MARTÍN DEMICHELIS saltó al campo de juego del para él hostil templo Xeneize con un atuendo que lo diferenciaba bastante de sus dirigidos. Vestido de negro de pies a cabeza, la elección podría simbolizar dos aspectos. 

Uno, relacionado con los monjes benedictinos que también llevan hábito de ese color y cuyo lema, "ora et labora" (reza y trabaja), fue adoptado por el DT Millonario en la semana previa al Superclásico:  "Trabajaremos en armonía en el River Camp para poder ganar en La Bombonera, porque hace tiempo que River no lo consigue ahí".

Otro, vinculado al perfil bajo que decidió adoptar después de sus pecados de juventud como entrenador y que le costaron caro: la charla en off con periodistas que se filtró y el malestar del plantel por tal situación hicieron temblar los cimientos ya no tan firmes de la estructura riverplatense tras el tsunami de decepción que causó la temprana eliminación de la Copa Libertadores y el sensible remesón del adiós a la Copa Argentina.

De repente, la fortuna amasada en los seis meses de bonanza que desembocaron en el título local con superavit futbolístico y arcas rebosantes de jerarquía, se escurrió como si hubiera un enorme agujero (tan negro como el color de su traje y del hábito benedictino) en los bolsillos. La economía de guerra dio paso a un River más austero que contaba las monedas para no desequilibrar demasiado la balanza. 

De un momento para otro, el patrimonio ya no consistía en la convicción firme y ganadora, sino en las dudas en las propias fuerzas y en el recelo hacia un conductor que perdió autoridad y confianza. A la hecatombe generada por Vélez en Liniers le siguieron los esfuerzos para reflotar la unión y consonancia entre cuerpo técnico y jugadores, con declaraciones para atenuar el impacto de los rumores y un Demichelis que a partir de ahí, como si hubiera aprendido una dolorosa lección, ya no fue tan locuaz en las conferencias de prensa y midió con centímetro cada palabra.

La fuerza monolítica de los símbolos con Enzo Pérez a la cabeza fue respetada y el mensaje, con gestos más que con palabras, fue que en ellos se basa la fuerza del River invencible del primer semestre y del que quiere reconstruirse de ahora en más.