Rodrigo Fernández

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La puerta se abre y Adrián Filiberto invita a pasar. Afuera hace mucho calor pero dentro de su casa, en el barrio San Vicente, se está bastante bien. Quien la pasa mejor parece es Tévez, llamado así por el jugador de Boca, que descansa recostado sobre una mesa. Como todos los gatos nos mira y nos obliga a que lo acariciemos. "Mi compañero", dice Adrián, y Tévez parece que lo entendiera porque estira la pata y lo sostiene la mirada. Mientras el gato se reacomoda, pasamos a la cocina. Ya pude ver varias estanterías, pero no me atreví a mirar porque espero que la recorrida la hagamos con el dueño de casa. A sus 80 años Adrián se maneja con una gran energía. Conversa, habla rápido, gesticula y me cuenta que por estos días está de mudanza. En realidad no él, sino Nilda, su compañera. Él la acompaña y la ayuda con todo lo que necesita. "Es una muy buena mujer", la describe.

"Recién terminé de lustrarlos...", cuenta cuando empezamos a charlar sobre el motivo que me trajo: su colección compuesta de casi 4 mil mates de todo tipo. Los hay de calabaza, de madera, de pezuña, de cerámica, labrados, de chapa y ejemplares de plástico o mas modernos, de esos que vienen con la bombilla incrustada.


"Esto pasó, dice y mira hacia las estanterías a su izquierda, cuando me jubilé de Loma Negra". En aquel momento la pregunta era qué iba a hacer luego de abandonar una vida laboral que había comenzado a los 16 años en la cementera. Poco después falleció su esposa con la que compartían dos hijas y una vida juntos. Se quedó solo. Pero "algo tenía que hacer" para sobrellevar la soledad.

"Fue algo que me salió y me gustó", dice sobre los motivos que lo llevaron a volverse un coleccionista y rememora que fue en un remate que se cruzó con una bandeja llena de mates y después de sentirse atraído, se los compró.

"Ahi empecé...", cuenta Adrián y asegura que hoy en día "cuando voy a los remates, donde hay gente que me conoce, no me los corre ni nada. Eso lo encaró yo nomás", dice entre risas. Aunque alguna vez se dejó sorprender por algún colega que pujaba por el sólo hecho de ponerlo nervioso.

Si bien nunca había coleccionado, enseguida se sumergió en el tema y, mientras señala las estanterías donde expone sus ejemplares, afirma que "cada uno de los mates tiene historia, todo esto tiene historia. Andá a saber por todos los lugares donde han pasado...".

Detrás de las historias

Mientras conversamos en la cocina, casi sin que nos demás cuenta Tévez se pasea por la casa. Es amo y señor de los espacios. Nos sigue cuando vamos hacia uno de los varios espacios donde la colección se extiende pero uno puedo sentir su presencia muy cerca. Adrián señala algunos de los mates y me cuenta algún detalle que lo define, la forma en que esta hecho, el material, hasta donde lo consiguió o si se lo regalaron. Pero entre todos hay uno que es muy especial. "Este mate tiene 100 años". Se lo trajo una mujer que le contó por todas las manos que había pasado y se lo regaló para que lo sume a su colección. De esa forma, así lo entiende Adrián, es como una manera de mantener viva una parte de la historia de aquella familia.

Por el tiempo que tiene se ve a simple vista que está en perfecta condiciones. Labrado y con pequeños detalles que no se perdieron con el paso del tiempo.

"A mí me sale de adentro comprarlos..." dice y explica que si bien le gustan como objetos, también le resultan atractivos por la historia que cada uno de ellos trae.

Tanto es así que en sus estanterías dobles ya no entran más. Algunos esperan guardados para ser colocados en una próxima vitrina en el espacio en blanco de la casa. Queda poco lugar, eso sí, pero seguramente Adrián encuentre uno. Por ahora la cifra llega casi a los 4 mil, pero hay tiempo para seguir sumando. Cuando le pregunto si toma mate, se ríe y me dice: "¡Más vale...!".

Un hobby

"Todos me preguntan hasta cuándo voy a seguir coleccionando mates" cuenta y asegura que su respuesta es "hasta cuando viva".

"Para mí es un hobby tanto como dibujar y tocar el acordeón", afirma, y luego se levanta de la silla y regresa con varias láminas con sus trabajos. "Son cosas para pasar el rato, sino qué hago" dice y comenta que nadie le enseño a dibujar.

"Iba a la Escuela 25, en la estancia San Jacinto, y aprendí solo". Ahora, su sobrino Sergio Vazzano le da las revistas "y yo dibujo. Es mi colaborador", asegura riendo.

Dibujar es una actividad que le permite relajarse. También le pasa lo mismo cuando toca el acordeón. La música le viene de la adolescencia cuando comenzó a estudiar con los hermanos Rossi. Ahora cada tanto organiza una peña en su casa donde despunta el vicio de la música.

"Es mi hobby", dice con respecto a su colección, y agrega que compra sólo lo que puede comprar, no se excede.

En los remates "me siento al lado de donde están los mates y de ahí no me muevo hasta que no venga el rematador para asegurármelos", explica y se ríe a carcajadas. Por otro lado aclara que él los compra para sí, no los cambia.

"El día que falte yo no sé que van a hacer con tantos mates..." y otra vez se ríe imaginando a su sobrina rematando todos los ejemplares que supo reunir. Igual tiene claro que son objetos que le dan alegría, placer. Se le nota la emoción cuando describe a alguno, o cuenta la forma en que lo descubrió. Los mira y se siente orgulloso de su "hobby". No sabe qué pasará con todo lo que junto en todo este tiempo. Pero está más que claro que por ahora los disfruta, como disfruta de ver a su nieta jugar con ellos cuando va a su casa.

Tévez nos mira cuando nos paramos para ir hacia la puerta de calle y mueve la cabeza para que volvamos a repetir las caricias. Jugamos un rato y otra vez Adrián le agradece con la mano en la cabeza a su compinche. "Recuerdo de Río Hondo", dice el mate que me regala, y siento que me llevo un pedacito de su historia bajo el brazo.

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