Cacho Fernández cfernandez@elpopular.com.ar

Mientras escribo esto, en la tele hablan de los precios demenciales de los huevos de Pascua y del pescado, problemas que se resuelven facilmente: simplemente no se compran y listo y de esa manera se puede regular el precio por medio de la demanda.

Los llamados huevos de Pascua vienen de una leyenda y el pescado y la prohibición de ingerir carnes rojas se emparenta con el tabú de la "mezcla de sangres", tan primitivo como un hacha de piedra. El catolicismo intentó un sincretismo con esas culturas tribales que le prohibían a las mujeres cazar animales con elementos cortantes simplemente porque, como menstruaba generaba esa mezcla de sangres prohibida. Y de allí salió eso de que ante la muerte de Jesucristo no se debía comer carnes rojas (para no mezclar sangres). Es una teoría antropológica que explica muy bien esta costumbre. La fe, en cambio, pasa por cosas mucho más profundas que ingerir un huevo de chocolate de dos mil pesos como mínimo y pescado que cuesta lo mismo que un huevo.

La anécdota sirve para mostrar que la economía se maneja con ilusiones, abstracciones, mitos, sentimientos y principalmente por engaños.

Todo comenzó cuando se le cambió el sentido al salario. Antes se referenciaba con el aporte de la mano de obra en el producto final, pero luego el valor de la fuerza de trabajo pasó a vincularse con algo tan abstracto como el tiempo. De esa manera se dice "gano tanto por hora o por día o por semana", pero nadie se referencia en que lo que cobra es por tantos zapatos, pistones o camperas realizadas. El tiempo le hizo perder al salario su vínculo material y objetivo, y esa es la primer trampa del capitalismo.

Además, el salario es la manera de retribuir al trabajador para que éste pueda con ello adquirir los productos que le permitan reconstituir su propia fuerza de trabajo y la reproducción en sus hijos. Pero, la pérdida del poder adquisitivo por la inflación desnaturalizó aquella concepción del salario.

Hoy, un trabajador dedica 6, 8 ó 10 horas a su trabajo y cobra un dinero que no le alcanza para recomponer su fuerza de trabajo ni tampoco preparar la de sus hijos para el futuro. Y ya no sabe siquiera cuánto produce.

El o los Gobiernos le hacen creer que con las paritarias va a alcanzar el ritmo de la inflación, pero ahí también opera otro engaño. Efectivamente, les hacen creer, con la participación, sea por ignorancia o por conveniencia política de propios dirigentes sindicales que logran un porcentaje similar al de la inflación. Y esto no es así puesto que si se compara la masa salarial (lo que cobró el trabajador durante todo un año) se encontrará con un porcentaje de aumento salarial inferior al anunciado y lejano al de la inflación. Esa es la otra trampa. Por lo tanto, los trabajadores en una economía inflacionaria cobran cada vez menos y si no les alcanza para adquirir los alimentos para vivir mucho menos les permitirá comprar el pescado y los huevos pascuales que se venden a precios de locos y no se relacionan con algo profundo sino con mitos que tienen más de antropológico que de espiritual.