Silvana Melo / Smelo@elpopular.com.ar

Al final, terminó siendo la ancha avenida del medio entre los dos contrincantes irreconciliables del Frente. Habrá que ver si es tan ancha como la pretende, tan ancha como su sonrisa llena de dientes ante cualquier adversidad. La ambición de Sergio Massa es más ancha que su avenida. A tal punto que lo empujó a convertirse en lo que hoy es: el superministro –así les pedía en off a los periodistas que lo llamaran- que asoma del paredón que sobrevive al derrumbe. Tan ancha es que a los 50 se juega la vida política a levantar un gobierno partido en tres como un queso y quedarse con la parte del león. Aunque él sea un tigre. Que pela sonrisa y va para adelante, dejando adversarios en el camino.

"Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial", relataba Víctor Hugo hace treinta y seis años no más. Así lo sentiría Alberto Fernández cuando le tomó juramento y se retiró con la cabeza mirando al piso. Mientras Sergio, Massita, Ventajita y tantos otros modos de llamar al Massías (el que viene a salvar del déficit fiscal a la humanidad de este sur del mundo) se rodeaba de los 500 invitados a su jura, de Moria Casán, esa suegra impensada y de un ambiente de cambio de gobierno rarísimo en una administración peronista. Arrancaba por la derecha.

El sabe que estos tiempos de tik-tok y vivo en Instagram se alimentan más de imágenes que de programas de gobierno. Y sabe que cuenta con tres o cuatro premisas que comparte con su amigo Horacio Rodríguez Larreta –que hacen fruncir la nariz a Cristina, que a la vez recibe a Carlos Melconian, el escudo vivo del establishment-; es decir que ante tamaño guiso de pragmatismos e ideologías inestables, está convencido de que lo que vale es lo suyo: presencia y dientes.

El centro CIFRA de la CTA pubicó en estos días que la participación de los trabajadores en la economía cayó diez puntos en cinco años. Desde 2016 a 2021. Responsabilidad de los dos gobiernos en los que influyó Massa: el de Cambiemos y el del Frente de Todos. En estos años aumentó la desigualdad y apareció un dato que casi no existía en el país donde poco menos de la mitad de los trabajadores no está registrada: muchos de los asalariados en blanco son pobres. La transferencia de ingresos llega a los 7.700 millones de pesos.

Massa, su plan y su ambición presidencial llegan a allanar la avenida del medio entre el devaluadísimo Alberto y la judicializada Cristina que se quedó sin resto para imposiciones. El llega a sacar sus propias papas del fuego mientras el país entero amenaza con un incendio. En algún tramo sus papas coinciden con las del país más castigado. En otros, con los intereses de sus amigos y socios, más allá de las fronteras de la patria grande. Porque su padrino político original fue el Pato Galmarini. Pero los padrinos actuales son empresariales. "Un sistema de relaciones que tiene como hermanos mayores un club de empresarios: Daniel Vila, José Luis Manzano, Jorge Brito, Alberto Pierri, Daniel Hadad", dice Victoria de Masi en el Diarioar. Varios de ésos estaban en la primera fila de la celebración.

El ministro que es tres ministros (Economía, Agricultura y Producción) nació en las dirigencias estudiantiles de la UCEDé, con el liderazgo del inefable e histórico Alvaro Alsogaray. Cuando Menem armó una coalición que juntaba PJ y ese liberalismo atroz (como el lobo feroz) tan difícil de digerir, su madrina Graciela Camaño lo llevó al peronismo. Tenía 18 años apenas. Siempre fue joven Massa. Siempre fue sonrisa y picardía. Pero tiene un problema complicadísimo de zanjar. Pertenece a un lado de una grieta innegociable: escucha a Arjona. Y encima lo canta.

Duhalde lo llevó al ANSeS y, sin quererlo, le construyó base política. En ese mismo espacio siguió cuando Néstor Kirchner asumió el gobierno. El Popular lo entrevistó en la tribuna de la cancha de El Fortín, históricamente amiga de Tigre.

Un "dólar changa"

ADN de un país que es capaz de soportar dirigentes que gobiernan para otros y mal –y que ahora salen a decir lo que hay que hacer-, dirigentes que se desangran en disputas propias en medio de un gobierno –y que se llevan puesta a una porción importante de la gente-, Massa se sentó a mirar el triste espectáculo de la picadora de carne: Martín Guzmán finalmente vencido y ahora despreciado por todos, generaba el principio de la crisis que él (Sergio) esperaba. Llevó su plan de superministerio por si cuajaba. Pero Alberto no quiso negociar el último retazo de dignidad. Entonces volvió a sentarse: vio llegar a Batakis y la vio irse de una manera impiadosa. 24 días. Donde el dólar se disparó a 35 pesos y la pobreza subió de esa manera que se siente en la calle, no como la presentará el INDEC en cualquiera de estos meses. Se levantó, Sergio y volvió con su plan: ninguno de sus compañeros de triunvirato tenía posibilidades de decir que no. Estaban jugados. Echaron a Batakis y a Scioli que no tuvo tiempo ni de alquilar; lo estampillaron y lo mandaron de vuelta a Brasil.

Y llegó él. Con más presencia que ideas. Con mensajes para el mercado y advertencias a los más hostigados por el sistema: viene la auditoría de planes y el tarifazo.

El mercado le respondió en seguida: con las fauces abiertas y aliento a FMI le hicieron saber que querían más ajuste. Y más. Con un hambre que nunca será saciada. La corrida no paró. El dólar

blue comenzó a subir nuevamente y el Banco Central sigue rifando sus escasas reservas para frenar una devaluación del oficial. Pero la corrida es apenas un síntoma. Lo más profundo es el empobrecimiento de la gente que trabaja, el desencanto porque nada de lo que se prometió se cumplió, la rabia porque cuatro vivos y poderosos se quedaron con el crecimiento del 2021 y a los trabajadores no derramó nada. El periodista económico Alejandro Bercovich habla de "los 24 mil millones de dólares que compraron cien personas, los magnates más poderosos de la Argentina, a 30 ó 40 pesos" en los años Macri. A ellos, a los que han hecho esa exponencial diferencia, no se les pueden aumentar los impuestos.

Y sí es legítimo poner en marcha un "dólar soja" para que los grandes productores se dignen a sacar las cosechas de los silobolsas y venderlas. Y habrá un dólar minero en estos días. Eso sí, no hay un "dólar barrio", un "dólar pobre", un "dólar changa". Porque no hay suficiente poder extorsivo de ese lado. No son los que provocan corridas bancarias ni elevan el riesgo país ni retienen divisas para especular con la devaluación. A la devaluación la sufren día tras día en sus propias vidas. Y no hay con qué especular.

Sapos recargados

Sin embargo, la actual y virtual presidencia de Sergio Massa parece ser un adelanto de lo que vendrá en 2023: el regreso de Juntos por el Cambio 2.0. Recargadísimo. Se anunció su viceministro, Gabriel Rubinstein, que parece haber sido rescatado de las profundas cuevas del neoliberalismo. En Twitter no sólo ha cuestionado las políticas de Cristina y de Alberto, sino que ha retuiteado posteos de dirigentes hostiles como Patricia Bullrich o José Luis Espert. En septiembre de 2014 fue clarísimo: "Para mí, sumarse al kirchnerismo sería como decir: 'Soy un idiota, pero vivan Néstor y Cristina, carajo'". En la mañana de ayer, fue desmentido lo que había sido confirmado por el Ministerio massista. Rubinstein era más de lo que se podía soportar.

Un banquete de sapos al plato está deglutiéndose el peronismo A y K. Pero a Cristina le toca el postre, que sin embargo se sirvió antes: Wikileaks filtró en 2010 documentos secretos de los Estados Unidos donde se revelaban las charlas de Sergio Massa y Malena Galmarini durante una cena en noviembre de 2009 en casa de un empresario norteamericano. Sergio dijo alegremente que Néstor era "un psicópata, un monstruo". Que su "aproximación matona" a la política reflejaba su sentido de inferioridad. Y no es todo: sostenía que la entonces presidenta estaba "sometida" a su marido y que "trabajaría mucho mejor sin Néstor que con él". Según el diario español El País, Malena Galmarini no dejaba de hacerle señales para que se callara. No lo logró.

Cruces de la historia

Hay momentos en que la historia cruza personajes, los descruza y al fin los vuelve a pegar, cada vez más forzadamente. A veces se rompen al primer choque. Cuando en 2008 la disputa con el poder rural a partir de la 125 quiebra lealtades, Alberto Fernández deja la jefatura de Gabinete en total disconformidad con la actitud de CFK. ¿Quién asume en su lugar? El mismísimo Sergio Massa. Con 36 años, siempre joven, se hace cargo.

En 2009 las elecciones desnudan la ruptura con parte de la sociedad. Y Massita, como lo llamaba Néstor Kirchner, se fue por la puerta derecha, que es siempre la que más le gusta.

En 2010, mientras miraban un partido del mundial de Sudáfrica en la casa salteña de Juan Manuel Urtubey, varios dirigentes fundaban la Sub 45. Eran jóvenes y promisorios. Al dueño de casa se sumaban Sergio Massa, Diego Santilli, Emilio Monzó, José Eseverri, el entonces intendente de La Plata Pablo Bruera y Cristian Breitenstein, intendente de Bahía Blanca.

Ese mismo año ya había vuelto a Tigre, donde los paraísos de Nordelta y la patria del privilegio era asolada por los otros, los que se quedaron afuera. Entonces fundó, Sergio, el Gran Hermano de la costa. Y repartió más de 600 cámaras por toda la ciudad. Al poco tiempo gran parte de la Provincia salió a imitarlo. Olavarría entre tantas. El Popular lo entrevistó cuando llegó a inaugurar el Centro de Monitoreo del cemento. Ha sido su gran legado a las sociedades, más allá de su carácter de saltimbanqui político. Que también heredó Eseverri José. A quien ese salterío de aquí para allá le costó la carrera. A Sergio lo envolvió de pésima imagen. A pesar de que hoy celebra y lo celebran los amigos.

Más canoso, más robusto, Massa es el mismo. El que fue candidato a presidente en 2015 y prometía "meterlos presos a todos los corruptos porque me da asco la corrupción" y "barrer con los ñoquis de La Cámpora". El mismo que fue tentado por Alberto para armar una coalición de peronismo supuestamente unido, imbatible en las urnas.

Hoy Massa es el mismo. Pero bailando sobre la cubierta del Titanic, con la mitad del trasatlántico hundido.