Silvana Melo

Smelo@elpopular.com.ar

Hubo absoluciones inexplicables ante pedidos de perpetua. Viejitos que fueron terribles y por esencia lo son. Que andarán por la calle cruzándose con sus víctimas. Algunos que jamás vieron justicia. Hombres y mujeres marcados por el terror que nunca fueron los mismos. Que siguen secuestrados y torturados todos los días de su vida. Algunos como Pepe Pareja, cuyo martirio sigue impune.

Es el 5 de septiembre y hace demasiado frío. A las tres de la tarde el tribunal empieza a sentarse

en el estrado para leer la sentencia después del juicio Monte Peloni II. Es en Mar del Plata. Lejos

de Olavarría. Y hace más frío aún. El canal del Centro de Información Judicial de la Corte Suprema

transmite la palabra del juez lector. La imagen es mala. Minutos antes se anunciaba que la

inflación del año superará el 60%. El país está siendo arado por otra crisis espasmódica de los

ciclos neoliberales. Y la justicia, ya oxidada, ruidosa y lenta, injusta y expendedora de impunidad,

juega otro round después de 42 años de dolor a flor de piel.

La Justicia encarnada en un Tribunal que descarta el genocidio, absuelve a diez de los 23 -algunos inexplicablemente- y decide que los secuestros de los obreros fabriles -por los que se acusaba a los mismos condenados y absueltos- no son delitos de lesa y los prescribe. Omar Iturregui, por nombrar a uno de ellos, que murió conduciendo un remís, no tendrá justicia jamás. Ni en su memoria.

Se escribe en presente esta nota porque el presente es continuo. Como los delitos de lesa

humanidad. Se siguen cometiendo día tras día. Por eso los muertos se siguen muriendo. Los

desaparecidos siguen desapareciendo. Los torturados siguen sintiendo la tortura todos los días de

su vida. Los asesinados son asesinados hora tras hora, una y otra vez, como sísifos detrás de una

piedra que vuelve a caer eternamente.

Tal vez así, en ese presente continuo se lo pueda comprender sin haberlo vivido. Sin ser familiar ni

muerto. Sin ser sobreviviente ni estragado. Sin ser torturado ni desaparecido.

Lo que deja la justicia el 5 de septiembre es la rémora de una tragedia que se arrastra en la carne

de las víctimas que quedan vivas. Algunas golpeadas por el tiempo. Y por lo que se repite. Por el

dolor que se levanta todos los días con ellas.

Es el 5 de septiembre y ante el tribunal en Mar del Plata, con el viento marino calando los huesos y

la brisa judicial picando en el alma, están Carmelo Vinci y Mariana Pareja. El, víctima. En once días es su propio aniversario de martirio. Ella, hermana de Pepe. Un poquito más allá, María Rosa.

Hermana de Pepe. De José Alfredo. Abogado, presidente de la JP de Derecho en La Plata, padrino

de un comedor de la villa, hijo de Isabel y Alfredo. Isabel, madre de la Plaza de Olavarría. Alfredo,

el padre imprentero. El ecuatoriano que cantaba ópera e investigaba en aterradora soledad el

destino de su hijo con folletos denunciantes que repartía en las esquinas. Los dos se apagaron

esperándolo.

Mientras otro de sus hijos moría buscando el peronismo en la política férrea de los 90. Su nieta dice, este 5 de septiembre, "mis abuelos no descansan en paz".

Cuarenta y dos años esperando, ya no su regreso. Al menos el placebo de una condena. Pero

Leites y Tula tienen, cuatro décadas después, el beneficio de las dudas. No sólo juicio tuvieron. Las instituciones dudaron en su favor. A José Alfredo, el abogado de los laburantes, los delincuentes institucionales de la dictadura no le dieron ni un minuto de tregua. No le dieron palabra ni abogado. Ni defensa ni juicio si lo consideraban reo. Y mucho menos se permitieron dudar. Lo

entregaron, lo secuestraron, lo torturaron, lo asesinaron. Lo siguen haciendo hoy, día tras día,

todos los días. Durante 42 años. Impunemente.

Es tanto el tiempo

Es tanto el tiempo. Casi medio siglo desde que eran jóvenes y soñaban con un mundo bello y

mejor. Y cuando aparece éste, con la pobreza disparada, el hambre en las puertas de un cielo

encapotado y la justicia trasnochadísima, muchos ya no están. Los que no volvieron nunca. O los

que se fueron en la espera. O los que no están bien, física y emocionalmente.

De las y los secuestrados detenidos desaparecidos que pudieron regresar y por quienes se

condena y se absuelve a personajes atroces Guillermo Bagnola está muerto. Mario Méndez

también. Y Ricardo Cassano. Y Alcides Díaz. Y Néstor Lafitte. Todos pagaron carísimo el paso por Monte Peloni. La tortura y el terror les marcó el resto de sus días. No tuvieron paz ni justicia.

Guillermo Oscar Luján Bagnola era de Ayacucho y estudiaba para Contador Público en Olavarría. La noche de su secuestro estaba estudiando en la casa de uno de los ex detenidos desaparecidos.

Y cayó sin saber por qué. Estuvo en Monte Peloni, fue salvajemente torturado y luego fue

abandonado, solo y desnudo, atado a un árbol en el Parque Industrial. Murió de un infarto masivo

en 2014 a los 59 años. Recién se había animado a declarar. Varias condenas incluyeron su nombre.

Ricardo Cassano buscó la paz y se fue a vivir al sur. Murió en 2009 en Villa la Angostura. Había

participado un año antes de la apertura del Archivo de la Memoria en Olavarría.

Néstor Lafitte fue un dirigente histórico de la Jotapé y su militancia se dio fundamentalmente en el ámbito gremial. Cuando allanaron su casa él estaba internado en Buenos Aires por un problema pulmonar crónico.

El Ejército manipuló a su familia, la engañó y se lo llevó. Lo dejaron destruido física y

psicológicamente. Jamás pudo recuperarse. Murió en 1998. Alcides Díaz sufrió décadas de

persecución. En 1978 la bonaerense de Camps lo secuestró. La justicia no le pasó ni cerca. Murió a

los 91 años y en varias condenas se escuchó su nombre entre las víctimas.

Mario Elpidio Méndez fue uno de los secuestrados aquel 16 de septiembre de 1977. Soportó el

mismo martirio pero no murió. No desapareció. Y un día fue legalizado y hecho visible en el

derrotero de cárceles que le tocó.

Entre lo que no soportó fue esa diversidad de destino con el de otros compañeros. Lo persiguió la culpa del sobreviviente, fue un ejemplo de militancia para tantos, investigó la represión en la ciudad y redactó un informe al que la mezquindad eseverrista le quitó la unanimidad. Nunca hablaba de su tormento. Pero se despojaba de todo. Murió a los 50 años, el 14 de mayo de 2002. En medio de uno de los tantos infiernos argentinos. Su hijo menor escribe este 5 de septiembre en una red social: "no nos han vencido".

Vecindades

Roberto Fantini perteneció a la bonaerense de Camps. Era oficial subinspector principal en la

primera de Olavarría y sobre ese período se lo investigó por delitos de lesa, con un pedido de

perpetua por parte de la fiscalía y una absolución desde el tribunal. La democracia lo encontró

naturalmente dentro de una fuerza por donde la democracia no había pasado. En 1996 la

estructura lo designó comisario en 25 de Mayo. Denuncias sobre maltratos y torturas a detenidos

decidieron a la cúpula bonaerense que lo mejor sería trasladarlo. Sin embargo una pueblada salió

a las calles a pedir que Fantini se quedara. Fue concejal, candidato a intendente y hombre de

Duhalde en 25 de Mayo. Hasta que su prontuario en Monte Peloni saltó a los expedientes

judiciales.

Es de acá. De la ciudad. Puede cruzarse con quienes se reconocen sus víctimas en cualquier

esquina.

Argentino Balquinta también. Estuvo en su casa porque el tribunal creyó que él no estaba en

condiciones de ser juzgado. Pero salía tranquilamente a la calle con la impunidad que se han

echado encima toda la vida. Como si fuera un uniforme. Le sacaron fotos. Le dieron perpetua.

Aunque tenga 88. Será un viejito con bastón.

Carmelo Vinci y Eduardo Ferrante también usan bastón. A los sesenta y pico. Y lo que ellos se

echan encima toda la vida es el martirio. Ese que no se va nunca.

Héctor Rinaldi también es de acá. De esta ciudad. Absuelto con pedido de perpetua. Cómo puede

ser tanta la amplitud entre el pedido y la decisión. Andará, caminando despacito, clavando su

mirada penetrante en aquellos que lo creen su victimario.

Raúl Ángel Córdoba fue condenado a 15 años (le habían pedido 22). Perteneció al ejército. Se

cruzaba con sus víctimas cuando trabajaba en una empresa de emergencias médicas. Habrá

consolado a alguien cercano tal vez. Tan mínima es la ciudad.

Sinfines

Sin embargo para nadie acaba nada. Salvo para los que ya no están. Araceli Gutiérrez seguirá alrededor de Monte Peloni, donde comenzó su tragedia y circula su vida. Tal vez su historia sea la más íntegra en su adversidad. En tiempos de revalorización de la feminidad su sacrificio, negado, ninguneado, impugnado durante años, la agiganta. Y la pone en pie. Cuando reconoce a sus victimarios y se acerca un poco más a la justicia.

Para Pepe Pareja quedan caminos aún. Por ese rostro en blanco y negro con la mirada hacia

siempre que cuelga en los pechos.

Hay apelaciones en ciernes. Cuando se sepa, en noviembre, cuáles son las razones del tribunal. Por qué. Entonces se regresará a la lucha. Aunque todos se vuelvan un poco más viejos. Y duelan algo más las rodillas y las articulaciones del alma.