Silvana Melo

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Un cuarto de siglo después de que el edificio histórico de la ex Escuela Normal caía demolida para que la globalización instalara un hipermercado, Francisco De Narváez vuelve a Olavarría. Ya no con Casa Tía, su marca familiar de abuelo checo y sello colombiano, sino con Walmart, el nuevo juguete económico que acaba de adquirir por casi 100 millones de dólares. Fuera de la política y de regreso al paraíso de las góndolas, el hombre de pigmentación colorada y activa participación en un retacito institucional del país, dejará su marca comercial en la ciudad y, quién sabe, tal vez en algún momento se dé una vuelta. Ya no para explicar por qué se sacó de encima a las listas peronistas en 2009 -entre ellas la que encabezaba la diputada Liliana Schwindt- ni para enarbolar su adscripción a la mano dura, en su última incursión en la Argentina cambiante de 2013.

El primer acercamiento de Francisco De Narváez con la ciudad fue a mediados de los oscuros noventa, cuando Casa Tía llegó, como una tía autoritaria y malhumorada, a llevarse puesto un símbolo histórico de la ciudad: el viejo edificio de lo que fue la Escuela Normal. No era posible imaginar una marca globalizadora más fuerte: de los escombros del edificio de una escuela nació un supermercado. El peso del dinero fresco que traía el colombiano en tiempos bravos y el escaso enamoramiento de los gobernantes por la arquitectura lindante tan cerquita de la historia, fue un combo mortal.

La Escuela Normal se llenó de chicos por primera vez el 1 de abril de 1910 en el edificio de Rivadavia 2850, frente a la Municipalidad. Allí se quedó veinte años hasta que terminó de construirse el edificio que ocupa la hoy Media 10. La gran casa estuvo viva hasta 1995. Y retuvo, hasta su demolición, historias que -acaso- jamás fueron recogidas por los memoriosos. Allí -escribía esta periodista en 2015- "funcionó el Casino de Oficiales del Ejército y se armaban las fiestas donde la sociedad más rancia de Olavarría bailaba y se divertía y, a la vez, enviaba a sus niñas a buscar buenos partidos entre los militares jóvenes y de lustroso uniforme. Muchos (y muchas) terminaron formando parte de la historia más dura y siniestra de la ciudad, dentro del circuito y el entorno del terrorismo de Estado".

En 1994 Helios Eseverri decidió vender el edificio para ser demolido, cuando todavía sonaban entre esos pasillos notas, palabras y experiencias de la Escuela Municipal de Música y los Talleres Protegidos. Lo que era un edificio que confluía en la arquitectura típica del centro de Olavarría se convirtió en la misma supermercatura que se puede encontrar en otros rincones del mundo. La globalización en la puerta de casa. Y ahí estaba Francisco De Narváez, con poco más de 40 años, millonario y todavía sin la serpiente tatuada en el cuello. En 15 años andaría armando listas en Las Cañitas con 380 celulares Nextel, todos suyos. Pero mientras tanto, Tía apoyó económicamente la investigación de estudiantes y docentes de Arqueología de la Unicén que en medio de los escombros rescataron restos de vidas pasadas. Y hasta pudieron armar una exposición permanente en el propio supermercado.

En abril de 1996 se inauguró Casa Tía, "construida en 170 días por una empresa porteña que dejó el tendal de acreedores" (decía EL POPULAR de la época). Sin embargo Francisco El Colorado De Narváez se desprendería de la Tía en poco tiempo. Al mismo edificio llegó Norte y después Carrefour.

El hombre al que Marcelo Tinelli depositó en la embriagadora popularidad en 2009 y que, en una sociedad con Mauricio Macri y Felipe Solá que duró lo que dura un suspiro en el aire, le ganó la legislativa a Néstor Kirchner, hoy vuelve a las góndolas. Ya no en el centro de Olavarría sino en la punta norte de la ciudad, allá donde el Walmart local lo espera.

De regreso a las góndolas

A los 67 años, De Narváez compró la filial argentina de Walmart, 80 años después de que su abuelo checo abriera la primera Casa Tía en Colombia. Sin embargo, según Clarín, el primer local había sido fundado en Praga en 1933. "Fue el primer retail moderno de Europa. Lo innovador era que todo lo que se vendía estaba al alcance de la mano de los clientes, algo insólito para la época: se podían tomar los artículos sin intermediarios".

Casa Tía fue cadena en el país y fue propiedad de los De Narváez hasta que, poco después de la instalación en Olavarría, fuera vendida al grupo Exxel. El Grupo De Narváez tiene presencia en 9 países, con 656 sucursales y 25.000 empleados, en rubros como indumentaria, farmacias, electrodomésticos, mayoristas, etc. Durante su aventura política era dueño del Canal América y del diario El Cronista, al que todavía conserva.

De Narváez peleó la compra de Walmart con otros diez interesados, entre ellos el indefinible Alfredo Coto. La marca Walmart, según la nota firmada por Damián Kantor, "será retirada del mercado argentino a mediano plazo. Lo mismo que sus marcas propias: Great Value, Equate y A Cuenta. De Narváez podrá conservar Changomas, que fue desarrollada en el país". Falta responder a una pregunta: ¿puede volver la marca Casa Tía?

Política y celulares

La carrera política de Francisco De Narváez, muy emparentada con Olavarría, comenzó cuando fue elegido diputado nacional por el PJ. En 2007 fue candidato a gobernador de la Provincia, con Jorge Macri como vice. El partido se llamaba Unión - Pro, a partir de la primera alianza con el entonces Jefe de Gobierno, presidente de Boca, hijo de Franco y futuro padre de Antonia, Mauricio Macri. Logró un tercer lugar con casi un 15% de los votos.

Pero su estrella brilló particularmente en las legislativas de 2009, cuando el lock out patronal ruralista había esmerilado al kirchnerismo. Su alianza con Mauricio Macri y Felipe Solá -como ficha peronista pero en situación de desprecio- lo colocaron en un pináculo político impensable. Hasta el punto de ganarle las elecciones al propio Néstor Kirchner.

En esa recordadísima compulsa José Eseverri se jugó la cabeza con una doble candidatura testimonial: mientras era intendente, sin ninguna intención de dejar de serlo, encabezó una lista a concejales y una lista seccional. Y todo el mundo sabía que no asumiría ningún cargo. Perdió en todas.

Mientras tanto, De Narváez hacía política con lo que sabía: el dinero. Mucho. Todos los días, al llegar a su oficina de Las Cañitas, tiraba el teléfono y le pedía a su secretaria que le diera el nuevo. Uno por día. Por miedo a las pinchaduras.

En esos días, la relación en campaña con sus aliados era muy agria. Especialmente con Felipe Solá. A quien se lo ninguneaba por peronista y por "no medir tan bien", como definió impiadosamente Durán Barba. Pero Solá estaba ciego de rencor y sólo quería frenar a Kirchner. Por eso se aguantó estoicamente las humillaciones de sus compañeros. Sin embargo, la alianza terminó desperonizándose en serio. Y el escándalo fue la baja de cien listas peronistas entre las que estaba la de Liliana Schwindt, que se había puesto la campaña al hombro personal y económicamente.

Francisco De Narváez, un empresario ético y brillante que decía haber llegado para ponerle cara a la nueva política, la renovó pero con la lógica patronal macrista, de la antipolítica con eje en la inseguridad. Su armado dejó en el camino a centenares de hombres y mujeres ilusionados que construyeron en torno de su figura, creyendo en estas cosas. Eso le valió escraches y protestas frente a la oficina de Las Cañitas.

Alica - alicate

Ese año, sin embargo, fue el más glorioso de la carrera política de De Narváez. Una década antes, durante la luna de miel en Singapur con su flamante esposa, Agustina Ayllón, visitaron un templo. Donde le pusieron una boa en el cuello. El tenía fobia de las serpientes. Y se paralizó. Para exorcizar semejante experiencia, se tatuó el símbolo de la serpiente de agua, su signo en el horóscopo chino. Ahí, en el lado derecho de su cuello. En 1992 tuvo una crisis profunda que lo llevó a un intento de suicidio en la habitación de un hotel 5 estrellas.

Para ganarle al mismísimo Néstor Kirchner, con Scioli y Massa detrás, el empresario desplegó todo su poderío económico. A tal punto que fue personaje central en el programa "Gran cuñado" donde Marcelo Tinelli parodiaba a los candidatos. No casualmente el Francisco parodiado fue el más popular (con aquel alica - alicate con el que imitaba el tipo de campaña coucheada de De Narváez) y repercutió en niños, jóvenes y adultos: todos querían sacarse fotos con él, con el real. Una verdadera rock star.

Ese triunfo sin embargo no le permitió ser candidato presidencial -vedado constitucionalmente por no ser argentino- y sus intentos para la gobernación no funcionaron.

El primero fue en 2011: junto a Ricardo Alfonsín se aliaron en algo llamado UDESO. Alfonsín presidente, De Narváez gobernador. Se repelían, sin embargo. Fue segundo con el 16,2% de los votos. Apenas un punto más que en 2007.

En 2013, en esa Argentina en la que se vislumbraba el fin de una época, el hoy dueño de Walmart encarnaba una de las caras de la mano dura. El mismo gobierno provincial ya había colocado al intendente de Ezeiza, Alejandro Granados, en Seguridad. Y Sergio Berni en el mismo cargo en la Nación. Dos definiciones lapidarias porque el gobierno había perdido las PASO y todo estaba envuelto en una discusión de rejas, cámaras vigilantes, niños imputados a los 12, rottweilers y alambres electrificados. Berni ya desparramaba gendarmes por los barrios pobres y acusaba a los inmigrantes vecinos de todos los males del país. Nada nuevo bajo el sol.

La publicidad de De Narváez cargaba contra Massa, recién escapado del kirchnerismo y prometiendo mandar a Cristina presa. Para disputarle votantes, su equipo armó un jingle inolvidable: "Massismo es más de lo mismo, massismo es más kirchnerismo, massismo es más de lo mismo y nadie lo puede negar".

Dos años después, se aliaría a Massa para ser candidato a gobernador. Al mismo massismo más de lo mismo. Pero se bajó de la candidatura, renunció a la banca y se retiró de la política.

Hoy vuelve a las góndolas y a Olavarría con Walmart. Pero a la política, asegura, nunca más.

Quién sabe.