Daniel Lovano / [email protected]

Mara nació hace 26 años con el apellido Marques en Bajouca, una freguesía portuguesa de poco más de 2.000 habitantes en el municipio de Leiría, sin sospechar que con el paso del tiempo iba a terminar adoptando como nombre artístico Mara Mure?, por un distrito (o Jude?) del centro de Rumania que le brindó acogida en su primer viaje al exterior.

Su pueblo está a 20 kilómetros del mar, concentra la economía en la producción de cerámica artesanal y todos los veranos recibe turistas portugueses que emigraron a Francia para disfrutar del calor y de las playas.

"Viajé mucho de niña con mis papás; nos íbamos a hacer camping y siempre me gustó. Lo llevo en la sangre desde muy pequeña" fue la primera revelación de Mara, a un par de metros de una imagen de la Virgen de Fátima, patrona de Portugal.

En 2015 fue aquel servicio de voluntariado por dos meses a Transilvania (la tierra del Conde Drácula), y ya no paró más.

Desde entonces casi no le quedaron destinos dentro del continente europeo a conocer por medios convencionales más o menos acordes con las distancias.

"Mi primer viaje en bicicleta fue chiquito, de una semana, unos 300 kilómetros dentro de Portugal y con una prima. Así nació el deseo de hacer un viaje más largo" reveló.

El pasado febrero Mara salió desde Lisboa rumbo al sur del planeta atraída por los encantos y el misterio de una región lejana llamada Patagonia, con el desafío de conocerla sobre una noble bicicleta ("tiene su historia", alertó Mara) que su padre había utilizado para recorrer Portugal en tiempos juveniles.

"Papá quería ir por el mundo sobre esa bicicleta. Después mi mamá quedó embarazada de mi hermano más grande y no pudo cumplir con su sueño" recordó con esa sonrisa grande, dibujada en su bello rostro redondeado, que no la abandonó en toda la charla.

Antes de partir de Portugal Mara puso la bicicleta en una caja de cartón, la depositó en la bodega de un avión y emprendió viaje desde Lisboa a Buenos Aires, con escala previa en Madrid.

"Tenía un vuelo hasta Santiago de Chile, pero con el tema de la COVID no me dejaron ingresar y me fui en colectivo desde Retiro hasta Mendoza, donde empezó mi itinerario en bici" dijo en un castellano perfectísimo.

En esa bicicleta robusta Mara carga una carpa, bolsa de dormir, colchoneta, ropa, algo de comida, herramientas, sus pinturas, sus cuadernos y un juego de ajedrez pequeño.

"Juego al ajedrez con quien me encuentre en el camino" celebró.

Los argentinos y las argentinas son muy conversadores.

"No sabía una palabra del idioma, pero lo tuve que aprender a la fuerza porque los argentinos y las argentinas son muy conversadores. Eso está bueno para practicar" observó con una carcajada.

Detrás de sus pasos dejó a sus padres y a su hermano en Bajouca con una palabra que se había transformado casi en una obsesión: Ushuaia.

"Desde Mendoza bajé por la Ruta 40 hasta Ushuaia, recorrí lugares hermosísimos como Bariloche, El Calafate, el glaciar Perito Moreno, y después subí por Chile" narró Mara.

A la altura de Futaleufú (Esquel) Mara cruzó la cordillera para regresar al país; atravesó toda la provincia de Chubut en horizontal hasta Puerto Madryn y empezó a subir la geografía argentina por la Ruta 3.

"Justo hoy (por ayer) llevó 8 meses arriba de la bicicleta" calculó.

En todo lo dejado atrás comprobó que la belleza de la Patagonia no era puro cuento, pero también eso intangible que ha hecho más placentero el viaje: la hospitalidad de esta tierra.

"Conocí mucha gente, muchas historias. Me encantó la montaña, compartir el trayecto con gente que también viaja en bici. ¿Lo que más me gustó? El Chaltén" dijo sin dudar, y eso que escrutó casi toda la Patagonia a ambos lados de Los Andes.

Me encanta la gente, porque son muy generosos, hospitalarios, muy de dar.

"Pero también me encanta la gente, porque son muy generosos, hospitalarios, muy de dar. Siempre me reciben con cosas; algunos me han alojado, en otros lugares he parado en carpa, me dan comida. Me dan de todo…" agradeció, de nuevo con esa sonrisa indeleble.

"En todos lados además me invitan a tomar mate. ¿Si me gusta? Sí, y amargo por supuesto" dejó establecido acerca de la tradicional discusión argentina.

También participó de otro debate, aunque el fútbol no esté entre sus preferencias: "Sobre todo los niños, siempre que me ven con la bandera portuguesa me dicen que Messi es mejor que Cristiano Ronaldo o al revés. A mí me gustan los dos".

La Patagonia se le expresó con una de sus características salientes en este viaje.

"Es muy bravo el viento; pasé días muy difíciles, por eso trataba de mirar la previsión en el teléfono. Tenía idea de hacer una vela sobre la bicicleta para viajar mejor" sugirió, en tono jocoso.

La cosa más extraña que le pasó fue encontrar huesos humanos en el medio de la inmensidad.

"Sospecho que debe ser un cementerio de los pueblos originarios, porque cerca de allí había cerros con pinturas rupestres. Fue en Las Plumas, cerca del Río Chubut, por la Ruta 25. No podía creer que estaba en ese lugar" confesó. 

"Pensar que en Portugal 50 kilómetros es un montón y acá es nada; las distancias son enormes; los pueblos están de cien en cien kilómetros. Allá cada 5 kilómetros hay gente" verificó. 

En Portugal Mara trabajaba en una fábrica de cerámicas, pero además pinta y dibuja. Un talento fácilmente comprobable con sus creaciones en el contacto con los paisajes a ambos lados de la Cordillera. 

Con lluvia, nieve, viento, el calor insoportable que la recibió en Mendoza, el frío cortante que le mostró Tierra del Fuego en mayo, ya está a punto de llegar a los 8.000 kilómetros sobre la bicicleta. 

Antes de llegar a Olavarría pasé la noche debajo de un puente que está a 20 kilómetros de acá

"Fue crudo, aunque toda una experiencia" sumó Mara, pero agregó que "ahí tenía contactos y me fui quedando en cada pueblito en lugares con techo. También en cabañas muy buenas que están abandonadas o paradores cerca de un lago y me hacía unas fogatas ahí".  

"Me encanta quedarme en esos lugares abandonados; pongo mi musiquita y mis parlantes. También he dormido en alcantarillas. Antes de llegar a Olavarría pasé la noche debajo de un puente que está a 20 kilómetros de acá" describió.  

La charla con Mara fue en un banco de la Plaza Portugal, en pleno Barrio Villa Floresta, donde 60 ó 70 años atrás se asentaron en unas pocas manzanas decenas de familias portuguesas provenientes de Leiría, que habían llegado a la Argentina para trabajar en la industria cementera, preferentemente en Calera Avellaneda. 

"No soy creyente, pero ver a los tres 'pastorinhos' al lado de la Virgen de Fátima en este lugar fue muy fuerte" consignó Mara. 

Lourdes (hija de portugueses) y Ricardo descubrieron a Mara el domingo paseando por las calles olavarrienses con una bandera portuguesa.  

"Lourdes y Ricardo fueron los primeros que me encontré de la colectividad portuguesa en la Argentina. Ni turistas, ni inmigrantes, nadie. Hace mucho que no estoy cara a cara con portugueses, ni puedo hablar en portugués con nadie" bromeó y soltó otra carcajada.