Qué mejor entonces que escuchar la voz del veterinario Ariel D’Angelo en una apretada síntesis de cuáles son las pautas de manejo y cómo es un día en Malele. "El grupo está compuesto por 10 personas incluida la cocinera. Lo más interesante es que es gente con mucha experiencia y mucho conocimiento del campo, la mayoría ya estaba cuando llegué. A eso se le suma el respeto y el orden a la hora de trabajar", comenta.

El capataz de campo es Miguel Junco, quien junto a Pedro Vega son las dos manos derechas que Ariel tiene en Malele. Todo el personal durante la semana vive en la estancia. "La rutina de trabajo es de lunes a la mañana a sábado a las 14. Pero los martes y los jueves se van a la tardecita y vuelven al otro día. En época de parición hacemos guardia los fines de semana", describió Ariel.

En verano, el día de trabajo en la estancia comienza a las 6, un poco más tarde en las otras estaciones del año. "Junco y Vega se reúnen en la oficina y planifican la actividad. Ahora, por ejemplo, estamos organizando los destetes, qué lotes vamos a encerrar, y se arranca".

El capataz les da las órdenes a los seis empleados a caballo y el engranaje se pone en marcha. En tanto, Vega se encarga de controlar la fumigación, a la cuadrilla de alambradores y otras tareas que se estén realizando.

Al potrero

En los momentos de parición y luego el servicio, cada empleado tiene su sector del campo y un rodeo asignado. "Se le encarga unas 500 vacas a cada uno y él se hace responsable. Y cualquier cosa que pasa, le tiene que avisar al capataz. De esa manera yo puedo individualizar los problemas", explica el veterinario encargado del establecimiento desde hace 23 años.

Después están los momentos de trabajo grupal, como ahora, que llevan toda la hacienda a la manga para el destete, el tacto y el análisis de los toros. "El movimiento de la hacienda siempre es con arreo, no hay otra manera, y hay que tener en cuenta que para traer los rodeos que están sobre la costa hay que recorrer unos 25 kilómetros. Porque si bien hay dos mangas, la de mayor actividad es la que está ubicada en la entrada de la estancia".

El campo está dividido en unos 30 potreros de diferentes extensiones. Los que están cerca de la ruta 11, en la mejor zona, son de entre 150 y 200 hectáreas, mientras que los que están sobre la costa son de 800, 900 y 1.000 hectáreas.

"A los potreros que dan a la bahía va la hacienda parida cuando ya tiene un ternerito logrado de unos 80 / 90 kilos. Los llevo ahí porque en la primavera y el verano son campos muy buenos para darle un empuje al ternero y a la vaca para el servicio. Pero no para la parición, porque son muy sucios, de mucho pajal", indica.

La asignación de los potreros es un juego estratégico. Hoy la hacienda ocupa los lugares que tienen mayor riesgo de inundación en el invierno, y se resguardan los potreros con menor posibilidad de quedar bajo agua para el momento de la parición. "Aunque en realidad es algo muy relativo, porque si viene un año muy llovedor, las 12.000 hectáreas tienen riesgo de inundarse", comenta.

El agua

Con sólo un lugar en las 12.000 hectáreas de donde extraer agua dulce, el manejo del recurso es una tarea fundamental en Malele. "En el único sitio donde hay agua de calidad es pegado a la entrada, sobre la ruta 11. Nos encargamos solamente Pedro Vega y yo de todo lo relacionado a la provisión de agua, para evitar errores. En total hay 45 kilómetros de caños, contabilizando todos los ramales que van llegando a los tanques", dijo Ariel.

El problema principal es que la cañería es de 1978 y es de fibrocemento, entonces hay que cuidar que no se pase la presión porque se rompen los caños. Por eso es complicada la logística. Pero también lo es porque hay que ser muy meticuloso en el cuidado del recurso.

Ariel hace 15 años convocó a un geólogo, para hacer distintos estudios y saber de qué manera se podía cuidar el agua. "La conclusión fue que teníamos que hacer pozos distanciados 50 metros entre sí, que no superen los 12 metros de profundidad y no sacar más de 5.000 litros por hora de cada pozo. Por eso hay ocho bombas sumergibles prendidas que chupan un poco cada una para no elevar la napa de agua salada que está más abajo, porque si la llegás a elevar, no la bajás más", detalló.

"Es algo que te demanda atención, no prender muchas bombas a la vez por la presión y controlar de no pasarte en la extracción de cada pozo", agregó.

En un año normal, el bombeo de agua comienza en octubre y finaliza en abril. Los meses restantes los animales toman de los charcos del campo.