El Gobierno aprobó ayer el borrador del proyecto de ley con los detalles del plan de austeridad de cinco años que será votado en unos días como condición para recibir el nuevo tramo de ayuda. Se ha vuelto a manifestar como un socio fiable, capaz de cumplir sus compromisos. O al menos de intentarlo con empeño.

Ahora bien, una cosa es que Papandreu haya cumplido -lo que no es poca cosa en estos momentos de desconfianza generalizada en la clase política de los Estados europeos- y otra bien distinta es que la votación revele una auténtica "unidad nacional" de fondo, como se reclamaba a Grecia para proseguir con los desembolsos del primer plan de rescate y para culminar el acuerdo sobre el segundo. Al revés. Una sorprendente pinza sigue pugnando por torcer el brazo del Gobierno griego. Por un lado, la derecha política y el resto de los grupos parlamentarios. Por otro, la calle, el descontento, el movimiento de los indignados.

En el brazo de la derecha, se trata de una actitud vergonzosa. Porque fueron los conservadores de Nueva Democracia los responsables de la fatal situación de las finanzas públicas helenas, y sobre todo, quienes perpetraron los engaños estadísticos efectuados para burlar la vigilancia de sus socios. ¿Qué reclaman ahora? ¿Qué credibilidad aportan?

En el brazo de la calle, todo puede entenderse, porque la debilidad es la fortaleza de los débiles. Pero el boicoteo a la línea de responsabilidad que encabeza Papandreu puede generar remedios peores que cualquier enfermedad. Es cierto que los griegos han perdido bienestar: pero no solo por culpa de la austeridad, sino también de la recesión. Y si ahora toca apretarse el cinturón es, entre otras razones, porque antes se llevó demasiado suelto.

El País, España, 23 de junio de 2011