverri perdió un par de elecciones intermedias y cuando el peronismo se cansó de no tener el poder. Su hijo José heredó esa estructura creada por el pragmatismo de su padre.

Helios Eseverri, como otros jefes comunales, entendieron que la política es eso, la obtención del poder y el saber mantenerlo, como teorizaba Maquiavelo hace 500 años pero sin olvidar que el único y verdadero objetivo es el bien común. Y eso se logra atendiendo las demandas de la gente, y para eso hace falta el famoso olfato político.

Los últimos datos muestran a un Galli manteniendo poco más que la diferencia de 2019 (entre 12 y 15 puntos) por sobre el FDT y a una Celeste Arouxet, preservando su 10 por ciento de la mano de los libertarios. 

Gremios unidos y omitidos

Pablo Moyano, Omar Plaini y otros gremialistas aprovecharon el hecho para acusar a los medios y a la oposición. El dirigente camionero siguió descalificando a Patricia Bullrich imputándole la caracterización ya expresada por Cristina K sobre una supuesta adicción a las bebidas alcohólicas. En vez de contribuir a defender la democracia como en la década del Ochenta frente a la agresión carapintada, esta dirigencia aprovechó el hecho para darle un uso político individual, irresponsable e interesado.

La CGT, al menos varios de sus dirigentes, se apasiona mucho más con su deseo de formar parte del gobierno que con la defensa de sus afiliados y el poder adquisitivo de los salarios. Podría por ejemplo, reclamar una reducción del IVA en los alimentos y servicios como se hizo en España para defender los salarios, pero nada de esto hace. Hoy la central obrera se ha transformado en un defensor del gasto fiscal y político pese a que no ha podido incluir a ninguno de sus referentes en las listas electorales del justicialismo siendo que el mismo Perón los calificaba como "la columna vertebral" del movimiento. Quedaron al margen de la política institucional, incluso del PJ, y, sin embargo, son los primeros defensores de los privilegios de quienes los marginan. 

En el acto local por la democracia, José Stuppia y Miguel Santellán se fundieron en un abrazo. La escena entre estos dos gremialistas de quienes todo el mundo conoce de sus mutuos rechazos, sorprende y de alguna manera alienta por una unidad gremial a través de una delegación regional de la CGT con dos cabezas, la de José Stuppia, representando a una veintena de gremios, y supuestamente la de Alejandro Santillán por la Casa del Trabajador. ¿Cuánto podría durar esta unidad? imposible saberlo. La historia ha demostrado que estos acuerdos suelen ser muy efímeros.

Delirios

Cristina se envalentonó con el denominado "aguante" en las puertas de su departamento de Recoleta. La Vice parece estar atemorizada de lo que enfrenta en la Justicia y no es para menos, pero comete el error de ir "por más" en vez de recapacitar sobre sus actos y sus conductas. Su obstinación la transforma en delirio o en una política ciega. Ya cometió un error cuando Alberto quiso cambiar al Procurador interino Eduardo Casal por Daniel Rafecas y ella le volteó la estrategia. Sus impulsos no tienen límites ni tampoco los puede controlar y por eso le terminan jugando en contra. 

Su error y el de su Gobierno, quizás el más grave, ha sido el de creer que los problemas se resuelven en la calle y no en las instituciones republicanas. 

Dentro de los sucesos irracionales como los descritos, podemos citar el del legislador porteño, Roberto García Moritán, quien pretende demoler el Ministerio de Desarrollo Social para impedir los piquetes en la 9 de Julio.

Con el mismo criterio, el diputado del PRO demolería todo el centro de Buenos Aires o bien, para liberar el tránsito o bien para eliminar la usina de los beneficiarios de planes sociales. 

Detrás de este planteo existe una especie de darwinismo social que, al igual que el biólogo inglés veía en la Naturaleza, un escenario esta lucha por la vida solo sobrevivirían los "más aptos" condenando a los rezagados. Ese fue siempre uno de los ejes del liberalismo a ultranza dentro de un mercado que se autorregula y un Estado ausente. Y es por ello que fueron perdiendo sistemáticamente elecciones. Tal vez García Moritán sea la contrapartida del mismo paradigma irracional y netamente emocional que guía a la viuda de Néstor. Son dos caras de la misma moneda, la del fanatismo y la irracionalidad que muchas veces deciden escraches o mecanismos de descalificación de quienes piensan diferente.