Claudia Rafael

[email protected]

El país estallaba en mil pedazos, el presidente huía desde el techo de la Rosada en helicóptero y 39 personas -entre los 12 y los 57 años- eran asesinadas impiadosamente por policías y gendarmes. Elisa Carrió y Luis Zamora encabezaban una marcha por el "que se vayan todos". Todavía le faltaban años a Federico Sturzenegger para ser el presidente del Banco Central del macrismo. En aquel entonces era secretario de Política Económica y junto a su jefe, Domingo Cavallo, súper ministro de Economía, anunciaban un ajuste del 13 por ciento en sueldos y jubilaciones. Un recolector de residuos decía a EL POPULAR en la cobertura en las calles porteñas que "quiero que de todo esto venga la esperanza de algo nuevo" mientras recogía los resabios de dos días en los que el país estuvo en llamas. Veinte años más tarde -según cifras del Indec- la pobreza alcanzó al 40,6% de las personas y al 31,2% de los hogares. Y la indigencia llegó al 10,7% y al 8,2%, respectivamente. Muchos de los representantes políticos de aquellos días hoy siguen en pie. A pesar del "que se vayan todos" y del bizarro registro de renuncias lanzado por Eduardo Duhalde que sólo firmaron él y Daniel Scioli y en el que aseguraban renunciar a la política o a cargos electivos. Un manojo de años más tarde Duhalde competía para la presidencia secundado por el ya fallecido Mario Das Neves y alcanzaban el 12,12 % de los votos. Y el otro firmante, hoy embajador en Brasil, fue -luego de aquella firma- vicepresidente, dos veces gobernador y candidato a la presidencia. La máxima popular parece seguir siendo aquella de borrar con el codo lo que se escribió con la mano.

Esta semana una comisión vecinal del barrio Maccarone, de Paraná, pidió al Concejo Deliberante de esa ciudad que se le dé el nombre de Eloísa Paniagua a una calle. Fue la víctima más joven entre los 39 de aquel diciembre. Tenía 12 años, a punto de cumplir los 13, y tenía hambre. Por las mismas horas, el diputado Fernando Iglesias homenajeaba en un discurso en el Congreso de la Nación a Fernando De la Rúa. Contradicciones de un país que sigue arrastrando sus dolores, sus desmemorias y sus crueldades como parte de su ADN.

Los Orozco

Si 2001 fue tierra arrasada en el país, hoy todavía se sufren las secuelas. Y se arrastran en los rumbos políticos muchos de los hacedores de aquellos padecimientos. Algo así como "los conocidos de siempre". Por caso, Patricia Bullrich que llegó de la mano del ex Side Juanjo Alvarez al gobierno provincial de Eduardo Duhalde después -y por su vínculo con otro SIDE, Fernando de Santibáñez- se sumaría al gobierno de la Alianza como ministra de Trabajo y también luego como ministra de Seguridad Social. Hernán Lombardi fue primero secretario y luego ministro de Turismo y Cultura de De la Rúa (integraba, igual que Pata Bullrich el grupo "sushi"). Con Mauricio Macri fue ministro de Cultura en la jefatura de gobierno porteño y durante su presidencia fue el titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos. Ahora es diputado nacional por Juntos. Gerardo Morales, actual gobernador de la provincia de Jujuy y flamante presidente del Comité Nacional de la UCR, es uno de los tantos eternos de la historia política nacional y tuvo su lugarcito preponderante también durante el gobierno de la Alianza. De hecho, era secretario de Desarrollo Social, área clave si las hay en un período de crisis socioeconómica. Y ya anunció su intención de ser presidente en 2023.

No todo huele a macrismo en la continuidad de funcionarios atravesados por los reclamos del "que se vayan todos". Otra de las figuras emblemáticas fue y es el actual ministro de Seguridad de la Nación, el mismísimo Aníbal Fernández. Durante la gobernación del oscuro monje de la política en las sombras, Eduardo Duhalde, fue su secretario de Gobierno. Con el manodurista Carlos Ruckauf (aquel que decía que "la sociedad se defiende a balazos") fue secretario primero y luego ministro de Trabajo. A Duhalde lo acompañó en la presidencia y, de hecho, fue uno de los responsables políticos de la masacre de Avellaneda, donde fueron acribillados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Suele ser difícil resistir a un archivo. Fernández supo entonces decir que "los piqueteros se mataron entre ellos". Algo similar a lo que diría el gobernador Felipe Solá a Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora: "No se preocupe Norita, esto es una guerra entre pobres y se están matando entre ellos". El mismo Solá que por movida de piezas del tablero fue corrido sin explicaciones de Cancillería por Alberto Fernández. Aníbal, de algún modo, se asemeja a aquella canción de León Gieco en la que utiliza la "o" como única vocal: "tocó con todos, por poco no tocó con Colón".

Los que se fueron

No todos se quedaron tras aquel "que se vayan todos". En una ironía histórica, las estadísticas dan cuenta de unas 140 mil personas que dejaron el país entre 2000 y 2001. Y 87.212 se expatriaron en 2002. Familias enteras que huían en busca de un sueño, de una esperanza, de un trabajo y un sueldo a fin de mes y un plato seguro sobre la mesa cada día. En esas cifras se contabilizan familias olavarrienses. Otros, sobrevivían en aquellos días multiplicándose en las redes de trueque que crecían a diario en sociedades de fomento y salones barriales. En 2001 se llegó a medio millón de participantes en los nodos de trueque en más de veinte provincias. Pero fue en 2002 en que se produjo la gran eclosión y fueron alrededor de 2 millones los llamados prosumidores (productores y consumidores a la vez). Previo al corralito, había unos 20.000 participantes por mes en los clubes de trueque. Después del corralito, llegó a haber unos 5000 diarios.

Entre 2001 y 2002 funcionaban en Olavarría alrededor de 60 comedores comunitarios que iban naciendo al calor del hambre creciente en las barriadas. Y el desencanto era un protagonista ineludible de aquellos días. Empresas vaciadas que, como en el caso de una calera de las afueras de Sierras Bayas, obligaron a los trabajadores a una lucha denodada que logró finalmente la expropiación y el nacimiento de una cooperativa. O los empleados del Banco de la Edificadora que se sorprendieron ellos mismos de estar reclamando en las calles por sus puestos de trabajo. Se producían despidos y obligadas prejubilaciones a obreros de Loma Negra que repetían como una cantinela silenciosa que "si la señora supiera esto que nos está pasando, no lo permitiría", en obvia referencia a Amalia Lacroze de Fortabat. Amparados simbólicamente aún en la atadura emocional a una fábrica que les marcó la historia.

Olavarría en ese tiempo tenía una representación en el Congreso de la Nación. Domingo Vitale era diputado y como parte del staff político no escapó al enojo generalizado que reclamaba que todos se fueran. Y debió atajar insultos como cualquier otro.

En el terreno local ya no quedan en la ciudad referencias políticas de aquel fatídico 2001. Muchos murieron. Otros mutaron a otras actividades. Y justamente cuando se cumplen 20 años de aquel diciembre sigue en la función pública la funcionaria dilecta del eseverrismo gobernante entonces, como secretaria del Concejo Deliberante: Margarita Arregui.

Algo nuevo

El poder político estaba en jaque. Y en aquel diciembre caliente de 20 años atrás, la vida misma se puso en juego en unos cuantos días en el país.

Estado de sitio, furia, hambre, saqueos, represión, muerte, que se vayan todos, cinco presidentes en una semana, estallido social. Y la sensación de que todo podía cambiar. De que cuando todos se fueran sería posible construir un país a la medida de las dignidades. Veinte años más tarde seis de cada niño o niña vive bajo la línea de pobreza. Un número que se eleva a siete en las grandes concentraciones urbanas.

"Quiero que de todo esto venga la esperanza de algo nuevo", dijo a EL POPULAR en la mañana del 21 de diciembre el recolector de residuos sobre Diagonal Norte después de dos días de furia. Barría junto a sus compañeros de trabajo los restos de papeles, piedras, vidrios rotos a un par de metros de un bar con las vidrieras quebradas desde la que asomaba la imagen de una mujer fumando un cigarrillo y leyendo un diario.

Dos décadas después, el dolor país sigue midiendo alto en la vida cotidiana de sus habitantes. Después de todo, veinte años no es nada.