"Mientras para el mundo eso era una gran fiesta, para mí era una tragedia"
El músico olavarriense, nieto recuperado por Abuelas, nieto de la emblemática Estela de Carlotto, repasó su infancia, su carrera, su larga relación con la música y el sacudón interno que vivió al enterarse de la noticia más impactante de su vida.
Vivo de Instagram en plena cuarentena. Ignacio Montoya Carlotto, distendido en su casa de Loma Negra, en charla con una de sus primas, referente del espacio cultural La Hormiguera de La Plata, que cumplió dos años de vida. Su infancia, el raro e ineludible destino musical, sus vaivenes emocionales, lo que le faltó, lo que tuvo, lo que supo construir y los dolores que perduran. El antes y el después del vendaval. Un diálogo cargado de emociones que vale la pena revivir.
Pacho tiene muchos recuerdos de su infancia, pero pocos relacionados con la música. "Ahí en el campo donde vivíamos no había demasiada información. Yo ahora la veo a Lola (su hija) que se la pasa todo el día con la tablet y tiene una relación con la música muchísimo más fluida de la que yo podía tener. La música es parte de su medio ambiente y no lo era en mi caso. Se escuchaba la radio, no había televisión. Era radio AM, siempre las mismas canciones, siempre más cerca del chau que del hola", se ríe.
Algo ahí pasó para que yo dijera yo quiero ser eso, yo quiero tocar música.
La mínima conexión inicial con su mundo fue "una especie de pianola en la casa de los patrones. La había agarrado la inundación grande del 80 que hubo en Olavarría. Estuvo unos días abajo del agua y entonces la llevaron para el campo. Yo tengo ese recuerdo de conocer ese instrumento, pero sin saberlo tocar".
Así transitaba la vida "sin mayores cuestiones, hasta que en un momento, cerca de mis 9 años, fuimos a una tertulia de esas que se hacían a la tarde acá. En ese momento eran las orquestas típica y característica. Eran como la banda de pueblo que tocaba de todo un poco. Ahí fue la primera vez que yo escuché música en vivo. Fue como un patadón en los dientes, como un sopapo. Algo pasó internamente ahí", un punto de quiebre, un instante fundacional.
Más que haberlo disfrutarlo, lo recuerda como un momento de gran conmoción. "No recuerdo otra cosa que me haya impactado tanto en la vida. Por ahí, como volar en avión la primera vez, o ir a a la cancha. Como esas cosas que vos decís guau, esto es alucinante, pero que a la segunda vez ya no es igual, no es lo mismo. Algo ahí pasó para que yo dijera yo quiero ser eso, yo quiero tocar música. Tal vez como el que tocaba el órgano en esa banda era bueno, agarré por ahí. No me llamó otro instrumento".
Escaso presupuesto
*Al borde del abandono y el cimbronazo más conocido
No sobraba nada en los bolsillos y estaba la plata justa para pagar las dos clases semanales del profesor del pueblo. "No sé si eran 10 australes, o algo así. Pero había para eso y no había para nafta. Entonces, el trayecto de 14 kilómetros que separaban a Colonia San Miguel del campo donde yo vivía, era en bici. Después, la otra sensación re fuerte que tengo es que Omar, mi primer profesor, me enseña las notas en el teclado. Esto es Do, esto es Re, esto es Mi. Y yo me volví al campo con la idea de que ya lo había aprendido todo. Como una cosa de que ya tenía lo que necesitaba saber por el resto de la vida".
Y si las pilas son caras ahora, imaginate que en ese momento valían fortuna. Era como comprar un respirador ahora (risas)".
Siempre con poco, siempre viento en contra. "No es para llorar, pero fue así. Buena parte de toda mi etapa de formación tuvo que ver con eso: no tener, o tener poco, o pasar alguna que otra necesidad y esa sensación de tener que hacer mucho más que el resto para poder avanzar. En el campo no teníamos luz eléctrica. Entonces yo iba y practicaba un poco en esa pianola que no servía. Al tiempo, por sugerencia de mi profesor, que dijo este pibe tiene no sé si talento, pero ganas, compraron un tecladito. Y ese tecladito, como no había luz, era a pilas. Y si las pilas son caras ahora, imaginate que en ese momento valían fortuna. Era como comprar un respirador ahora (risas)".
Como en la casa apenas podían comprar una sola carga de pilas al mes, Ignacio tenía cronometrado lo que duraban y tocaba 10 minutos por día, "como contenido totalmente. Al tiempo, cuando ya vivía en Loma Negra y tenía luz eléctrica, no podía creer que podía tocar todo el día. Era como una cosa de locos, que me volaba la cabeza. Puedo prender, hay luz y puedo tocar todo lo que quiero".
El paso siguiente fue casi natural. "Me pasó que mucho de las cosas que me enseñaba el profesor las agarré, más por ganas que por otra cosa me parece. A los meses, en el club Independiente de Colonia San Miguel, Omar me invitó a tocar en vivo. Yo toqué ahí y sentía que estaba tocando en Wembley con los Rolling Stones. Tendría 9, 10 años y no podía creer esa sensación que la gente bailara o escuchara lo que yo tocaba. Era muy borrego, y cuando bajé del escenario volví a sentir que ya estaba, que había logrado lo que quería, como el día que me volví pensando que ya había aprendido todo. Esa cosa de no necesito nada más en la vida. De triunfé".
Eso fue la puerta a otra cosa. A tocar otras músicas, a escuchar discos, a empezar a estudiar de vuelta
Adolescencia, escuela secundaria de doble turno. Arrancar a las 5 de la mañana, dos horas de micro, comer en el colegio, volver al campo a las 9 de la noche. "Estudiaba y tocaba lo que podía. Decidí que quería estudiar maestro mayor de obra. Ahí tuve que ir a estudiar a la noche y ya no había manera de tener colectivos para volver. Entonces decidimos familiarmente que yo me viniera a vivir a Loma Negra, a 40 kilómetros del campo donde estábamos, a una casa que nos estábamos haciendo. Una casa que tenía miles de fisuras, pero tenía luz eléctrica". Un detalle que para él era un mundo. Su mundo. Sin exagerar.
Por entonces todavía tenía la sensación "que me lo sabía todo. Una cosa muy estúpida, pero que yo la sentía. Hasta que un compañero de la secundaria, Juan Manuel, un día en la fila de la bandera me dijo ''vos tenés que ir a estudiar con el Goro, que él no le da clases a cualquiera, él le da clases a los que saben tocar''. Es como que me sacó la ficha. Me hizo sentir parte del club. Como tampoco había un mango en ese momento. con mi amigo Maximiliano empezamos a hacer algunos trabajos de electricidad y con eso me pagaba los 50 pesos que me salía la clase con el Goro. Y eso fue la puerta a otra cosa. A tocar otras músicas, a escuchar discos, a empezar a estudiar de vuelta".
Entonces me di cuenta que me era más fácil inventarme las canciones que sacarlas de oreja.
Y ahí, mientras terminaba el Industrial, empezó a germinar la idea, bien firme, de ser músico profesional. "Y esa cosa de irme a Buenos Aires, porque solo allá se podía triunfar. Nunca en mi vida había ido a Buenos Aires, pero yo quería irme para allá". Entonces apareció en el horizonte la Escuela de Música de Avellaneda, "que era la única escuela pública que enseñaba lo que yo quería aprender. Ahí enseñaban jazz, se improvisaba, y yo tenía cierta facilidad para eso, producto más de una incapacidad que de otra cosa".
En desventaja
¿A qué se refiere? "Cuando yo empecé con Omar iba con el sobrino de él, el Pato Herrera. Un chico que tenía un oído como un satélite. Toda canción que escuchaba en la radio la podía sacar, y tenía una gran habilidad, y tocaba tres instrumentos, y era el sobrino, y tenía electricidad, y tocaba todo el día, y yo era como el monito, pobrecito, que no podía hacer nada. Pero sí tenía como una cosa de autodescubrirme, como el jugador de fútbol que se ubica en el lugar que mejor le salen las cosas. Entonces me di cuenta que me era más fácil inventarme las canciones que sacarlas de oreja. Ahí empezó lo de empezar a escribir, como ese germen de la composición. Y luego improvisar me aparecía como algo que yo podía hacer y que me sentía identificado con eso".
Nunca nada le resultó del todo fácil y el desembarco no fue la excepción. "Me fui a estudiar a Avellaneda, quise entrar a la Escuela, totalmente inconsciente porque no tenía idea de nada. Di el examen y lo di como el ojete. Había como 400 mil tipos que se tocaban todo, que habían estudiado más tiempo y tenían más capacidad que yo. Me lloré todo y me fui caminando a unas cuadras, al otro Conservatorio que había, que era el Roma de Avellaneda. Hice el examen y ahí entré".
Un loco que es un tremendo pianista y que me dijo ''vos andate a Buenos Aires, yo te doy clases gratis igual''.
Porque si bien ahora "hay escuelas de música popular que enseñan tango, jazz, rock y todas esas músicas en todos lados", en aquella época "los conservatorios enseñaban música clásica y yo no quería tocar música clásica, yo quería tocar la música que había empezado a escuchar en ese momento". Por eso, el Roma fue un premio consuelo, un mejor algo que nada.
"Ahí estuvimos viviendo con un amigo en Quilmes durante unos cinco años. Y en esos cinco años lo único que hice fue estudiar música. Como podía, porque tampoco tenía mucha guita para pagar profesores particulares. Pero sí muy apoyado por un profesor de acá, con el que yo había empezado a estudiar, que se llama Leandro Chiappe, pianista de Javier Calamaro. Un loco que es un tremendo pianista y que me dijo ''vos andate a Buenos Aires, yo te doy clases gratis igual''. Y él cumplió esa palabra y me dio muchas clases", resalta hoy, a la distancia.
"Esos cinco años fueron nada más que estudiar. A mi me corría esa cosa de saber que los viejos estaban trabajando doble turno, habían empezado a trabajar también en el comedor de una fábrica, trabajaban mil horas para mantenerme a mi. Yo sentía que si no traía las mejores notas, si no hacía dos años en uno, si no salía en la tele y no triunfaba en la música, era un fracaso. Con ese nivel de presión, que por ahí no fue muy saludable, yo hice todos esos años con mucho fervor. Suspendí todo, no hacía nada, no salía de noche, lo único que hacía era tocar el piano todo el día para tratar de ser más o menos bueno".
Al borde del abandono
Pero en el momento que estaba por dejarlo todo, "vender el piano, ponerme una ferretería y dejarme de joder con la música", un concierto gratuito en el teatro San Martín lo encarriló. "Me encontré con un pianista que me la voló completamente. Me mostró que todo lo que yo quería hacer, él lo estaba tocando ahí, a poquitos metros mío. Era Ernesto Jodos, un gran pianista de jazz que después fue mi maestro y amigo. Ahí me volvió a pasar lo mismo que me había pasado a los 9 años, de decir esto es para mi. Ahí volví y no aflojé más".
El segundo disco, la versión de Mujeres Argentinas, el codearse con músicos que solo había visto en la TV. Era ya el 2012, "sin saber la que se venía, pero ya estábamos ahí, cerquita".
Entonces, el cimbronazo más conocido.
"La sensación que tuve fue que se me vino el mundo encima. Ya lo he dicho mil veces y lo vuelvo a repetir: yo nunca había tenido dudas, o nunca se me habían motorizado esas dudas como para preguntarme nada, más allá del no parecido físico y esas cosas". Una charla a la que llegó de casualidad: un nieto restituido en un ciclo de música por la identidad, tal vez el primer click. La charla de aquella noche en Buenos Aires con su novia Celeste, la primera vez que la duda se ponía en palabras.
"Eso fue en 2010, cuatro años después pasó todo esto: la revolución, el transformarme en personaje público nacional. Todo lo que vino para mi fue arrollador, devastador, un accidente muy difícil de superar", define.
"De golpe me encontré reunido con presidentes, con el Papa, subido a algo que me sobrepasaba completamente. Porque encima todas las búsquedas son importantes, pero había una que era como central, la del nieto de Estela. Había con ese personaje tan buscado una serie de expectativas. Que no tenían que ver con las que el personaje decidiera, eso no importaba. El nieto de Estela era como una entidad en si misma, que no tenía cara pero que cuando apareciera para muchos iba a significar toda una serie de cuestiones.
Mientras para el mundo eso era una fiesta, era el triunfo de una gran lucha, la película esa del nieto abrazándose con la abuela, para mi era una tragedia.
La música fue su refugio, su lugar donde meterse. "El hecho que yo haya tenido una profesión y el camino medio trazado me ayudó a no correrme de eso, porque tampoco lo creí necesario. El problema es que esos refugios a veces se transforman en una cárcel, estás tan guardado ahí... Por eso, después tuve que hacer como todo un proceso de volver a la vida. En un momento hay que dejar que los problemas lleguen y enfrentarlos y trabajarlos. Mientras para el mundo eso era una fiesta, era el triunfo de una gran lucha, la película esa del nieto abrazándose con la abuela, para mi era una tragedia. Si pudiera elegir lo volvería a transitar, porque tenía que hacerlo y no me podía hacer el boludo con eso. Pero sí era una tragedia. Todo el mundo de fiesta, vos destruido y encima sin poder decirlo. Porque era muy difícil comunicar eso en aquel momento. Hoy puedo hacerlo porque ya pasó el tiempo. Pero en ese momento no podía ni parar la pelota, ni nada".
Y marca las diferencias, con un tono sincero, claro. "Todo eso también con una abuela como Estela, que es tan particular... Divina, pero ella también se dejó llevar un poco por eso y hubo algunas cuestiones que yo siento que se podrían haber cuidado mejor, y que no se cuidaron tan bien. Pero nada de vida o muerte. En algún momento eso se terminó entendiendo y ahí fue como que las cosas se acomodaron de una manera un poco más sincera. Por ahí hay cosas que son irreparables, pero sí se pudo torcer el rumbo y decir ''bueno, chocamos pero no rompimos todo''. Yo siento que en algún momento la chocamos. Pero pudimos corregir y al menos no nos terminamos hundiendo. De haber seguido en esa tónica yo al menos hubiese terminado muy afectado, más todavía".