Raúl Toriggia

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La desregulación es un proceso que debemos exigir a nuestros gobiernos y cuya finalidad es reducir a su mínima expresión los controles innecesarios que se han ido incorporando por los distintos gobiernos desde hace ya muchos años, para producir el desmantelamiento de la intervención económica y lograr una economía más flexible y dinámica.

Se trata de la anulación de todo aquello que frena el dinamismo económico, controles de precios, permisos y tarifas de importación, subsidios a sectores y empresas, cepos, controles monetarios, requisitos infinitos para poder habilitar un negocio, etc.

Dentro de una sociedad capitalista sería bueno que la misma sea más libre, menos intervenida, menos trabada por un estado hipertrofiado y deformado. Por supuesto esta posición es rechazada por gobiernos que pretenden un dirigismo económico, que no ha hecho más que retrasar el crecimiento, producir una reducción del nivel que habíamos alcanzado hace 100 años. 

En fin. se oponen a la desregulación los grupos de presión política, que conocemos como capitalismo de amigos, los sindicatos que han conseguido y defienden privilegios estatales y sus afiliados tienen condiciones de trabajo excepcionales, las empresas que consiguen protección contra importaciones, las que se aprovechan evitando la competencia nacional y las empresas propiedad del estado,

La hiperregulación es causa de la cada vez más baja calidad de vida de los argentinos. La regulación que deviene del estatismo paraliza. No se puede evitar con un gobierno populista que se superpongan normas (regulaciones, permisos, cupos y controles) tanto por los gobiernos nacional, provinciales y municipales. 

Esta política trae arbitrariedad a los poderes públicos, y la pérdida de la seguridad jurídica. Por eso no puede haber crecimiento de actividad económica (producción, inversión nativa y extranjera y contratación), y ello trae consigo la cada vez más baja calidad de vida y la caída de la estructura productiva, lo que trae falta de trabajo, reduce la libre decisión de los ciudadanos, todo esto nos lleva al aumento de pobreza y de corrupción.

Todos los ciudadanos, sean consumidores, comerciantes, empresas de servicio, fabricantes, inversores, necesitan un estado bien administrado que aparte de dar servicios inherentes a su función (justicia, salud, seguridad, educación), se limite a su obligación, que debe incluir indefectiblemente el control de monopolios, y la transparencia de las operaciones de los propios funcionarios del Estado y no se convierta en una traba a la actividad económica y social.

De lo contrario, las actividades se encarecen, aumentan indudablemente los impuestos, se incrementan la corrupción y los ilícitos. Imaginen como será de enorme es universo normativo en la Argentina que la compilación de las que estaban vigentes demoró casi una década (2005 a 2014), con la participación de más de 200 juristas. 

Me permito enmendar la definición del historiador romano Cayo Cornelio Tácito, que hace más de 2.000 años decía que "cuanto más corrupto es el Estado, más leyes tiene en vigor", por una más argenta "Cuanto más inútil es un Estado, más leyes tiene". Y agrego, es necesario que comencemos a cambiar para hacer más accesible la vida de la gente, y con ello predisponerlas a emprender, que es la mejor forma de crecer.

Hace pocos días me hicieron escuchar a un emprendedor que, en España, había podido habilitar un negocio, a través de un trámite del que se ocupó una sola persona. ¿Entienden lo que eso significa?, una persona, una ventanilla, unos simples formularios, y en un par de días logró tener una empresa, inscripta en todos los registros y lista para poder funcionar, tomar empleados, facturar, tener el negocio habilitado y producir, lo que es importante para él, su familia, sus contratados, sus clientes, sus proveedores, y por supuesto para el estado, a través de los impuestos.

Además, el exceso de normas y regulaciones aumenta el costo y la carga administrativa de las empresas, sobre todo de las pymes. Sin dudas una reducción de la regulación repercutiría en un aumento del Producto Bruto Interno, por eso es imprescindible que toda regulación debe encontrar un equilibrio entre las ventajas que da y las restricciones que provoca.

A este importante primer paso, le sigue indefectiblemente un segundo paso imprescindible que es conformar un país con seguridad jurídica. Qué quiere decir esto, es algo mucho más simple de lo que pueda parecerles, se trata de acabar con la inestabilidad en las reglas de juego.

Y esto es así porque no se puede vivir en un país donde a la mañana se dice una cosa, a la tarde se dice otra, ya que la desconfianza se apodera de los que sufren este tipo de decisiones contradictorias y sin confianza no puede haber buen gobierno, y sin buen gobierno no puede haber futuro, y sin futuro no hay nación.

Con este tipo de contradicciones gatopardistas, lo único que se consigue es que si te ausentás 30 días, todo pudo cambiar, pero si te ausentás 30 años, notas que nada cambió. Lo que pasa es que realmente no tenemos una cultura, se ha reemplazada por un relato, un cuento de hadas que no contribuye al desarrollo. 

Ese relato nos ha convencido, o por lo menos ha convencido a gran parte de la sociedad, la suficiente como para ganar elecciones, o no permitir gobernar cuando ganan otros, de que el estado es como un padre controlador, que te da lo suficiente, como para tenerte en dependencia, pero te impide crecer, porque si lo logras, serás libre.

No sólo se trata de tener buenas reglas y que perduren en el tiempo, lo más importante es derogar las reglas que impiden el desarrollo. Hay dos tipos de reglas: las que establecen marcos generales, dentro de las cuales se pueda desarrollar libremente el individuo, como tal o en sociedad con sus pares, dentro de las cuales transcurre libremente la acción individual; y las que buscan resolver cada conflicto con intervención del Estado, o cualquier otra corporación.

Desgraciadamente nuestro país se ha convertido en una sociedad corporativa, es decir, un conjunto de compartimentos estancos. Cada uno de nosotros, entonces, sólo nos sentimos con derechos, cuando formamos parte de un colectivo, (cámaras empresariales, sindicatos, movimientos sociales, colegios profesionales, clase política, iglesia, justicia, fuerzas de seguridad, logias, etc.) 

Martín Fierro decía:

"Hacete amigo del Juez, no le dés de que quejarse y cuando quiera enojarse, vos te debes encoger, pues siempre es g?eno tener palenque ande ir á rascarse".

"Nunca le llevés la contra, porque él manda la gavilla, allí ?entao en su silla, ningún güey le sale brava, a uno le dá con el clavo y á otro con la cantramilla" (especie de picana).

Y claramente se refería a la justicia, porque lo miraba desde el punto de vista del gaucho renegado, pero traído a nuestra circunstancia actual vale para el corporativismo que brinda privilegios, beneficios o protecciones especiales a algunos grupos por parte del estado, es decir, le de ventajas a algunos y perjudica a otros.

Los privilegios son tramposos, cuando se consigue alguno, puede que se sienta como una victoria puntual, pero en su acumulación terminan perdiendo todos frente a un sistema disfuncional, o sea que, tratando de conseguir un éxito personal, termina siendo un fracaso colectivo.

Tenemos que decidir qué estado queremos para nosotros, para nuestros hijos y para todos los hombres que quieran trabajar en el suelo argentino. El llamado "Estado presente", privatizado por y para unos pocos privilegiados, con el conflicto como herramienta y dentro de un escenario de hiper regulación, o un Estado con reglas claras y estables en el tiempo que defina el camino por el que nos debemos conducir.

La corporación resulta ser similar, como alguien sostuvo, a un auto que quiere moverse con el freno de mano puesto, no avanza y hace ruido por todas partes, y si se eterniza se termina inutilizando al freno y recalentando todo el sistema con el peligro de un incendio. Resumiendo, debemos tomar la decisión de definir las leyes que impulsen, en lugar de impedir, el desarrollo individual, que nos permita volver a tener un país rico con la vista puesta en la libertad.