Una construcción lenta y complicada
Después de treinta años de democracia, es decir, una generación, puede darse por primera vez una elección donde los intereses sectoriales no lleguen al punto de la fractura y hagan saltar todo por los aires, obligando a comenzar todo de nuevo.
En 1930 los sectores conservadores y su brazo armado interrumpieron el proceso democrático, al mismo tiempo que postergaban el ascenso de grandes masas de la población para enriquecer más a los ya ricos afianzando el modelo exclusivamente agroexportador.
El país que hoy muchos añoran, cuando la Argentina era una de las economías más importantes del mundo, era, irremediablemente, un país para muy pocos. La industrialización del país fue en parte consecuencia de la necesidad de fabricar acá productos que no se podían importar por la Segunda Guerra Mundial.
Sería largo enumerar las circunstancias internas y externas que propiciaron el advenimiento del peronismo y de los actos colectivos e individuales que impulsaron un movimiento definido acertadamente por José Pablo Feinmann como una "obstinación argentina".
Lo cierto es que además de impulsar la transformación de un país agropecuario en otro que incluía la industria modificó profundamente la configuración social y por ende la cultura argentina.
En 1955 una vez más una alianza de sectores económicos y militares decidió que la democracia no era para los argentinos, al menos hasta que no fueran capaces de elegir exclusivamente gobernantes que respondieran a los criterios de las democracias liberales, de defensa a ultranza de la propiedad privada y del derecho inalienable de los poderosos a esquilmar sin misericordia a los pobres.
Previsiblemente, lo primero que se anunció en materia económica era el regreso al país basado en la explotación agropecuaria. Claro que era tan profundo el cambio que se había operado en el país que pasó casi otra generación, algunos gobiernos civiles débiles y con una escasa representatividad y un par de golpes militares más hasta que una nueva dictadura comenzó a desmantelar rápidamente las estructuras industriales y a confinar nuevamente a millones de personas a la pobreza.
Entre esos desdichados había muchos que nunca consiguieron salir de la pobreza y otros que volvieron a caer en ella.
Cuando Raúl Alfonsín intentó cumplir sus promesas de conseguir que con la democracia se comiera y se curara rápidamente, los sectores dominantes le pusieron freno y lo obligaron a plantear una "economía de guerra" en uno de los mayores productores de alimentos del mundo y que no mantenía ningún conflicto bélico.
El gobierno del hombre que había encendido las esperanzas de millones de argentinos tuvo un melancólico final.
Como en oportunidades anteriores, de nuevo las circunstancias internacionales influyeron de forma decisiva en el país y Carlos Menem, que llegó como un adalid del populismo tan denostado por los liberales, se abocó con fervor a concluir la tarea iniciada por la dictadura y firmó el certificado de defunción definitivo a la industria nacional y abrió las puertas a la especulación desenfrenada que cultivaba por entonces el capitalismo, convencido del final de la historia y que nunca más iba a cambiar ese estado de cosas.
Era tan fuerte y tan generalizada esa convicción, que el primer presidente llegado al poder en una transición normal nunca se atrevió a cuestionar esos paradigmas y puso a su gente a tratar de mantener lo insostenible.
Previsiblemente, en dos años explotó la convertibilidad y el gobierno de Fernando De la Rúa.
Lo que vino luego está más cercano en el tiempo; desde presidentes por un día hasta la llegada al poder por decisión de los dirigentes políticos de Eduardo Duhalde, el hombre que había fracasado en las urnas. Después la salida rápida del presidente interino y la llegada del santacruceño Néstor Kirchner, que demostró enseguida que no sólo no era imposible modificar los esquemas económicos, sino que además era bueno.
También las circunstancias internacionales favorecieron el proceso, tanto los delirios de Estados Unidos que no sólo postulaba que era posible enriquecerse sin generar riquezas tangibles y concretas, sino que se embarcó en sus alucinados actos de "república imperial", como los altos precios de las exportaciones argentinas.
Aunque todos ganaron dinero, capitalistas y trabajadores, industriales y productores agropecuarios, importadores y exportadores.
Pero claro, el "modelo nacional y popular" no se ajustaba acabadamente a las pautas de las democracias liberales. No sólo los intereses económicos mueven a las personas, también las pautas culturales.
Sin embargo, hasta ahora todos los intentos de minar las bases del Gobierno fueron en vano, a pesar de que se utilizó todo el arsenal conocido en materia de "golpes de mercado", saqueos y propaganda.
Y por estos días se advierte que muchos actores de la escena nacional comienzan a actuar con racionalidad. Tras la amenaza de pánico por la disparada del dólar blue y la inflación, poco a poco aparecen empresarios usando los métodos tradicionales del comercio, promociones, baja de precios y financiación y desdeñando las alucinadas maniobras especulatorias que tanto se usaron entre fines de los ochenta y los noventa.
Tal vez sin darse demasiada cuenta, están probando que la Argentina tiende cada vez más a ser un país más normal, donde los ciclos económicos, con sus altas y bajas se dan naturalmente y no necesariamente deben desembocar en un colapso. Los tiempos malos se aguantan y los buenos se aprovechan.
Si todo sigue así hasta octubre de 2015, por primera vez habrá una transición tranquila, ordenada, y sin un terreno minado a transitar por el nuevo gobierno.
Eso implicaría, necesariamente, que las tensiones intersectoriales están atenuadas y que ha desaparecido de sus principales actores la convicción de que la única forma de imponerse en un conflicto de intereses es exterminando al adversario.
Y será mucho, pero mucho más fácil, encarar las otras tareas que van más allá de lo económico, como la reconstrucción de las instituciones.
Claro que, como ocurre siempre, muchas cosas dependen de la situación internacional, que pocas veces ha sido tan incierta como en estos días.