Daniel Lovano

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Desde su último día en el Colegio Nacional, Juliana Enriqué Steinberg sabe que el camino de su vida es una trayectoria sólo conocida por la ciencia.

Partió hacia Misiones para seguir sus estudios universitarios; elaboró la tesis de grado en el INTA de Balcarce; fue becaria del CONICET en Buenos Aires; continuó su formación en los laboratorios de la Universidad de Nueva York y desde un par de días antes de la declaración del estado de pandemia en Italia forma parte del equipo de investigadores de la Universidad de Verona.

Esta prestigiosa y añeja casa de altos estudios fue creada el 22 de septiembre de 1339, cuando el papa Benedicto XII emitió una bula en Aviñón que otorgaba a la ciudad de Romeo y Julieta un "Studium generale".

Cuatro fueron sus primeras facultades, dos de ellas de naturaleza legal (la facultad de derecho civil y el derecho canónico) y las dos restantes Medicina y Letras.

Mucho debió caminar, leer y experimentar Juliana para llegar hasta allí.

Cursó sus estudios primarios en la Escuela Nº 17, e hizo 7º, 8º y 9º grado en Nuestra Señora de Fátima antes de pasar a las aulas del Colegio Nacional.

"Siempre supe que iba a estudiar algo relacionado con la parte biológica. Mi papá es veterinario y me tiraba para ese lado, aunque de chica pensaba estudiar medicina o algo así. Pero después me di cuenta de que lo mío no era atender pacientes, sino que me imaginaba en un laboratorio y de guardapolvo blanco" confesó en la charla desde Verona, con el termo y el mate como compañeros inseparables.

Su primera opción fue seguir la licenciatura en ciencias biológicas en la UBA, pero terminó escogiendo Misiones porque en aquella universidad de Noreste la duración de las carreras era de algunos años menos.

"Mi mamá se enteró por un conocido que estaba estudiando licenciatura en genética, entonces tomé la decisión y me fui a Posadas. Con 17 años, tan lejos, cuando los vuelos no eran habituales, para mi familia fue bastante duro" contó.

Cursó la carrera en los 5 años. "Nosotros para recibirnos tenemos que hacer una tesis y en ese momento no sabía bien hacia dónde inclinarme. Me puse en contacto con la Facultad de Agronomía de Balcarce y trabajamos en el análisis genético de un grupo de vacas que tenía un color particular y no el color que afirmaba su dueño" reportó.

Una vez recibida, en noviembre de 2012, se enfocó en estudios en humanos.

"Me encontré que con un investigador que había regresado hacía muy poco a la Argentina desde los Estados Unidos y estaba buscando becarios para hacer el doctorado. Me contacté con él y me presenté para una beca del CONICET en Capital" contó.

Fueron otros cinco años de formación en el Instituto de Biomedicina de la Ciudad de Buenos Aires, que trabaja en asociación con el Instituto Max Planck de Alemania, situado en la ciudad de Múnich y centrado en la Física de Altas Energías y la Astrofísica.

"Tenía algún concepto de ciencias en grupo, los laboratorios eran grandes y muy lindos. Yo siempre digo que en la ciencia uno siempre lidia más con frustraciones que con alegrías, porque demanda mucho tiempo, siempre tiene la mente ocupada, hay que leer mucho. Y en 2016 gané una beca para trabajar tres meses en un laboratorio hermoso de Nueva York, en el medio de Manhattan" recordó Juliana.

Con el doctorado en sus manos siguió haciendo becas "post doc", y apareció una oferta para trabajar con su mentor en el Hospital Austral de Pilar.

"No tenía muchas ganas de mudarme y cuando ya estaba por dejar la ciencia y dedicarme al monitoreo clínico de nuevas drogas -algo que está muy de moda- me salió una beca en Verona por dos meses con mi jefe actual, que se llama Daniele Guardavaccaro, y había compartido tiempo de trabajo en Estados Unidos con mi jefe de doctorado en la Argentina" consignó Juliana.

Su arribo a Italia fue 2 días antes de la declaración de estado de pandemia en un norte devastado por la crisis sanitaria, en algunas ciudades con gente que se moría en los pasillos de los hospitales y ataúdes amontonados en las puertas de los cementerios.

"Como había venido por dos meses, Daniele mi jefe consiguió un permiso para que sólo yo fuera a trabajar, porque hasta la Universidad estaba cerrada. Las primeras semanas me manejaba en colectivo, pero después sacaron hasta los colectivos, así que en Universidad sólo estábamos nosotros dos" recordó.

Juliana tuvo que regresar a la Argentina en aquellos "vuelos de repatriación", en mayo de 2020.

Transcurrieron unas pocas semanas cuando Daniele Guardavaccaro le comentó que había recibido un subsidio y si le interesaba tomar una beca por dos años en la misma Universidad de Verona.

"No lo dudé dos segundos" exclamó al otro lado del mundo. Esos dos años están a punto de terminarse, pero ya le dieron la renovación por un tercero.

En el departamento de biotecnología de la Universidad de Verona Juliana participa, en una traducción al criollo, en la investigación de proteínas que evidencian a las células qué proteínas deben degradar.

"¿Por qué esto es importante? La célula tiene un balance completamente perfecto entre las proteínas y ello está regulado por las proteínas que se producen y las que se tienen que degradar. Cuando hay cualquier desbalance en esa producción o degradación se pueden presentar diversas enfermedades" explicó.

Como modelo de estudio apareció el cáncer. "Cultivamos células cancerígenas y de ese sistema muy complejo, formado por un montón de proteínas que trabajan como en cascada, seleccionamos algunas para observar el camino cortito y directo para ver qué proteínas están desreguladas en el cáncer" reveló.

"Si nosotros vamos a los mecanismos más puntuales y podemos determinar en ciertos tipos de cáncer alguna proteína en particular desregulada haríamos un tratamiento específico, con drogas más puntuales para distintos tipos de cáncer y distintos tipos de pacientes. Porque las terapias en realidad eran mucho más generalizadas y agresivas, que tendían a atacar a todas las células, con muchos efectos colaterales" dijo.

Juliana sabe que para un investigador científico no existen los plazos. "Una investigación no se termina nunca, porque siempre queda una puertita abierta para hacer otra cosa" sostuvo.

En sus investigaciones en la Universidad de Verona y en Nueva York ha compartido laboratorios con colegas de Nigeria, España, Irán, Hungría, además de italianos y estadounidenses.

"Este trabajo nos da la oportunidad de ver cómo funciona el sistema científico fuera de la Argentina y además de conocer gente de otros lados" rescató.

"En Estados Unidos teníamos un grupo de investigación muy grande y con recursos disponibles siempre. En un momento me percataba de que usábamos cosas muy caras, que en la Argentina cuidábamos al extremo, y allá hasta se despreocupaban de los desperdicios. En el CONICET cada centímetro costaba desde el mismo momento de conseguir la importación" comparó.

Italia podría ubicarse en un escalón intermedio: "Nada que ver en materia de recursos con lo que fue mi experiencia en Estados Unidos, pero estamos bien y si necesitamos algo se compra".

Con todo lo que ha sucedido desde su egreso del Colegio Nacional hasta Verona, a Juliana le resulta imposible programar su carrera de acá a un par de años.

"No tengo ni idea, porque aparte me vine en 2021 y estoy en pareja con Rodrigo, un chico de allá que consiguió un buen trabajo en un restaurante, está muy contento en Italia. Así que ahora somos dos para decidir qué vamos a hacer" adelantó.

En caso de regresar a la Argentina la vertiente más redituable sería ingresar al circuito comercial, pero su resistencia es casi obsesiva: "Uno puede trabajar en ciencia hasta que la ciencia lo permita o hasta que se cansa, pero después la salida laboral que muchos eligen es ingresar en una empresa privada".

"Hay muy distintas ramas, una es la investigación, pero en sitios para muy pocos y con mucho currículum; otra el monitoreo y otra terminar trabajando para una empresa. No es lo que a mí me llama la atención. Me sigo imaginando en un laboratorio, con un guardapolvo blanco, con mis tubos" reiteró.