Silvana Melo

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Esa tarde en la Plaza Mafalda era un melancólico preámbulo de la efeméride que entroniza la memoria. Juan Manuel Weisz llegó a ese espacio verde de Colegiales, que hasta hace cuarenta años era un ramillete de villas donde se conocieron sus padres. Y llegó más tarde de lo que hubiera querido: la abuela Ruth, a punto de cumplir 97 años, lo retuvo en su departamento de Florida para darle las últimas indicaciones. Es que a esas seis de la tarde a las que ella no pudo llegar, una baldosa de la memoria se pondría en el suelo que pisó Marcelo, su hijo amado, donde conoció a Susana y juntos, entre la utopía y la revolución, parieron a Juan Manuel. El infierno los arrolló después, con la impiedad de la historia. Pero Juan pudo pisar también el territorio de la lucha de sus padres, diez días después de recibir el título de Profesor de Antropología.

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