Raúl Toriggia

Rtor42@yahoo.com.ar

Me crié en un mundo, en una Argentina, en un barrio, en una familia, donde los buenos modales se enseñaban desde que éramos pequeños, al saludar "buenos días", "buenas tardes", al pedir "por favor", al solicitar pasar "permiso", al agradecer, "gracias", al disculparse, "perdón", hasta decir "salud" a quienes estornudaban.

Dejar hablar a los mayores sin interrumpir, no contradecirlos, por supuesto no hablar con la boca llena, dar el paso a mayores o mujeres, caminar del lado de la calle, dejando el otro lado para la mujer, ofrecerles el asiento en un transporte a mayores y mujeres, respetar las colas, no adelantarse en las barreras, respetar las reglas de tránsito, saludar para las fiestas, los cumpleaños, etc.

Sostengo que los buenos modales nos ayudan a vivir mejor y no me estoy refiriendo, sin pretender quitarle importancia, a las situaciones protocolares de cómo comportarse en reuniones sociales o en la mesa, sino a ser amables y compartir con nuestros semejantes, situaciones cotidianas.

Tampoco me refiero a actos o actitudes de una cultura que fue cambiando, adaptándose a los nuevos tiempos, es decir no es mi intención restaurar un viejo orden, sino resignificar "la buena educación", es decir lo que es importante para el mundo que vivimos hoy, sin nostalgias por el pasado. 

Lo que no debemos dejar es que esos buenos modales se pierdan en virtud de una rebeldía, que en realidad no es tal y termina siendo una farsa, que se sustenta en la abolición de esos buenos modales, y lo que propongo es que se mantenga el orden de las conductas para poder actuar con la libertad del caso, sin que los impulsos y el caos se adueñen del diario vivir.

Ser espontáneos es una cosa y ser esclavos de los impulsos es otra. Hay una vieja frase que viene al caso "no es lo mismo ser libre que andar sueltos", la espontaneidad, respetando al otro, debemos diferenciarla de la grosería donde se pierde la necesaria armonía para con los demás. Si lo conseguimos la consecuencia es que se genera un clima de intercambio que hace que la vida sea menos egoísta.

Es cierto que cada cultura y cada época desarrollan diversos códigos de cortesía, pero no cabe duda de que los buenos modales se han deteriorado gravemente en los últimos años y no es la causa, pero contribuye al aumento de la violencia. 

Por ahí encontré estos ejemplos de buenos modales:

1. No interrumpir constantemente al otro cuando habla, sino esperar que termine para expresar nuestra opinión.

2. Apagar el teléfono en los lugares en los que es una molestia que suene, por ejemplo, un concierto, una obra de teatro, el cine, etc.

3. Ceder el asiento a las personas mayores, a las embarazadas, a las que cargan un niño, o a las que tienen alguna discapacidad.

4. No arrojar papeles o basura en cualquier lado. Utilizar siempre los lugares indicados para eso.

5. No gritar o hacer ruidos molestos en lugares públicos que puedan perturbar a los demás.

6. En una entrada siempre se debe dejar salir antes de entrar a un sitio. Tiene preferencia siempre al que sale respecto del que entra, salvo que ceda la entrada a una señora o persona mayor.

7. En la escalera mecánica debemos colocarnos bien a la derecha, para dejar paso a quien desee subir más rápido.

8. No entorpecer el tránsito en una escalera, ni en las aceras, nien las puertas de acceso, etc.

9. Comer despacio y con la boca cerrada sin hacer ruido al masticar los alimentos, ni hablar con la comida en la boca.

Siento que muchos de los que lean estas líneas, me quieran poner en un rincón del museo de antigüedades y entiendo, pero no adhiero, a la pérdida de estas reglas de convivencia, como parte de la evolución del hombre. Sí, es cierto que vivimos una era distinta, pero por qué no seguir respetando al prójimo y que éste nos respete a nosotros.

Claro, cuando vivimos una era de prepotencia, cuando los piquetes no nos dejan transitar libremente, cuando a la salida de los boliches la violencia es cada vez mayor, cuando no podemos ir a alentar a nuestro equipo de fútbol cuando juega de visitante, pero a pesar de ello, debemos soportar el peligro de las peleas entre los propios hinchas de un mismo equipo por tener el poder y los negocios que ellos defienden como propios.

Cuando algunos gremios nos extorsionan, cuando los políticos arman listas con candidatos que no conocemos, y no tenemos oportunidad de tacharlos, cuando quienes nos gobiernan, dicen defender al pueblo, pero se dan una vida que es una afrenta para todos aquellos, cada vez más, que no les alcanza el dinero que reciben para comer, tener vivienda y cuidar su salud, cuando el narcotráfico se adueña de los políticos, la justicia y las fuerzas policiales, puede parecer ridículo pedir que sigamos teniendo buenos modales. 

Pero creo, realmente, que es al revés, que, si estos mínimos buenos modales que nada tienen que ver con el tiempo en que se vive, las familias, que deben recomponerse, siguen teniéndolos en cuenta en la educación de sus hijos, con el tiempo mejorará la convivencia a nivel social.

En realidad, los buenos modales son una carta de presentación que favorece la apertura al mundo laboral y social. Deja una mejor impresión y provoca a que se nos trate con estima. Cuando las cosas se piden de buena manera, se genera un mejor ambiente y los otros estarán más dispuestos a ayudar.

Los buenos modales se transmiten desde la infancia y luego se convertirán en hábitos que mejorarán la calidad de vida y un mejor trato con los demás. Esa enseñanza es necesario que sea con el ejemplo. Así que los buenos modales se enseñan adoptando uno mismo estas reglas de conducta que denotan amabilidad y consideración hacia el otro.

Otra vez apareceré como un troglodita, por sostener que el mundo evidentemente a evolucionado en muchos órdenes en estos últimos 100 años, pero ha habido una involución en la conformación social y en el trato interpersonal, de cuya culpa no soy ajeno, ya que me siento partícipe de apoyar ese cambio, sin darme cuenta que la evolución tecnológica, y el reconocimiento a la libertad de expresión, a la libertad de auto percepción sexual, al merecido reconocimiento a la inclusión, no tienen nada que ver con la forma de la convivencia, que en lugar de ser olvidada, debió también mejorar.

Hemos permitido que cayeran en desuso, incluso a que sean vilipendiados términos como modales, cortesía, urbanidad, compostura y aunque tengo en claro que la realidad no es creada por el lenguaje, no hay duda de que éste sirve para darle sentido.  

Es un adelanto que la educación básica alcance hoy a todos los estratos sociales, que no persistan los castigos y represiones absurdos, que hayan desaparecido rigideces disciplinarias y normas que destruían a las relaciones, pero también es cierto que la igualdad y las libertades, no siempre bien entendidas, hayan creado una confusión de territorios, mezclando las funciones de maestros y alumnos, padres e hijos, en donde nadie sabe qué papel juega.

Era necesario dejar atrás para siempre el autoritarismo y por suerte se logró, pero. ¿no hemos dejado ir la cosa demasiado lejos? El mundo cambió, la tecnología nos trajo la TV, las computadoras, las tablets, el celular se transformó en parte de nuestro organismo, directamente conectado a nuestro cerebro y nuestras manos, y nos aisló de la familia, de los compañeros de colegio, del trabajo presencial.

Y el lenguaje que se desarrolló a través de todas las redes sociales perdió su corrección, empezó a estar bien vista la blasfemia y la palabra soez, las salidas de tono se transformaron en divertidas, incluso en boca de los personajes públicos. Se adoptó la crítica fácil que recurría a la burla y no al argumento y nos volvimos todos un poco cínicos no pudiendo distinguir la crítica social de la mala educación.

Cada uno de nosotros, las familias, la escuela y los gobernantes, soy un convencido que en ese orden y no en el inverso, somos los responsables de poder vivir en esta sociedad más libre, más inclusiva, más justa, más cómoda, más tecnológica, sin perder los buenos modales, que mejoran la interacción social.