[email protected]

Soledad tiene dos hijos en edad escolar. Uno en primero de Primaria. Otro, en primero de Secundaria. Ya hace unos días decidió que no iban a concurrir a la escuela, lo habló con las docentes y directivos de ambos establecimientos y se sintió comprendida. Hoy asegura que más allá de la determinación de volver a la presencialidad, sus hijos continuarán el aprendizaje en modo virtual.

La familia de Facundo está en las antípodas. "Bastó ver las caras de los alumnos en los primeros días de escuela presencial este año, para entender cuánta falta les hizo en el 2020. Los chicos estuvieron limitados a aprender por whatsapp, fotocopias, videos y, en el mejor de los casos, en lugares con buena predisposición de docentes y alumnos con acceso, por clases de zoom. ¿Y ahora les vamos a decir que no pueden ir a la escuela otra vez? ¿Cómo se le explica a un hijo que hizo todo bien, que no van a seguir las clases presenciales?", contó su mamá, María Cecilia Melo, quien además profesional de salud del hospital.

Docentes y familias están atravesados por temores y sensaciones similares. Cada quien lo está manejando con las herramientas que tiene y hay palabras e intercambios que siguen estando ausentes para aprender a ponerle nombre a esta experiencia única y vital.

"Intentamos que nuestros estudiantes estén leyendo lo que pasa en la ciudad y en el país. Que se estén dando cuenta de la situación grave de médicos, enfermeras y personal que está trabajando en salud. Un año y pico es mucho tiempo", analiza Patricia Bavio, directora de la Escuela Nacional Adolfo Pérez Esquivel, que depende de la Universidad. "El sentir de las familias, de nuestros docentes, fue clave. Estamos cuidándonos. La idea fue vamos a mirar colectivamente a la escuela. ¿Cómo voy a decir que en la escuela no hay contagios? ¿Y esos hijos de dónde salen? Salen de las familias que habitan la ciudad. Hay algo que se está leyendo de otra manera. Vivimos en Olavarría. No podemos hacer como si nada ocurriera", agrega. Tras una semana de haber decidido, a contramano del resto, suspender la presencialidad, mañana retornarán al aula con el compromiso de cerrar nuevamente, y sin avisos previos, si la situación sanitaria se agrava aún más.

Temores subterráneos

El miedo al contagio y la incertidumbre aparecen como factores sustanciales en un tiempo de pandemia que, todavía y tal vez por largo tiempo, no parece vislumbrar un final. El debate en torno de la presencialidad escolar incluye, aunque muy subterráneamente, el temor al contacto que genera enfermedad.

Entre la determinación para las zonas del AMBA (que abarca a Buenos Aires y a 40 municipios del conurbano) de suspender las clases presenciales hasta el 30 de abril y la continuidad para el resto de los territorios, hay toda una comunidad educativa atrapada en un debate que no va a la médula. Pero en los costados de esa decisión del gobierno, aparecen también otros intereses y otras pujas que a veces poco tienen que ver con la crisis sanitaria en sí misma.

Durante este año y cuatro meses transcurridos desde el inicio de la pandemia hasta hoy ha habido realidades desoídas. Patricia Bavio da cuenta de innumerables historias en donde la palabra miedo se repitió como ecos imparables. "Hay familias que llamaron y dijeron ´tengo miedo de que mi hijo vaya a la escuela´. Fuimos diciendo a los profes de ese curso que tales o cuales chicos iban a seguir de modo virtual. Propusimos a las familias que escribieran. Muchas contaron de enfermedades previas. Otras decían: ´No tengo a alguien enfermo pero no sé cómo manejar este miedo´. Yo entendí y entiendo ese temor. No es mi sentir. Pero no soy yo sola. Hay gente que está sintiendo otras cosas y la escuela tiene que hacer lugar a eso. La escuela no puede permanecer ajena a lo que está ocurriendo. Ninguno de nosotros vivió antes una pandemia".

Experiencias dispares

Soledad Restivo cuenta que "mis hijos respondieron bien a la educación virtual. Más allá de eso, entiendo que tal vez no aprenderán la currícula formal. Pero creo que es un enorme aprendizaje el entender que no van a ir a la escuela para cuidarse, para cuidar a su familia y también al resto. El aprendizaje no tiene tiempo y lugar. No se atrasó nada y el futuro está siempre ahí. El presente es que hay que cuidarse sanitariamente".

Hay muchas docentes que optan por resguardar su opinión en un contexto social complicado en el que sienten que no aportaría a la tranquilidad necesaria para seguir sosteniendo realidades difíciles. Dan cuenta de tener compañeras aisladas, de otras con ataques de pánico e inmensas cuotas de "paranoia y temor".

En el contexto de una crisis sanitaria de la gravedad de la pandemia hay aspectos que están directamente atados a las medidas de gobierno. Más allá del incumplimiento de quienes rompen las restricciones y que ponen en riesgo al resto de la sociedad con actitudes temerarias, empieza a asomar con fuerza la determinación de muchas familias que eligen cuidarse bajo sus propias reglas al concebir como "escasas" las medidas formales adoptadas.

La docente Kuki Montero habla desde ese rol pero también desde el de madre. Con un hijo adolescente en 5° de Secundaria, recuerda que "el 2020 nos costó como familia y priorizamos la contención y la armonía y la escuela pasó a un lugar secundario en cuanto a exigencia. En eso creo que la presencialidad le devolvió una cuota de impulso vital a mi hijo".

Como docente, dicta clases en espacios muy diferentes entre sí: en el Instituto de Formación Docente, en la escuela de la Unicen y en otros dos establecimientos secundarios de la ciudad. Resalta en modo especial la experiencia de la escuela Pérez Esquivel porque "ahí parece que vivimos en otro país": allí, dice "la gestión se pone a la palestra la comunidad educativa y genera un entorno de cuidado, respeto, concientización, de valorar al otro y acompañar al otro en términos humanos y proponiendo alternativas para poder sostener toda la función social y académica en la escuela".

Pero asume que esa realidad no se traslada a otras escuelas en las que trabaja. "Siento bronca y angustia porque soy una convencida de que si todas las instituciones educativas fuésemos capaces de que el protocolo se cumpliera, la presencialidad estaría medianamente garantizada. He observado situaciones que me dejan perpleja. El concepto de burbuja no está garantizado en todos lados y los recreos, a veces, son una bomba de tiempo. Pero además los estudiantes llegan todos juntos, sin barbijo, con esa relajación de buena parte de la sociedad que tiene la confianza de que el virus no es tan complicado en gente más joven".

"No es el foco"

"En el caso de nuestra familia, sufrimos todos la falta de clases. Para un nene con TEA (Trastornos del Espectro Autista) salir de su rutina de esa manera fue muy contraproducente. Hubo un retroceso muy notorio en su nivel de organización sensorial, es muy difícil que se quede quieto y se mantenga sentado. De a poco se va logrando este año nuevamente, pero suspender las clases implicaría perder todo lo poco que se avanzó en ese sentido. Y aunque continúe con clases por zoom todos los días, no reemplaza la permanencia en el salón y el contacto con su seño", relata María Cecilia Melo.

A partir de las declaraciones de la ministra de Salud y del ministro de Educación y "por lo que veo en mi lugar de trabajo", remarca que "la escuela no es un foco de contagio. Trabajar con chicos no implica más riesgo de contagiarse. Nuestros hijos tienen que ser tenidos en cuenta y respetarse su derecho a la educación. Cerrar las escuelas no tiene que ser una opción y no va a bajar el número de contagios. Hay que hacer hincapié en controlar protocolos y limitar las reuniones sociales sin cuidados. Y poner un poco de cada uno para salir adelante lo mejor posible".

Poner el cuerpo

Si la pandemia es una instancia histórica en sí misma, que está siendo teorizada en tiempo presente, este particular momento da cuenta de procesos sociales e individuales en donde el temor y la angustia son parte fundamental. Para docentes y para familias de estudiantes.

Kuki Montero tiene 53 años. "Estoy vacunada pero tengo miedo de enfermarme. Estoy aislada. No participo, en las escuelas, de espacios en los que otros sí, como la sala de profesores. Uno pone el cuerpo para sostener la presencialidad, que reconozco muy necesaria. Cada vez que salgo de mi casa es un momento de incertidumbre absoluta. Pero tengo ese sentir contradictorio de querer estar en ese espacio físico, que te constituye como docente, ver la cara, los ojos, escuchar en el aula y no por zoom a los estudiantes y por otro lado, esa cosa de decir ´con qué me vuelvo a mi casa´".